Máscaras

23.3.24


Vivimos en una época donde lo políticamente correcto se ha convertido en una espada de doble filo. Por un lado, busca evitar la discriminación y el lenguaje que pueda herir a las personas. Por otro lado, puede generar una censura disfrazada de buenas intenciones, obligándonos a tejer un doble o triple discurso entre lo que realmente pensamos, lo que nos gustaría decir, lo que debemos decir y lo que finalmente decimos.

En este baile de máscaras verbales, la libertad de expresión se tambalea. La espontaneidad se diluye en la autocensura, calculando cuidadosamente cada palabra para evitar el ostracismo social o la cancelación. Lo que pensamos se convierte en un secreto a voces, lo que queremos decir se esconde bajo un velo de prudencia, y lo que decimos se transforma en una versión edulcorada de nuestras ideas, moldeada para ajustarse a las expectativas de la audiencia.

Y los que escuchan no siempre están dispuestos a recibir la verdad cruda. A veces, prefieren oír lo que quieren escuchar, una versión suavizada de la realidad que no confronta sus creencias o valores. Se crea así una burbuja de confort donde la disidencia se acalla y la crítica se disfraza de sugerencia.

La autenticidad es un valor fundamental para la construcción de relaciones sanas y honestas. Sin embargo, la censura, incluso cuando se disfraza de corrección, limita la libertad de pensamiento y debate, pilares esenciales para el crecimiento individual y colectivo.

Encontrar el equilibrio entre la sensibilidad social y la expresión libre es un desafío complejo. No se trata de negar la importancia de la empatía y el respeto, sino de encontrar espacios donde la diversidad de opiniones pueda florecer sin miedo a la represalia o la censura.

Desafiar la máscara de lo políticamente correcto no significa avalar el discurso del odio. Se trata de defender el derecho a pensar diferente, a expresar ideas sin filtros preestablecidos y a construir un diálogo donde la verdad no tenga que esconderse detrás de una máscara. Solo así podremos construir una sociedad donde la autenticidad y la tolerancia coexistan en armonía, sin necesidad de dobles o triples discursos.



Tiempo imperfecto

22.3.24


Ayer es mañana, hoy es ayer y mañana es hoy.



¿Hay vida antes de la muerte?

21.3.24


Quien escribe sin sentir como quien vive sin amar, está muerto.



Ventanas

20.3.24


La imaginación es la única escapatoria que tiene la desesperante realidad.



Optimizados

19.3.24


La manera de reivindicarse es ofrecer nuestra mejor versión.



Fonoabsorbentes

18.3.24


La mente ante el ruido se encoge y ante el silencio se expande.



Rituales

17.3.24


Solía mi padre los domingos a la mañana sacarme a pasear por la ciudad. Caminábamos con sus pasos de gigante por lo que yo iba dando saltitos en algunos trechos. Así descubrí, maravillándome, las grandes y bulliciosas avenidas, llenas de luz y de gentes vestidas con trajes nuevos y brillantes sentadas en las terrazas o pululando por las aceras, familias, jóvenes parejas y amigos de papá que a cada intervalo andado nos detenían. Para hacer más liviana esas esperas me soltaba de su mano y me agachaba a jugar con la tierra, motivo por el que era advertido.

Después nos desviábamos por callejas sinuosas y visitábamos los templos de los descreídos. Allí era donde se suplicaba de verdad al dios Baco, le oí decir en alguna ocasión, y me preguntaba cómo sería esa divinidad tan diferente de la que aparecía en el catecismo que las monjas nos hacían aprender, en especial la madre Laura, una joven y guapa mujer, enérgica y mandona, de la que andábamos prendados pero a la que temíamos más que a una vara verde.

En esas iglesias, digo, es donde solíamos acabar antes de la hora del almuerzo, llenos de hombres gigantescos apoyados en las barras de las tabernas, que charlaban desinhibidos y comían con deleite, gastando bromas y gritando, hasta culminar una ronda de convidadas. El momento más culminante era volver a casa chispeante y como levitando, tras hacerme beber un pequeño tubito de cerveza.



Conspicua paradoja

16.3.24


Para llegar al caos hay que ser metódico.



Retoricismo

15.3.24


Si la palabra es incapaz de expresar lo sentido entonces el silencio se convierte en elocuencia.



Focos

14.3.24


La memoria solo nos deja ver las zonas iluminadas del recuerdo.



Inmensidades

13.3.24


El abismo siempre tiene una atracción compulsiva.



Perdedores

12.3.24


Siempre festejando triunfos cuando lo que hay que celebrar son las derrotas.

Macedonio Luna

 

 

Los dibujos animados educaron nuestra infancia y cada personaje nos dejó su impronta. Terminé así por empatizar con algunos de ellos porque, frente a su destino adverso, jamás se rendían. Me pasó con el Coyote del Correcaminos, con Silvestre y Piolín, Daffy Duck y Speedy Gonzales o con Tom y Jerry, de quien su página web en Cartoon Network advierte: «Tom, el gato tenaz está siempre persiguiendo a su evasivo rival Jerry, el ratón, y ningún truco, trampa o sartén de hierro fundido lo pararán en su búsqueda eterna».

La sociedad actual nos inunda con un mensaje omnipresente de que el éxito es la única alternativa. La cultura del ganador, del triunfador a toda costa, impregna cada ámbito de nuestras vidas. Ser un trepador social, como diría Pasolini, se convierte en el objetivo primordial, relegando al ostracismo a aquellos que no alcanzan la cima.

En este contexto, la figura del vencido se invisibiliza, se arrincona y condena a la postergación. Pero, ¿es realmente la derrota algo nocivo? ¿No hay acaso denuedo en la disputa, en el aprendizaje que conlleva el fracaso y en la posibilidad de levantarse después de caer?

Pier Paolo Pasolini, en su lúcida visión, defendía la necesidad de educar a las nuevas generaciones en el valor de la decepción. Frente a un mundo plagado de "ganadores vulgares y deshonestos", de "prevaricadores falsos", Pasolini reivindicaba la figura del perdedor, del que lucha sin tregua por sus ideales, aunque no alcance la victoria final.

Ser un perdedor no implica resignación o pasividad. Al contrario, el desastre puede ser un acicate para la reflexión, el crecimiento personal y la indagación de nuevas estrategias. Es en el desengaño donde se aprende, donde se descubre la propia fortaleza y donde se forja la resiliencia necesaria para afrontar los retos de la vida.

En el tiempo de la victoria a ultranza, parece justo degustar el sabor de la derrota, no como un estigma o una desgracia, sino como una parte normal del proceso de aprendizaje. Ejercitarse en perder es tan significativo como instruirse en ganar, y así transmutarnos en personas más resistentes, adaptables y hasta compasivas.



Purgatorio

11.3.24


Existe una estación de las almas desconsoladas donde siempre dan ganas de llorar.



Sensibilidad

10.3.24


El pianista se lesionó los dedos a propósito. Quería sentir en cada tecla que pulsara, belleza y dolor.



Edadismo

9.3.24


Tenemos la edad con que miramos.



Quebradizos

8.3.24


Aprender a manejar nuestra vulnerabilidad es lo que nos salva.



El baile de la realidad

7.3.24

 

En el escenario de la existencia, la realidad se presenta como un velo tejido por la mente, una danza entre la clarividencia individual y la objetividad universal. Bajo la luz de la reflexión, surge la pregunta: ¿qué es real y qué es ilusorio? ¿Somos meros espectadores de un drama cósmico o cocreadores de la realidad que habitamos?

El budismo, con su mirada introspectiva, nos invita a desentrañar los misterios de la percepción. Según esta tradición, la única verdad inmutable es la conciencia. El mundo que experimentamos, desde los extensos mares hasta las hojas que caen, es una proyección mental, un lienzo donde la mente pinta sus propias imágenes. Esta idea, que desafía los discernimientos acordados, nos impulsa a explorar la naturaleza de lo experimentado.

El neurocientífico Anil Seth, desde un enfoque empírico, aporta otra perspectiva a la ecuación. Afirma que la realidad que percibimos es una alucinación controlada que nuestro cerebro establece para ayudarnos a interactuar con el mundo. Esta confusión se basa en la información sensorial, pero también en nuestras expectativas, creencias y experiencias previas. Es como si cada uno de nosotros tuviera una cámara interna que filtra la realidad a través de un lente personal.

Un proverbio árabe nos recuerda que los ojos no sirven de nada a un cerebro ciego. La realidad no se limita a lo que vemos, sino que se define por la interpretación que nuestro cerebro hace de ello. La mente, como un director de cine, toma las imágenes del mundo y las transforma en una película personalizada.

Sin embargo, la realidad no es un mero producto de la mente. Existe una base objetiva: las leyes de la física, la naturaleza, los átomos que conforman la materia. Estos elementos trascienden nuestras sensaciones individuales y nos conectan con una realidad compartida.

En la danza entre la mente y el mundo, la realidad se convierte en un enigma fascinante. La ciencia y la filosofía nos ofrecen herramientas para explorarla, pero nunca podremos esclarecer su misterio por completo.

En este baile de perspectivas, podemos encontrar la magia de la alucinación compartida que designamos vida, donde cada persona, con su lente exclusiva, aporta a la creación de una realidad colectiva, un tapiz tejido con los hilos de la experiencia individual y la objetividad universal.

En la búsqueda de la verdad, la mente se convierte en un bastidor donde la realidad se pinta con los colores de la apreciación y el aprendizaje, y cada individuo, con su pincel único, contribuye a la obra maestra total de la existencia.



Apagones

6.3.24


Toda reflexión propaga una luz que cualquier creencia apaga.



Oteos

5.3.24


Desde la vejez se observa nítida la infancia.



Topologías

4.3.24


La realidad tiene como frontera el infinito.



El liquidador

3.3.24

 

Hay que imaginarse a Sísifo dichoso.

                                                                                                                         Albert Camus

 

 

Quizá hubiera tenido una anterior vida de amanuense o de linotipista, algún oficio manual relacionado con las palabras y los legajos. No lo sé, lo desconozco. Fue que, al entrar en aquel cubículo, me llegó una impresión extraña donde el rancio olor de la humedad y la profusión de documentación almacenada, mezclaban en mi mente un abigarrado sentimiento a descomposición de recuerdos. Dos lamparillas separadas en las esquinas iluminaban la habitación aislada de la luz solar, a pesar de poseer un gran ventanal que había sido clausurado a cualquier claridad externa, como para evitar la contaminación lumínica y veladora sobre aquel mar de papeles que inundaba la mayor parte del espacio. 

La primera de las confesiones que me realizó y casi la única fue referenciar la tarea a la que, como un ser burocrático se había encomendado a diario: «estoy rompiendo papeles». La destrucción de documentos, según me explico, es una tarea parsimoniosa que exige mucho interés y concentración, porque cada escrito debe ser examinado para determinar su valor en el momento que fue redactado, su prevalencia actual y si en un futuro podría ser útil su contenido. Como sopesador de tan trascendente dictamen, sus manos eran la balanza y su mente sesuda el fiel de la misma, que se debería inclinar bien hacia la preservación o hacia la destrucción.

«Rompo papeles. Vengo aquí todos los días con la convicción de acabar con todo lo que resulte inservible, pero al volver a la jornada siguiente encuentro igual volumen de originales o incluso más. Diría que se retroalimentan y las mismas escrituras se duplican. Hay momentos que me siento como Sísifo. ¿Sabes a quién me refiero?». Negué con la cabeza a pesar de tener una leve idea de que ese nombre estaba asociado a algún mito. Busqué en el móvil. Era un personaje de la mitología griega, rey de Corinto célebre por sus fechorías y por timar a la muerte, y castigado por Zeus a llevar una piedra redonda hasta lo alto de una montaña una y otra vez. Su analogía me intrigó porque igual él también se suponía un Sísifo moderno condenado a una existencia absurda. «Es una colosal y aburrida», replicó con un deje de amargura en su voz. «A veces me pregunto si no sería mejor dejar que todo se pudra aquí, que la memoria se diluya en este mar de papeles sin importancia. Pero algo me impulsa a seguir, a desentrañar qué debe ser guardado y qué no. Es un compromiso que me incomoda, pero que no puedo rehusar».

Descansé en el único asiento disponible, una vieja y destartalada mecedora de mimbre que crujió bajo mi peso. El ambiente cargado de polvo y la penumbra de la habitación me producían una sensación de claustrofobia. Observé al hombre, encorvado sobre su escritorio, inspeccionando concienzudamente cada folio antes de colocarlo en una de las dos cestas cercanas a él, una para destruir, la otra para guardar. Le ofrecí ayuda, entonces, en un acto de condescendencia para para aliviar su carga. Él hombre me miró con sorpresa desde el fondo de sus ojos grises reflejando la tenue luz de las lamparillas. «¿Qué podrías hacer?», me preguntó. Dudé y le respondí sin saber qué, «bueno, por si necesitas algo». Un silencio incómodo se apoderó de la habitación. El sonido del crujir del papel y el ocasional toser del hombre eran los únicos sonidos que rompían la quietud. De repente, se levantó y se dirigió hacia la ventana clausurada. «Mira», dijo señalando hacia el exterior. Aparté la vista de la montaña de papeles que me rodeaba y dirigí mi mirada hacia el ventanal exclaustrado. Lo que vi me dejó sin aliento porque tras el cristal opaco se extendía una ciudad de celulosa donde los edificios modernos se mezclaban con las casas antiguas, las calles bulliciosas contrastaban con los parques tranquilos. Era una ciudad llena de contrastes, de belleza y de caos total de papel.

«Esa es la ciudad», dijo con voz melancólica. «La ciudad que yo he ayudado a construir, la ciudad que he visto crecer y cambiar». Su mirada se volvió hacia mí, sus ojos llenos de una profunda tristeza. No supe qué decir. Las palabras parecían insuficientes para expresar la compleja situación. En ese momento, comprendí que no solo estaba rompiendo papeles, sino también intentando destruir su condena.

«Vengo a romper papeles».



Demorados

2.3.24


Los rezagados siempre cumplen su reto de alejamiento.



Nano

1.3.24


Somos mínimas historias ante la inmensidad del tiempo y del Universo.



Babélicos

29.2.24


En la mudez de la noche los sueños son políglotas.



Ineluctables

28.2.24


Siempre estamos enfrentados a lo inevitable.



Substracciones

27.2.24


Una vida plena es aquella que roba tantas emociones a la nada.



Espesamiento

26.2.24


Cada aforismo escribe un libro.



Pasajeros

25.2.24


                                                               A mi amigo Mikhail Carbajal


Me quedé dormido en el metro entre las estaciones de Ataraxia y Thaumazein. Acostumbro a echar una cabezadita cuando el cansancio me vence de vuelta a casa y, en ocasiones, me paso y llego hasta Irrestricto, con lo que supone de pérdida de tiempo. Pero en esta ocasión noté que alguien tocaba mi hombro y mientras despertaba oí la voz joven de una mujer que me decía: ya llegamos. La miré con agradecimiento mientras me apeaba del vagón vacío.



Bamboleos

24.2.24


Si una duda te tambalea no te enfurezcas contra ella.



Inyecciones

23.2.24


El sordo rumor de la rutina inocula el silencio.



Apremiantes

22.2.24


Algo que perjudica al ser humano actual es que espera de todo, una respuesta inmediata.



Pringados

21.2.24


¡Ay de quién nunca haya roto un plato!



Sombreados

20.2.24


Las zonas poco iluminadas del pensamiento son las más difíciles de ver.



Increíble

19.2.24


Más allá de que lo escrito tenga repercusión o no, está el hecho prodigioso de lo creado.



Endofasia

18.2.24


—¿Tú estás escuchando lo que dices?
—¿Qué?
—Esa barbaridad que acabas de soltar.
—No he dicho nada, solo soy tu voz interior.


Originalidades

17.2.24


En todo ser humano existe una cierta carga de patetismo y, especialmente, en algunos hay una exagerada tendencia a su exhibición.



Antidisturbios

16.2.24


Existe gente dotada de una gran capacidad para perturbar la vida ajena.



Proyección

15.2.24


Date la vuelta y verás que solo eres una sombra.



Descodificaciones

14.2.24


El amor siempre nos desentraña ante los demás.



Retroalimentación

13.2.24


Resulta controvertido y circular: amar y enfadarse contra lo amado y luego arrepentirse.



Hablas

12.2.24


La mirada es el lenguaje más sublime del amor.



Viejos oficios

11.2.24


Cada vez que escuchaba la flauta de amolador bajaba a toda prisa para afilar los instrumentos cortantes de la casa. Después se embobaba con las chispas que desprendía el roce del acero contra el esmeril. Contaba que en ese fulgor era capaz de adivinar quién sería su próxima víctima.



Catadióptricos

10.2.24


No sería yo si digo que veo el mundo como lo ven los demás.



Arrimes

9.2.24


Nunca te acuestes con una idea fija, puede que te levantes con un mal pensamiento.



Solucionario

8.2.24


Si toda solución nos parece mal es porque nos gusta lo que hay.



Mejunjes

7.2.24


Al existencialismo siempre le ha venido bien una buena dosis de vitalidad.



Compiladores

6.2.24


Existen coleccionistas de todo menos de nada.



Contextos

5.2.24


Sólo somos la ficción de una realidad.



Imposibles

4.2.24


 —No podemos amarnos, no podemos —le dijo mientras se arrebujaba contra su pecho y les resbalaban las lágrimas.

—Entonces —le preguntó—, ¿esto es el amor?



Vindicantes

3.2.24


Escribir es reivindicar ante el papel lo que la mente idea.



Ilaciones

2.2.24


Es la admiración ausencia de envidia.



Codificación predictiva

1.2.24


Nuestro cerebro nos engaña con tanta facilidad que terminamos por asumir que todo lo que nos indica es cierto.



Voladuras

31.1.24


En la demolición de los segundos es donde más se advierte el vértigo de la existencia.



Partículas

30.1.24


Somos ese electrón tan importante para el átomo, aunque tan insignificante para el Universo.



Arrobamientos

29.1.24


Desde que nace al ser humano lo mecen en una cuna de desvaríos.



Confesiones

28.1.24


«Tengo por costumbre no mirarme al espejo. Una vez miré y me encontré con un desconocido. Pasado mucho tiempo volví a mirar y ya no había nadie».



Formidable

27.1.24


Lo incomparable es aquello que es escrito sin competir contra nada ni nadie.



Minotauros

26.1.24


Nuestro destino es un laberinto de casualidades.




Indolentes

25.1.24


Te harás inmune al mundo cuando la felicidad o la tristeza te sean indiferentes.




Reluctantes

24.1.24


Las personas refractarias no dejan penetrar la luz de las ideas ajenas.




Succiones

23.1.24


Con más o menos resistencia, todos seremos avenados por el sumidero existencial.



Oxidaciones

22.1.24


Toda teoría filosófica se entumece ante su realidad práctica.



La costurera

21.1.24


Se hizo un traje de tela marinera y resultó la mujer más admirada por las sirenas.



Oráculo

20.1.24


Mañana no estaré escribiendo porque habré muerto.




Contagiados

19.1.24


Dar ejemplo es mejor que dar consejo.




Incontrovertible

18.1.24


Las dos certezas incuestionables son las de que moriremos porque hemos nacido.




Desprendimiento

17.1.24


En ocasiones he soñado que volvía a ser yo.




Recuadros

16.1.24


Cada persona ve el mundo por una ventana distinta y esa marcación es determinante su visión.




Física aforística

15.1.24


El aforismo es un agujero negro donde existe tal intensidad de las ideas que, salvo por la lucidez de la mente, no puede escapar ningún razonamiento o radiación de inteligencia.




El viejo sabio

14.1.24


Cada día ofrecía una lección magistral desde la cima de la montaña. Desde allí lo escuchaban atentos los amaneceres, los cielos rojos, el viento, las nubes y el mar calmo. Si les faltaban sus palabras cambiaban a fieros.




Impasibilidades

13.1.24


Al Universo le es indiferente tu tristeza o tu alegría.




Indefensiones

12.1.24


Somos, a menudo, nuestra propia enfermedad.




Siniestros

11.1.24


Cuando tu mundo se derrumba, debes de aprender a respirar bajo los escombros.




Divergencias

10.1.24


La tolerancia no puede ser cómplice de la intransigencia.




Infinitudes

9.1.24


Si lo piensas bien nunca habrás existido.




Reciedumbres

8.1.24


Si duro es saber morir, más duro es saber vivir.







Final inesperado

7.1.24


La Nochevieja y el Año nuevo tuvieron un idilio y decidieron alejarse del bullicio. Desde entonces no se han vuelto a ver celebraciones.




Preliminares

6.1.24


El amor comienza por un juego inocente.




Suspicaces


Desde la tristeza siempre es sospechosa la alegría.







Discrepantes

4.1.24


Llevar la contraria es invertir el pensamiento.




Realces

3.1.24


Una manera de ennoblecernos es dignificando a los demás.