—La
casa se hace más grande y más cuando se vacía de personas y, entonces, es
cuando surgen las elucubraciones.
—Estando
solita en casa una tarde, cogí un lápiz y una cuartilla y empecé a esbozar un
diccionario. Al principio, pensé que sería un trabajo breve, unos seis meses,
pero se convirtió en 15 años. Esta labor es un reflejo de mi compromiso con la
lengua y con la idea de que cualquier libro, en cualquier lugar, debe estar al
alcance de cualquier persona.
—Usted
suele decir que su diccionario es único en el mundo. ¿Qué lo hace diferente del
diccionario de la Academia?
—El
diccionario de la Academia es el diccionario de la autoridad. En el mío, no se
ha tenido demasiado en cuenta la autoridad. Yo lo concebí como un instrumento
para guiar en el uso del español, tanto para quienes lo tienen como idioma
propio como para quienes lo están aprendiendo. Mi enfoque es más práctico y
accesible.
—Como
para quien quiere aprender.
—La
educación es la base del progreso. Considero que leer es un derecho, incluso
espiritual. Debemos aspirar a una organización que permita que cualquier
lector, en cualquier lugar, pueda conseguir cualquier libro que le interese. La
igualdad en el acceso al conocimiento es fundamental.
—Ya
no hay filólogos que dediquen media vida a hacer un diccionario como el suyo.
—Las
nuevas tecnologías han convertido esta tarea en una labor colectiva. Ya no se
trata de un esfuerzo solitario; el conocimiento y la lengua evolucionan
constantemente, y es esencial que todos participen en este proceso. Este cambio
es positivo, ya que enriquece el idioma y lo hace más inclusivo.
—¿La
clase de su diccionario está en la usabilidad?
—La
denominación de uso aplicada a este
diccionario significa que constituye un instrumento para guiar en el uso del
español, tanto a los que lo tienen como idioma propio como a aquellos que lo
aprenden y han llegado, en el conocimiento de él, a ese punto en el que el
diccionario bilingüe puede y debe ser substituido por un diccionario en el
propio idioma que se aprende.
—Nunca
te dejaron entrar en la Academia a pesar de su insigne obra.
—Desde
luego, es una cosa indicada que un filósofo entre en la Academia y yo me quede
fuera. Sin embargo, si ese diccionario lo hubiera escrito un hombre, dirían:
«¡Pero, y ese hombre, ¿cómo no está en la Academia!?» Mi exclusión resalta las
desigualdades aún presentes en el reconocimiento de las contribuciones de las
mujeres en el ámbito académico y cultural.
—¿Qué
misión tiene un bibliotecario?
—El
bibliotecario, para poner entusiasmo en su tarea, necesita creer en estas dos
cosas: en la capacidad de mejoramiento espiritual de la gente a quien va a
servir y en la eficacia de su propia misión para servir a ese mejoramiento.
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