Intríngulis

3.2.10



¿Tener defectos es una virtud?

Sosiegos

2.2.10



—Te veo tranquilo.

—No sé por qué no iba a estarlo.

—La situación merece estar en tensión.

—Con el estrés no es bueno pasarse. Hay quien sospecha que en las personas estresadas hay una mayor incidencia de cáncer.

—Lo que no se puede es tener la sangre en pastillas.

—Para la desesperación nunca es tarde.

Eterno ahora

1.2.10



«El futuro tiene muchos nombres. Para los débiles es lo inalcanzable. Para los temerosos, lo desconocido. Para los valientes, es la oportunidad», según Víctor Hugo. En cambio para el maestro zen sólo existe el ahora irresistible, en el que debemos y estar y permanecer con todas las consecuencias porque, aunque mañana muera, hoy estoy vivo.

Cuento predador

31.1.10




Devoró al lector.



Atestación

30.1.10



Si el mundo es como es, es porque sobre él pesan todos los conocimientos, todos los avances científicos. E igualmente todas las necedades.

El farol de Guno

29.1.10



Guno era un hombre ciego. Cuando caminaba de noche por la calle se iluminaba con un farol y explicaba, a quien le preguntaba, que la luz no era para ver la calzada que conocía de memoria, sino para iluminar el camino a los demás. Es una historia conocida en la que hay quienes ven la moraleja de la entrega hacia los demás.

Quizás en un mundo antiguo la fábula de Guno tuviera sentido, no en cambio en este. En los tiempos enceguecidos que corren, muchos son los que necesitan ser vistos, llamar la atención para que el ojo ciego de la actualidad y de la fama. Por eso encienden su farol, para saber que sepan que están ahí.


Corrientes

28.1.10



Internet es como el mar: siempre en movimiento. O para ser más lírico se puede recurrir a un verso del 'Cementerio marino' de Paul Valery, de forma intertextualizada: Internet, Internet, «toujours recommencée.»

Correcciones

27.1.10



¿Es la respuesta correcta o la sincera la que mejora el mundo?

Ontología del diálogo

26.1.10



—¿Quién habla ahora?

—No soy yo.

—Entonces ¿soy quien pregunta?

—Es probable.

—Y tú que me respondes quién eres. ¿No eres acaso ese otro yo?

—No podría decirte si yo soy tú mismo.

—Será quien nos escribe el que habla.

—Puede que sólo sea a quien escucha al pensar.

—Entonces somos los hijos de su pensamiento.

—No, sólo simple diálogo leído por un lector. Eso es lo que somos.

—Permite que dude.

La variante de Boylston

25.1.10



Guy de Maupassant, a quien Nietzsche definió como «un verdadero romano», advierte que «la dicha está sólo en la esperanza, en la ilusión sin fin.» Algo así como una Banda de Möebius en el plano inmaterial que nos hace ilusos dentro de una conectividad infinita.

Egoístas

24.1.10




Tenía tanto ego que le resultaba imposible soportarse a sí mismo y le disparó al espejo.



Artistas

23.1.10



La dignidad de la obra de arte llega hasta donde alcanza la honestidad de su creador consigo mismo.


Tiempo muerto

22.1.10



El tiempo es como el tejido epidérmico. Los segundos se nos caen como células muertas. Bajan por las cañerías del recuerdo hasta el olvido. A veces me tienta resucitar ese tiempo muerto.

Miro con el catalejo de la memoria y busco un recuerdo temprano. Me veo, muy niño, enfermo en cama, la radio encendida y una agradable voz de mujer como compaña. Noto la luz de una mañana luminosa, advierto mi ingenua imaginación por penetrar dentro de aquel artilugio a conocer a ese primer amor. Me siento prisionero en un pijama, las alas cortadas.

Por fortuna queda una caricia de mamá en casa.

Leer el periódico

21.1.10



Internet ha variado los modos de lectura de la información, hecho que causa una enorme desazón en el negocio periodístico por lo que supone de revolucionario. Ya no es que se abandone el papel que, cada año, irá a menos (se estima en una disminución del 3’5% en 2012), es que los lectores que visitan ‘Google Noticias’ sólo leen los titulares en un porcentaje del 44 por ciento y no van a la fuente del diario que lo suministra a leer la noticia, según ‘TechCrunch’.

Es más, si hace unos años era un 33% las personas que acudían a las fuentes digitales para estar informadas, ahora ese porcentaje llega hasta el 57 por ciento, y además se sienten más atraídas a acudir a los ‘agregadores de noticias’ (un 31 por ciento) que a la propia fuente digital (8 por ciento), o a cualquier otra ‘web’ (18 por ciento).

Panorama opaco que ofrece otros datos como que tan sólo el diez por ciento de los usuarios de noticias están dispuestos a pagar por un periódico impreso o en línea, mientras el 75 por ciento buscaría una fuente diferente de información si tuviera que pagar por leer las noticias. Tan sólo de esta quema se salvan los periódicos locales porque mantienen un dominio sobre temas muy concretos.

Interrogados

20.1.10



¿Somos la respuesta dada de una pregunta incorrecta?

Maneras

19.1.10



—¿Nos da presteza el mundo para encauzar nuestro destino?

—¿A qué te refieres?

—Por ejemplo, si al asesino le da frialdad o arrebato para matar; al mendigo resignación para ser pobre; al suicida desesperación para acabar con su vida.

—Piensas en una habilidad para ejecutar aquello que nos alcanza.

—Pienso que me planteo hablar contigo, en este momento, y no en estar asaltando un banco o enrolado en una oenegé. Soy más capaz de charlar sin más que de realizar esas otras cosas que son para mí pura teoría.

—Supongo que es cuestión de proponérselo.

—No sé. Es posible que nunca pudiera ser un asesino o un suicida pero sé que tampoco político, profesor o mecánico.

—Todo es probar.

Lírica antropológica

18.1.10



Gehlen anuncia que «el hombre es esencialmente un animal auto poético, un ser que debe crearse a sí mismo». Y destruirse a sí mismo con la antipoética de su necedad. El lirismo humano es tan conmovedor que alcanza el estupor cuando crea y cuando destruye.

Ocultación

17.1.10



La pelota dibujó una hipérbola en cielo hasta que tapó el sol y se produjo un eclipse de fútbol.

Exhorto

16.1.10



Cualquier cosa es más primordial que leer esta bitácora. Así que anda, te aliento a que vayas a hacer aquello que no debes demorar.

Laberinto

15.1.10



Nací en un corral de comedias abandonado a su suerte como casa de alquiler. Era un edificio laberíntico que dimensionó mis primeras experiencias y las condicionó a una maraña mental. Moraban el inmueble una prodigiosa vecindad y un tropel de niños.

Aquel dédalo de pasillos oscuros y sinuosos, flanqueados por altas puertas casi siempre cerradas, escaleras que ascendían y descendían por todos los rincones, y amplías azoteas, fue para mí la primera colmena humana y el lugar iniciático de mis juegos y amistades.

Una balaustrada de madera pintada de verde rodeaba el patio central en sus dos alturas, mientras en su planta baja habían instalado una carpintería que impregnaba el ambiente con olor a virutas. En cenital observación, miraba a los obreros clavar puntillas, aserrar maderas, cepillar las tablas y lijar las superficies de los muebles construidos. A veces pedíamos trozos de material de desecho para improvisar juguetes.

Especialmente me gustaba visitar la casa del maestro. Don José era un tipo bondadoso de voz ronca que vivía con su mujer, doña Lola, quien ofrecía clases particulares aunque nunca supe si tenía el título de profesora, y sus dos guapas hijas ya en la mocedad y preparando sus estudios: Lolita y Mari Pepa. Allí me sentía querido y solía obtener la recompensa de algún caramelo junto a los arrumacos y mimos de las tres mujeres cuando las visitaba.

Cercana a esa puerta vivía Petra, casada con Pepe un repartidor de dulces, y el padre de ésta que se dedicaba a vender barquillos de canela. Su afecto era tan exquisito conmigo como los dulces con los que se ganaban la vida.

Una de las casas que más me atraía era la de una familia formada por ocho hermanos, siete niñas y un niño. Allí reinaba el caos. Siempre había juegos, discusiones entre menores y mayores, regañinas de la madre y alboroto. Podía entrar cuando quisiera porque era la única puerta que permanecía abierta y donde, permanentemente, se producía alguna escena disparatada que presenciar. Pasaba horas hasta que mi madre me requería porque no era muy partidaria de que estuviera tanto tiempo en casa ajena, algo que no entendía.

La puerta de Carmen y Pepe era otra donde recibía cariño y bondad. Era un matrimonio sin hijos y eso entre personas de clase humilde era como un sello de tristeza. Me agasajaban de tal manera que a veces me sentía abrumado. Supe, años después y lejos de allí, que les nació una hija enferma de corazón pero que les colmó de alegría.
Uno de mis aliados fue Miguelito que tenía una hermana más pequeña que él. Juntos un día decidimos ir a buscar la mitológica selva donde habitaba Tarzán el de los monos. Por suerte un familiar se topó con nosotros y nos devolvió a casa antes de extraviarnos.

En la puerta contigua a mi casa vivían las hijas de Amelia. Cuatro guapas mozas de las que creo, mi corazón de niño, estaba prendado. Todas tenían novio y alguna escena de celos infantiles protagonicé, en especial cuando mojé, con el agua de un barreño, a uno de sus pretendientes.

Donde percibían más tristeza era en la casa de Josefa. Apenas había muebles ni utensilios y sus dos hijas no andaban ni bien de ropa, ni de alimentos y sobre todo de juguetes. A pesar de ello la mayor que me aventajaba en un par de años era como una enciclopedia para mí por la cantidad de secretos que era capaz de revelarme sobre el mundo de los adultos.

Al fondo de uno de los pasadizos estaba instalado don José que se dedicaba a arreglar todo tipo de maquinaria doméstica. No era muy hablador y más bien hosco con los niños pero su abigarrado mundo de herramientas y cachivaches era cautivador a mi mirada.
También vivía un sastre serio con sus cuatro hijos, en cambio a los niños nos gustaba más mirar por la cristalera de un taller de modistas que había, fuera del edificio, en un recodo de aquella calle llamada Comedias.

El minotauro de aquel laberinto era la lobreguez de los pasillos de baldosas destartaladas y que los niños solíamos vencer con una rauda salida hasta la calle.