Tengo un grave problema con los lugares de espera. Se me demora todo. Me para la mujer de la limpieza, el niño y el anciano; me detienen los amigos y los conocidos; me pausan quienes quieren saber y quienes lo saben todo.
Quieren que les escuche y yo, que me nutro de palabras, me detengo y les miro a la cara y no puedo seguir adelante, aunque nunca llegue puntual al destino. Y entonces recuerdo aquello que escribió Cioran que «la puntualidad es una variedad de la ‘locura del escrúpulo’».