Andaba yo griposo hace unos días cuando me encontré, felizmente, a mi amigo médico Jesús. Tener un amigo médico es como que te visiten en casa y no te cobren la consulta, siempre terminas preguntándole por cualquier achaque.
–¿Cómo te va? –me preguntó.
–Pues ya ves con un resfriado a cuestas. Para esto qué hay –le dije.
–Para eso –me respondió con una sonrisa irónica-, no hay nada mejor que el calor de pecho ajeno.