—Buenos días señor Lichtenberg. ¿No se lleva una verduritas frescas?
—No lo aconseja el momento.
—Eso son cosas del sistema.
—Los sistemas no sólo ofrecen la posibilidad de obligar a reflexionar sobre las cosas desde un cierto punto de vista, sino también la de hacer pensar en las cosas mismas. Esta última ventaja es, de lejos, indiscutiblemente más importante que la primera.
—Pero las cosas no van a cambiar.
—El hombre carece del poder necesario para modelar el mundo según sus antojos, pero tiene al menos el de tallar lentes que le permiten hacerlo parecer casi como él lo desea.
—Con la que está cayendo hasta eso me parece exagerado.
—Cuando los que mandan pierden la vergüenza, los que obedecen, pierden el respeto.
—Será que hablan idiomas diferentes.
—Es como si nuestros idiomas estuvieran confundidos. Pedimos un pensamiento, y nos dan una palabra. Exigimos una palabra, y nos dan puntos suspensivos; esperamos puntos suspensivos, y surge una obscenidad.
—Sorprende tanta perplejidad.
—¿Qué tiene de sorprendente que a los individuos insignificantes les guste tanto contemplarse en los espejos? Se ven en el espejo en toda su magnitud. Si un sabio poseyera un espejo en el que, como ellos, pudiera verse en toda su dimensión, quizá no lo abandonaría nunca y contribuir más a la paz del alma que carecer en absoluto de opinión.
—¿La paz eterna?
—Es espantoso vivir cuando no se quiere vivir, pero mucho más terrible sería ser inmortal cuando se quiere morir.
—Aquí tiene su compra y que tenga un buen día.
—Concede a tu mente el hábito de la duda y a tu corazón el de la tolerancia.
15-M:«
Precarios del mundo no tenéis qué perder, excepto vuestras cadenas »