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Redichas

22.1.20



Hay personas que minimizan la opinión de los demás porque, cuenten lo que cuenten en su conversación, sea bueno o malo lo que les ha ocurrido, a ellas siempre les ha pasado algo similar, pero en grado superior. 

Ruperta es uno de esos seres donde un vórtice del Universo concentra la adversidad. Cualquier padecimiento referido, a la hora del bocadillo, entre las compañeras de la línea del manipulado de hortalizas en la que trabaja, ella lo supera con otra dolencia. En caso de que no la haya sufrido tiene algún pariente cercano, lejano o conocido, que padece esa misma enfermedad en gravedad superlativa. 

En su síndrome de empequeñecer a todos, no se da cuenta que nadie atiende a su protagonismo y sus palabras terminan siendo como un eco en un túnel de vacío.



Sin fronteras

20.1.20




Haruka es un agricultor japonés que enseña cómo cultivar una variedad específica de hortaliza en España creada por la empresa a la que pertenece. Su nombre significa lejano, igual que la distancia que existe con su nación. Le pregunto si no siente nostalgia por todo lo que dejó atrás en su hermoso país y que quizás no vuelva a ver, por el desarraigo que supone dejar atrás su tierra. Él entonces me dice con una sonrisa sosegada e iluminadora: «trasladé la patria conmigo, mi esposa y mis dos hijos están aquí».



Vocaciones perdidas

11.11.19



En cierta ocasión, un buen colega de profesión, me hizo una confesión sincera: «a ti lo que te pasa es que eres mejor poeta que periodista». Lo dijo como un halago a mis versos entonces bisoños y soñadores, pero le debió sonar fatal y rectificó sobre la marcha para señalar que no es que fuera mal periodista. No le dejé terminar la frase porque lo vi apurado y le dije que había entendido lo que quería decir. Pero aquella anécdota abrió las grietas de la duda y el auto interrogatorio. 

Lo mejor de mí, supe, no iba a salir de mi profesión y mi salario, sometida a las ganancias empresariales y beneficios de los integrantes de los consejos de administración, y en la que a pesar de todo he puesto la dignidad que soy capaz de ejercer en ella y mi entrega profesional. También razoné que siempre conseguiría lo mejor donde no hubiera límites y expresará lo que pienso y lo que siento. Por eso deduzco que el poeta le ganó al periodista.





Cazadores

9.11.19



Nada más tropezarme con él se me vino a la mente la imagen de Ignatius J. Reilly, el protagonista de la novela de John Kennedy Toole, ‘La conjura de los necios’. 
—Voy disfrazado de cazador de fieras —me comentó. 
—Ya te veo —sonreí—. Aunque me parece que vas a cazar a pocas por aquí. 
—No te creas, en la ciudad hay todo tipo de depredadores. 
—Eso es en la selva. 
—No, mira allí viene uno —me dijo señalando al director de la sucursal bancaria.



Alucinaciones

1.11.19



Era muy joven cuando falleció. Llegó a la redacción un verano a realizar las prácticas. Buena gente y cálida muchacha. Después me enteré de su repentino fallecimiento, al parecer por una cardiopatía congénita. 

Ahora al pasar los años, cuando recuerdo su imagen y las conversaciones mantenidas, tengo la sensación de que nada de aquello fue cierto, que hablé con un fantasma, tibia semblanza de la existencia, que vive en mi mente poblada de tantos muertos.



Pillastres

4.10.19



Recuerdo un chiste donde dos amigos se enfrentan al dilema de elegir entre dos gambas de diferente tamaño servidas en la tapa de un bar. Antonio se lanza decidido a coger la más grande por lo que es recriminado por su compañero, al entender Manuel que se trata de un gesto desconsiderado. Antonio le pregunta cuál hubiera elegido él, a lo que Manuel responde que la de menor talla. Entonces Antonio le explica que por eso cogió la mayor, ya que de todas formas su amigo nunca la hubiera elegido. 

El chiste desprende una moralina que viene a decir que quien es el más desconsiderado y listillo es quien se sale con la suya, actitud premiada socialmente por muchas personas. 

Pero existen otras soluciones que no plantea la historieta, como haber partido los mariscos por la mitad, desde la solidaridad, y hacer un reparto justo de la comida. Esta anécdota es el reflejo de muchos personajes a los que ampara la picaresca.



Invenciones cotidianas

3.10.19


Una persona habla sola en voz alta y piensa que está practicando un monólogo interior. Otra persona supone que ha abierto una puerta porque tiene la llave en sus manos (pero estaba abierta ya). Incluso yo mismo trato de evitar un bache que permaneció durante varios meses en la carretera, pero ya no existe. Gran parte de nuestro mundo trata de una realidad inventada que consideramos verídica, solo por el hecho de ser pensada, y que queda como tal si no es confrontada desde otro punto de vista.



Encuentros

25.9.19



Hoy he saludado a un viejo amigo al que no veía desde hace diez o quince años. Ha sido un encuentro breve y grato, donde en unos minutos hemos actualizado nuestra información vital. Tras un abrazo cariñoso y una despedida de buenos deseos, me he alejado de él pensando que cuando transcurra un lapsus de tiempo similar, igual alguno de los dos o los dos, podríamos haber dejado de existir. Es lo que tienen el paso de tiempo, todo lo convierte en anecdótico, incluido este juego deleitoso por disfrutar del resto de los días.



Iterativos

24.9.19



Entre los personajes que pueblan la urbanidad hay uno cuya principal característica es la invariabilidad. Siempre repite la misma frase (graciosa para él) sobre un mismo hecho. Por ejemplo, cuando hay una variación en la imagen corporal o la vestimenta de alguna persona que conoce, siempre repite: «¿Qué, ya vamos de fiesta?» Ante tanta repetición me pregunto si es la falta de memoria o de imaginación donde tiene fijados sus límites retóricos.



Escenarios

18.9.19



Me recuerdo caminando por la gran ciudad sin ser nadie, bajo el paraguas de mis pensamientos, para no mojarme de la lluvia ácida de la soledad. Pasos alegres sobre el asfalto triste, la mirada en el horizonte de toda observación. Detalles de la vida urbana extendida sobre el paisanaje: un hombre fuma distraído mientras por dentro le golpean las ideas, arroja la colilla al suelo y la restriega con la suela de sus zapatos como queriendo aplastar lo que le atormenta; una colegiala con cara de ángel camina en su uniforme, ensimismada, con los calcetines caídos; una madre engancha las ruedas de su carrito en una grieta de la acera y ante la desesperación su bebé sonríe con el traqueteo; un albañil tira al suelo una bola de papel cuando empieza a hacer la digestión de su bocadillo; una persona digna dice que han complicado el mundo para que sigamos siendo ignorantes de lo que ocurre; una chica desde un cartel me invita a tomar una copa de coñac y me recuerda ‘que es cosa de hombres’; el chófer del autobús le escupe una mirada a último viajero que sube con torpeza; me suda la mano izquierda por el plástico con que he forrado el libro ‘Principios de psicología’ de José Luis Pinillos; una bocanada de olor a pan caliente me envuelve al pasar delante de un panadería perdida en el barrio; unos jóvenes me intentan robar el reloj y un estanquero me defiende espantándolos con un palo; mis pasos me deslizan más allá de lo que soy y de lo que seré ahora que han pasado tantos años de aquello, me llevan hasta una vivienda de estudiantes universitarios de la calle Arabial; subo los escalones a horcajadas y en la cuarta planta entro a un desvencijado piso desde donde veo la ciudad igual que un cosmonauta divisa el planeta en su nave espacial; escucho los lamentos de una vecina, incluso golpes; llaman al timbre de la puerta y es el casero para cobrar el alquiler; el invierno oscurece el día pronto o es la ciudad que se ennegrece de repente; soy barbilampiño, flaco, estoy asustado ante el porvenir que tendré y que ignoro; los otros inquilinos llegan de uno en uno vestidos de sus personajes, también desconocedores de su predestinación; por ejemplo, digamos que el estudiante de Medicina acabará como funcionario de prisiones, que el alumno de Derecho terminará en un triste despacho de recaudación tributaria, que el estudiante de Magisterio morirá joven de esclerosis múltiple, después de que esa novia a la que quiso tanto lo abandonara siendo ya su mujer, que el aprendiz de Psicología dejará sin terminar la carrera, aunque aventajara a todos en el amor hecho carne, que yo mismo con un trastorno poético me creyera Rimbaud algunas tardes como la que escriben estas letras ahora, visionario de un futuro pasado.



Fogatas

12.9.19



Un buen autor es quien arde junto a sus personajes.



En la arena

31.7.19



Todos somos personajes de un circo muy pequeño.



Apolo XI

20.7.19



Nunca había mirado la Luna como aquella noche. Sentados a la puerta de casa para aprovechar el relente después de otra larga jornada calurosa de julio y mientras los mayores discutían sobre la veracidad de aquella proeza humana, trataba de ver a simple vista a los astronautas saltando por la superficie del satélite, entre la curiosidad de saber cómo sería andar sin gravedad y la aprensión de haber viajado tan lejos, rodeados de tanto espacio vacío. Me fui a la cama con un poco menos de inocencia.



Fragancias

13.7.19



Cuando siendo tan joven me dio por imitar los versos de César Vallejo, escribía deleznables poemas de aprendizaje y me sentía el poeta mismo, en su hondura y desesperación existencial. 

Hoy al releer de nuevo al maestro peruano me vuelve el aroma de esa época imperfectamente humana, surrealista y libérrima, pero es solo su perfume porque el tiempo se evaporó.

Las lumbres

25.6.19



En mi niñez no había hogueras, eran lumbres. Los críos encendíamos lumbres en cualquier descampado y las madres nos regañaban con un «ya vienes oliendo a gitano otra vez». Y el día de san Juan los chavales nos dedicábamos a buscar toda la leña y maderas que localizábamos para hacer una gran pira, y coronarla colocando un muñeco hecho de tela con figura de hombre. Esa noche tocaba quemar las barbas a san Juan porque lo decía la tradición, mientras las chispas levitaban iluminando de rojo el cielo negro y creaban figuras imaginarias. 
Los chiquillos jugábamos alrededor del fuego, atraídos por el ígneo magnetismo de las llamas, y desde la lejanía se divisaba el resplandor de las fogatas encendidas en otros barrios de la ciudad, entonces alumbrada pobremente con muy pocas luces. Y mientras se extinguían las ascuas se escuchaban historias populares y leyendas al rescoldo del fuego.



Primera lección

8.6.19



Pronto aprendí la lección. Tenía diecisiete años cuando me presenté a mi primer concurso literario y la experiencia me haría entender con el paso del tiempo que, cuando escribes, tienes dos caminos. Ser libre a toda costa y expresar lo que piensas y sientes, o ser domesticado. De manera intuitiva elegí la primera dirección porque lo que deseaba con todo mi corazón era escribir. Lo otro, plegarme a lo correcto, alabar al maestro, hacer una genuflexión literaria ante las figuras consagradas, no me salía porque pensaba que lo que me había llevado hasta allí no era eso. 

Una mujer inteligente y valiente me ayudó. Mi profesora de Bachillerato, María Sánchez Arana, me hizo sentir cuál era el camino a seguir. Miembro del jurado de aquel concurso literario, conoció de la existencia de mi trabajo por azar. Su compañera de piso, otra excelente profesora de la que tuve la fortuna de aprender, Mari Ángeles Díaz, me pidió que le entregara el cuento tras leerlo en clase y no tener referencias del mismo. 

A los pocos días fui citado por María quien me explicó que mi cuento había sido descalificado sin que llegara a ella. Después me expuso cuál había sido en motivo para tan decisión. 

El relato incomodaba porque en el mismo se caricaturizaba a los jurados literarios. Y entonces fue cuando mi profesora, con sutil estrategia, les planteó un dilema: «Tienen dos opciones. O descalifican el cuento y ustedes son como los personajes que aparecen en él. O lo dejan participar en igual de condiciones que al resto de concursantes». 

Para mi sorpresa, decidieron otorgarme el primer premio del certamen, aunque me escamotearon parte del dinero con el que estaba dotado. 

En mi memoria siempre estará el agradecimiento a estas dos mujeres por todo lo que enseñaron, por su atrevimiento y su clarividencia. Y porque a veces hago cábalas sobre si mi recorrido en la escritura no se hubiera frustrado para siempre sin la fortuna de su implicación y ayuda.



Pasar el tablón

10.5.19




Aquellos chaparrones de octubre traen a mi memoria vivencias asombrosas de la infancia. Los días que la lluvia anegaba las calles solían colocar un tablón de una parte a otra de la calle y que la gente pudiera cruzar sin mojarse los pies. Al salir de casa llevaba la advertencia de mi madre para que usara, con cuidado, aquel puente improvisado y mantenerme seco para ir al colegio o para volver a casa. 

Pasar por el madero y mantener el equilibrio para no caer suponía un cierto temor en mi mente infantil, porque dudaba si pasar rápido o atravesarlo lentamente con tal de no empaparme, algo que azoraba mi mente inocente de experiencias. 

Aunque la sensación que más me impresionaba era sentir bajos mis pies la ondulación de la manera que vibraba por el peso y trasmitía un temblor a todo mi cuerpo, provocando un momento de vacilación y miedo a ponerme chorreando. Impresión semejante a la que experimentamos en nuestra vida cuando tenemos que cruzar esos momentos que nos llenan de angustia y vértigo. 



Ceremonias

4.5.19



Los ritos sociales, en especial los religiosos, he tratado de interpretarlos más como la repetición de un hecho incuestionable que pasa de generación a generación, que como un verdadero sentimiento y vocación por el hecho reiterado. En la mayoría de los casos se trata de exteriorizar el estatus social entre el círculo de parientes y amistades. Lo he podido comprobar con familiares donde la invitación era ineludible y que, tras el ceremonial, no lo han continuado alejándose de la iglesia con la misma celeridad que se aproximaron. No les reprocho nada porque es su forma de pensar y lo asumen como algo normal. 

Viene contar esto aquí, porque presencié una escena hace unos días ante el requerimiento de una madre para que su hijo de diez años fuera a la catequesis, y mientras el niño se resistía a ello, lo oí decir con total espontaneidad: «me estáis obligando a ser católico».



Tabernario

2.5.19



Mi amigo Julio, catedrático de las barras de bar, me soltó hace unos días una de sus frases lapidarias: «Deberíamos durar noventa años como niños y después morirnos». Y sé que nunca ha leído Peter Pan.



Fachadas

20.3.19



Una sola confidencia privada sobre aquella persona y todo el andamiaje de su personalidad se me vino abajo. Hasta ese momento no había visto nada en ella que me inquietara, tan solo a veces entendía que quería representar un personaje que no le correspondía totalmente. En cambio, llegada esa revelación todo pareció deconstruirse y cada gesto suyo tenían una lectura diferente. Es sorprendente hasta qué punto estamos hechos de impresiones y moldeados por las apariencias que nos ofrecen. A falta de saber si es verdad o no el testimonio, la persona protagonista queda en el limbo de mis apreciaciones, donde no es buena ni mala ni todo lo contrario y a quien no puedo estimar ni rechazar rotundamente.