Mostrando entradas con la etiqueta historias. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta historias. Mostrar todas las entradas

Última solución

29.9.20



De niño jugaba al fútbol en campos destartalados mientras soñaba despierto que estaba en un impresionante estadio y yo era un gran delantero. De joven dibujé planos de edificios con arquitecturas imposibles y croquis con diseños de construcciones sublimes. Las patadas arruinaron mi estrellato futbolístico y las matemáticas enterraron mi carrera de urbanista. Al final no quedó otra cosa que no fuera escribir.



Pocas luces

1.9.20



Octavio, amigo y lector, pausado y amante del buen vino, heredero del apodo familiar pocasluces, nada más verme me regala esta cita: «Antes la gente sabía pocas cosas, pero entendía de algo. Ahora, en cambio, saben muchas, pero no entienden nada». Y tras sonreírme se marcha.



Astigmatismo

12.6.20



Una aberración óptica es una anomalía que causa extravíos en la visión y da lugar a imágenes con falta de claridad. Ciertamente la mirada retrospectiva de algunas personas es siempre bondadosa sobre pasajes de otras épocas, realza los valores positivos que en ellas se daban y ensalzan a sus protagonistas principales. Fuera de su enfoque queda, claro está, el resto de calamidades que la mayoría de sus coetáneos padecieron. Una corrección para esa escasa lucidez le daría un mayor grado de conocimiento o de identificación con los demás.



Azoramientos

2.6.20



Un hombre busca con afán en su monedero algunas monedas. Ahonda con sus dedos en el interior oscuro pero no halla nada con que pagar su necesidad. Y así busco yo, con inquietud, en el pozo sin fondo de la existencia humana.




Desvencijado

9.5.20



Conocí a un joven poeta que fue a París donde se deslumbró con la luz macilenta de sus calles y el bullicioso reposo de sus muertos, que pisó el mismo adoquinado por donde anduvieron aquellos nombres propios que nombraron sus señas de identidad caligráfica y la llovizna rítmica de sus sueños, entre itinerarios recorridos por la amistad. Hoy cansado de tiempo ni es joven ni se sabe poeta, ya sombra en un camino polvoriento de mirada ensordecida.



Topología de la confinación

24.4.20



Hay una sucesión de pasos contados a diario entre los armarios y las estanterías, una separación sin distancia entre la mañana y el resto de las horas, el contínuum pensar entre cuatro paredes, el curso de días siameses, la sinalefa de las tareas domésticas, el ininterrumpido paisaje de los muebles, el alargado despertar y la permanente resistencia a ser solo polvo en suspensión. 

Y luego está esta primavera en blanco y negro o solo gris, a la que le han despintado los colores, el rojo amapola, el amarillo margarita, el azul nomeolvides y el violeta anémona. Estos días cenicientos que amanecen sin rostro con sus noches de ónice. Esta vida sin pausa y sin alejamientos en la intimidad doméstica.



Vacunación

23.4.20



Mi infancia está poblada de charcos y botas de agua y chaparrones que oscurecían la ciudad y las ganas de salir a la calle. Mi niñez son historias de cuando llegaban las riadas y arrastraban el fango impertinente de vida y lo vomitaban al mar. Cuando era un bebé mis padres me olvidaron en la cuna una noche de truenos y relámpagos porque el edificio se venía abajo, y en plena oscuridad les iluminó mi llanto de niño abandonado y volvieron preocupados a rescatarme en pañales. 

Mis juegos de lluvia fueron lanzar un hierro contra la tierra embarrada para después saltar a la pata coja donde el clavo se había incrustado; o tratar de detener las pequeñas torrenteras con improvisadas presas de piedras y barro; o jugar a la pelota bajo un manto de agua. 

Mi confinamiento de lluvia ocurrió durante cuarenta días que no paró de llover y el sol desapareció, cuando los niños jugábamos en la calle porque la televisión era poca o no había. Una cuarentena de aguas que ocurrió cuando los adultos nos decían que criaríamos ranas en los bolsillos y la realidad era húmeda y gris y poco alegre. Es por ello que a esta clausura nada le temo. Nos vacunaron en aquel tiempo.



Abril sin sonreír

22.4.20



Nadie nos ha robado el mes de abril, eso son mitos para canciones de cantautores. La primavera está ahí fuera, en la yedra enredada que escala nuestro amurallamiento, en la tórtola anónima que enhebra un nido para el nuevo volar, en el rayo de sol tras la tormenta que nos asusta, en el color del cielo y en el olor a mar. 

Lo que nos han robado son las sonrisas. Clausuradas, censuradas, prohibidas tras una higienizante mascarilla. Su amable presencia, su amplia luz, su horizonte de sucesos genuinos, sus diecisiete músculos articulados, la emoción sincera y nítida de la sonrisa de Duchenne, su espuma refulgente, su cordial comisura, la centésima de segundo que tardamos en pensar un momento de felicidad, su navegar por el agradable océano de la cordialidad, su suspiro de hada, la sonrisa sin gato y la nonata. Eso nos han robado y nos lo devolverán.



Agobios

18.4.20



Dos mujeres jóvenes hablan desde las azoteas de dos edificios enfrentados. Refieren la decepción por el largo encierro y lamentan todas las fiestas de las que han debido abjurar sin haber hecho acto de presencia. 

Al final, como menciona el dicho quien no se consuela es porque no quiere, una de las dos redondea la charla con la frase de desahogo: «Bueno, al menos nos queda Navidad».



Viaje interestelar

16.4.20



No sé si el tiempo pasa muy deprisa o muy despacio, si esto es la anticipación del cielo o del infierno, o es un viaje a una existencia que nos lleve a realizar todo lo que imaginamos que podría ser mejor, o solo el reglón seguido tras la pausa de, otra vez, la vida deteriorada que dejamos parada. 

Quizás nos hallamos dado cuenta de cuantas cosas superfluas e innecesarias acometimos y que nos quitan el tiempo tan necesario para entregarlo a los demás o a una parte de nosotros a la que tratamos malamente. 

¿Estamos en la búsqueda del planeta utopía al que debemos llegar con la energía de los sueños?

Diagnosticados

15.4.20



¿Estamos en una guerra y no lo había notado? ¿Somos la infantería que camina hacia la muerte? ¿Qué combate es el que libramos? ¿Está el enemigo?, que se ponga mientras militarizamos el lenguaje. Dicen que esta batalla la vamos a ganar y que venceremos. Me asusta tanta belicosidad en una ofensiva contra la paz y la palabra. 

Es esta una cuestión sanitaria, vírica y contagiosa que nos confina contra la enfermedad y la muerte. Es una crisis que nos aplana la curva de la felicidad. Es una pandemia, una endemia, una epidemia y una infodemia. 

Es una incubación en la que se buscan antígenos y vacunas, es un baile de mascarillas y de asintomáticos que esperan su dosis del recuerdo para la inmunidad de los patógenos y tolerancia cero.



Tomografías

14.4.20



Tumbado bocarriba miro el techo inmóvil. No me puedo mover según las instrucciones recibidas. Vuelvo entonces mi pensamiento hacia la techumbre blanca y voy dibujando en ella un mapa de acontecimientos y accidentes geográficos para visitar. La máquina me habla entonces, me dice que puedo respirar y pienso que igual lo había olvidado. Me atrae hacia ella y radio diagnostica mis huesos húmeros y los flujos de tristeza. Antes han introducido en mi cuerpo un contraste de luz que aclara mi condición de humano, mi sobresaltos y preocupaciones, el regomeyo de la sobremesa, la torpeza de sentir. Después me pide que aguante la respiración y, tras cerrar los ojos, me imagino un inmersión profunda y oceánica. Otra vez me deja inspirar aire mientras retiene mi nombre y mis signos cardinales. Tras jugar conmigo, me libera. Me voy algo tambaleante y alcanzo la libertad no sé a qué precio.



Montaña rusa

9.4.20



Me asfixio en la cresta del día. Necesito respirar mecánicamente, asistido por la brisa del mar para sentir la vida que ha sido, la que es, la que vendrá tras esta funda de miedo que ha envuelto el mundo. Era una pesadilla real, no un sueño que se deslíe con la luz y deja flotando retazos oníricos por todo el cuerpo. Sé que no es un sueño porque Amelita se ha marchado joven con su bata verde y su mascarilla de pudor, porque Arcadio no sale a pasear por los jardines de la resiliencia más, o porque hay una demora de encuentros aleatorios. 

Asintomático, respiro cuando desaparece la inflamación de la melancolía y me recupero pronto de la incubación de las malas predicciones y se avienen los confortables recuerdos y los días emotivos que quedan por vivir.



Modernidades

3.4.20



Ante el fragor tecnológico de estos días donde millones de mentes infantiles se adiestran en los soportes de la baquelita para vencer el reto digital, recuerdo una niñez lejana de asombro y emoción. 

En el barrio apenas sonaban las radios de válvulas, un avance de modernidad sobre las radios a galena, sin apenas amplificación y algún tocadiscos empleado en las fiestas vecinales para celebrar bautizos, primeras comuniones o guateques, porque de los aparatos de televisión solo teníamos noticias lejanas o al contemplarlos al pasear por el centro comercial de la ciudad. Nos quedábamos pegados a los escaparates atraídos por pequeñas pantallas que emitían imágenes en blanco y negro para recluirse en el hogar, ya que el cine seguía siendo el principal atractivo del entretenimiento. 

El primer televisor que llegó a la vecindad determinó el signo de las relaciones amistosas. Si ese día eras buen amigo de los niños de la vivienda que tenía tele, podías entrar a ver la sesión de tarde del sábado o del domingo. A veces hasta la emisión nocturna era permisible para los más espigados. Nunca pasé tanto miedo como en los cincuenta metros que separaban la casa de mi amigo Rafa de la mía, en una calle con solo una bombilla por iluminación y tras ver alguna noche una serie de terror. Cuando la fraternidad entre críos alcanzaba toda la vecindad en la proyección se podían juntar, en el salón del domicilio, un numeroso público infantil que nunca bajaba de la docena de espectadores. Una invasión en toda regla del domicilio convertido en sala de cine casero. 

Tras aquel primer suceso aconteció la segunda adquisición y la consiguiente mitosis de intereses amigables que repartieron las audiencias. En más de una ocasión penamos por los descampados ante las puertas cerradas de los domicilios por el agotamiento de sus moradores. 

Todo aquello no tuvo parangón con lo que ocurrió al volver del colegio concentrado en mis ensoñaciones pueriles. Algo ocurría en mi calle. Percibí en mi pausado andar que la gente me miraba sonriente y, desconcertado, no adivinaba a entender qué acontecía. Hasta que un zagal me dio la noticia: «te han traído una tele». Emocionado e incrédulo, la distancia hasta mi casa me pareció insalvable a pesar de acelerar mi caminar, mientras una turba de chavales se arremolinaba para felicitarme. Pensé entonces que mis padres habían cedido a las súplicas de mis hermanos y mías. 

Desde esa fecha, aquel aparato ofició como un miembro más de la familia las reuniones del comedor porque todo nos giramos hacia él y dejamos de mirarnos a la cara. Eso sí, aportó la audiencia de las vecinas que, portando sus asientos, participaban en las galas del sábado noche. Nadie podía imaginar entonces el rapto tecnológico de nuestros días. Ni los niños actuales lo creerían.

Sin noticias de la primavera

27.3.20



Confinada la primavera, las flores crecen sin aroma y en los parques juegan niños imaginarios. El vacío de los abrazos y la postergación de las sonrisas hace observancia de los decretos de recogimiento. Remolinos de recuerdos se desatan y las palabras borradas de las conversaciones públicas encuentran eco en las intimidades de los hogares. Astrónomos de la soledad observan las singularidades que, en el horizonte de sucesos, han creado agujeros negros en las oquedades dejadas por los cuerpos. La primavera ha sido aislada en el hospital de las esperas.



Ciudades

25.3.20



Pienso en una ciudad donde cada calle tuviera el nombre de las personas que la habitaron. Calles abiertas a la luz del recuerdo. Represento mi calle con niños jugando y algunos árboles o sin nada de esto. Una callejuela solitaria, espacio abierto para pasear o para buscar otra arteria distinta. Una travesía poco transitada, ni una gran avenida ni una ronda estirada. Una vía recóndita. Sobre todo, me imagino mi calle, un lugar donde nunca ocurrió desgracia alguna.




Astronauta

24.3.20



Hoy toca hacer la compra y me recorre una sensación extraña. Igual que una película de ciencia ficción, donde el protagonista enfundado en un traje espacial, sale a recorrer espacio exterior y se enfrenta a peligros insospechados. Es entonces cuando los espectadores, un poco amedrentados, desean que el personaje regrese sano y salvo. Volveré del súper porque en casa me esperan. 

                                                             ***

Regresé de mi salida tras hacer la compra. Ya en mi ánimo no pesaba el temor a lo inesperado. Volví con un cargamento de extraños alimentos. Adquirí ese aire pesado de tristeza que puebla ahora las calles, el vaciado de sus gentes, ecos silentes allí donde el colorido de las risas y los gritos anidaron, un cuento de silencios relatado en el desierto de asfalto, el viento colándose por los espacios desocupados que dejaron los cuerpos. Compré, después de acompañar a un hatajo de desconocidos enmascarados, apenas comprensibles, reos de una larga expectativa, un pack de esperanza con la que subsistir.



Confinados

22.3.20



De pronto los sueños han comenzado a tener otra sustancialidad. Te vas a la cama no con la sensación de que amanecerá un nuevo día sino el mismo ya vivido, que el horizonte de la mañana no es una nueva jornada diferente a la de ayer y continúas encerrado en la misma libertad.



Encargos

17.3.20



Las mejores historias llegan cuando la realidad es inverosímil. Alguien ha ido dejando pósits en cada esquina que cruzaba con una misma frase: «No me esperes, llegaré». Como las calles están casi vacías estos días han recuperado el sonido de los pájaros y la calma de los domingos. Me ha dado por pensar que el enunciado lo escribió la mano de la primavera. También otra cuaresma de libertad. Otra alucinación colectiva tan llena de sobresaltos y que nos asoma al precipicio de lo que nunca hemos sentido. He guardado de recuerdo uno de esos papelitos amarillos: que no se acabe el invierno. Mañana escribiré otro pósit igual a este, me hace feliz.



Efluvios

16.3.20



Al entrar en aquel estudio de arquitectura lo que más me llamó la atención fue que los tres delineantes estaban cojos. Dos de ellos lesionados por la enfermedad, el tercero solo se había fracturado la pierna jugando al fútbol. Contaba apenas trece años y ese verano mi padre le pidió al arquitecto, con quien mantenía una buena relación laboral, que me admitiera para ir conociendo el oficio de tirar líneas sobre el papel, dado que comencé a estudiar en la Escuela de Artes y Oficios la especialidad de Delineación, y así practicar y conocer los entresijos de los planos, a usar el escalímetro y las reglas Faber Castell de las que estaba enamorado por su color verde esmeralda y su flexibilidad. Allí con pulso tembloroso me amnistiaron de la gota de tinta en el tiralíneas que siempre manchaba el documento, para que comenzara a usar los revolucionarios Rotring

Las tareas que me asignaron eran las más sencillas de la oficina. Una consistía en hacer copias de los planos de las viviendas que eran dibujados en papel vegetal, tras haber realizado el croquis y dibujo con lápiz a escala. Eran copias en papel diazotípico, sensibles a la luz ultravioleta, que tras pasar por una duplicadora heliográfica debían ser reveladas con vapor amoniacal, para lo que tenían que ser introducidas en un cajetín oscuro y de considerable altura. 

Me mandaron a recoger una de ellas. Cuando fui a sacar el dibujo introduje la cabeza y respiré con normalidad. Siguió una sensación de fuego en los pulmones, un olor exasperante y cáustico, y la falta de aire como hasta entonces no había sentido, tras inspirar una bocanada de amoniaco. Salí del pequeño cuarto oscuro donde se revelaban las reproducciones medio trastornado y, en la sonrisa disimulada de los dos jóvenes con su pequeña maldad, encontré la respuesta a mi experiencia inolvidable.