—Pensamiento distraído, diría yo.
—Exageráis la hipocresía de los hombres. La mayoría piensa demasiado poco para permitirse el lujo de poder pensar doble.
—Son hijos de los tiempos, señora Yourcenar.
—Escucha con la cabeza, pero deja hablar al corazón.
—No siempre es así.
—Era demasiado joven para sospechar que la existencia no está hecha de súbitos impulsos y de obstinada constancia, sino de compromisos y de olvidos.
—Hablamos de sentimientos que adeudamos a la obligación y la memoria.
—Existe entre nosotros algo mejor que un amor: una complicidad.
—Estamos confabulados con la existencia.
—No vemos dos veces el mismo cerezo ni la misma luna sobre la que se recorta un pino. Todo momento es el último porque es único. Para el viajero, esa percepción se agudiza debido a la ausencia de rutinas engañosamente tranquilizadoras, propias del sedentario, que nos hacen creer que la existencia va a seguir siendo como es por algún tiempo.
—Pero somos seres instruidos, automatizados en nuestro comportamiento.
—Hay que desconfiar de las fórmulas, hay que observar más que juzgar.
—Tendemos a la adjetivación del opuesto.
—La moral es una convención privada; la decencia, una cuestión pública.
—Y luego está todo lo contradictorio que se nos viene encima.
—Cuando un objeto me repugna lo convierto en tema de estudio, forzándome a extraer de él un motivo de alegría.
—Muchas personas se encasillan solas por su incultura.
—Un ser humano que lee, que piensa o que calcula pertenece a la especie y no al sexo; en sus mejores momentos llega a escapar a lo humano.