El giro de azúcar coloreada formó, alrededor del palillo, un globo de algodón rosado. La niña creyó ser una devoradora de nubes de color rosicler.
Un cuarto de siglo más tarde se gana la vida de feria en feria. En el fondo no ha dejado de comer nubes por la boca de los niños a los que vende el azúcar hilado de su máquina. Ninguna ficción deja de existir mientras la alimentamos desde la voluntad de imaginar.