Vendedor
28.12.25
Abrió un puesto de golosinas. Vendía narcisismo, autocompasión y vanidad. Si has sonreído al leerlo es porque compraste allí.
Etiquetas: cuentos de domingo, cuentos diminutos
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Escribimos para no dejar de ser quienes somos.
G. Deleuze:
«Quizá soy transparente y ya estoy solo sin saberlo...»
Thomas Szasz:
«Si tú hablas a Dios, estás rezando; si Dios te habla a ti, tienes esquizofrenia. Si los muertos te hablan, eres un espiritista; si tú hablas a los muertos, eres un esquizofrénico»
Chuang Tse:
«Aquel que con inocencia viene y con sencillez se va»
Marco Aurelio:
«Toma sin orgullo, abandona sin esfuerzo»
Albert Camus:
«La gente nunca está convencida de tus razones, de tu sinceridad, de tu seriedad o tus sufrimientos, salvo sí te mueres»
Charles Caleb Colton:
«Hasta que hayas muerto no esperes alabanzas limpias de envidia»
León Tolstoi:
«A un gran corazón, ninguna ingratitud lo cierra, ninguna indiferencia lo cansa»
Voltaire:
«La duda no es un estado demasiado agradable pero la certeza es un estado ridículo»
Mahmoud Al-Tahawi:
«La perfección es el pecado de los vanidosos. La torpeza la virtud de los indefensos»
Fénelon:
«Huye de los elogios, pero trata de merecerlos»
Antón Chéjov:
«Las obras de arte se dividen en dos categorías: las que me gustan y las que no me gustan. No conozco ningún otro criterio»
Bukowski:
«Que no te engañen, chico. La vida empieza a los sesenta»
1 apostillas:
Desde Artaud y su teatro de la crueldad, este microcuento representa la literatura burguesa que él despreciaba: un juego intelectual que tranquiliza en lugar de conmocionar. Pretende ser mordaz señalando vicios humanos, pero lo hace desde la distancia segura de la superioridad moral. El lector sonríe sintiéndose sagaz, sin perturbación genuina.
Carece de crueldad auténtica artaudiana, que busca confrontar con fuerzas primordiales de la existencia, atravesar las convenciones del lenguaje hasta el grito y el cuerpo. Usa metáforas ingeniosas pero inofensivas, sin romper la sintaxis ni provocar angustia existencial. Es un acertijo verbal cuya solución produce autocomplacencia, no reconocimiento visceral.
El giro final pretende incluir al lector en la crítica, pero superficialmente. No desnuda ni acusa verdaderamente; crea un club de iniciados que "entienden" la ironía. Es pura mediación literaria donde nadie corre riesgo real, opuesto al teatro sin mediaciones que Artaud perseguía.
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