Nada más saludarlo un escalofrío me recorrió el cuerpo. Me
hablaba despacio y sin emoción en la voz. Sin embargo, lo que me contaba sobre
lo que le ocurría, no era una situación desapasionada o tranquilizadora. Creo
que hasta adivinó la expresión de inquietud que aparecía en mi rostro y, a
pesar de ello, continuó hablando y hablando.
Tras preguntar por mis familiares, me narró toda la
peripecia médica por la que atravesaba después de resignarse a soportar varias
operaciones y a la extracción de distintos órganos para salvarle la vida. Y
allí, en mitad del espacio euclidiano, de los automóviles que enruidaban la
conversación, de la primavera punzante, del gentío bullicioso y percutor, pensé
entonces, que esa era la primera vez que estaba charlando con un muerto.