A José Doménico lo conocí un verano mientras trabajaba en un bar restaurante en mi época estudiantil para lograr algún dinero. Se pegaba a la barra y desplegaba su discurso de filósofo tabernario como él se definía. Solía contar chistes que venían a ser sus máximas para explicar el mundo. En cierta ocasión refirió el chascarrillo del hombre que andaba por el desierto con un yunque entre sus manos. Preguntado por su propósito, el individuo explicaba que era una técnica evasiva por si aparecía una fiera, momento en el que soltaría el pesado hierro y podría andar más rápido. Doménico decía que así pasa en nuestras vidas, ya que si somos capaces de dejar las pesadas cargas que nos ralentizan, podemos andar más ligeros y sin el lastre de los engorros que nos frenan ante lo esencial.
15-M:« Pienso luego insisto»