Adentrarse en aquellos andurriales era como traspasar la frontera de la inocencia. Con cada paso dado en esos parajes crecía el riesgo y se apoderaba de mí una sensación de temor, semejante a la que veía en el cine cuando los exploradores penetraban en el territorio comanche, y se acrecentaba la inquietud por ser descubierto junto a la pandilla con la jugaba.
Los ‘yonis’
13.11.09
Adentrarse en aquellos andurriales era como traspasar la frontera de la inocencia. Con cada paso dado en esos parajes crecía el riesgo y se apoderaba de mí una sensación de temor, semejante a la que veía en el cine cuando los exploradores penetraban en el territorio comanche, y se acrecentaba la inquietud por ser descubierto junto a la pandilla con la jugaba.
Los ‘yonis’ eran un grupo de chavales que rozaban la adolescencia. Todos habíamos oído hablar de su travesuras mezcladas con actos cuasi delictivos como pequeños hurtos y algunas gamberradas, relatos que se amplificaban en los cuchicheos de los niños. Habían fabricado arcos con ramas de adelfas y flechas de carrizo con puntas de lata, cinturones de cuero con flecos y una funda para un puñal, donde algunos guardaban un arma blanca, así como gomeros.
Cuando realizábamos alguna excursión a las viejas minas de zinc abandonadas desde hacía años, en nuestras mentes infantiles no dejaba de estar presente la terrible acechanza de los ‘yonis’ y un temido encontronazo con ellos. Sólo en una ocasión ocurrió tal desventura.
En las minas de atutía no topamos con los ‘yonis’. Allí fuimos hechos prisioneros porque casi nos doblaban en edad y en cuerpo, y nos condujeron a un pequeño bosque de eucaliptos. Dijeron que nos harían la carrera de la flecha, una prueba para salvarnos sacada de alguna película de indios. Lanzaban un flecha y el que la traía de vuelta se podía marchar. En una de los lanzamientos pude llegar antes que otros chicos pero tuve un dilema moral, en el grupo de los prisioneros viajaba un pequeñajo que corría menos que el resto y que no tenía oportunidad de escapar. Le di mi flecha.
Al final quedé yo sólo y los ‘yonis’. Amarraron mis manos con un alambre de espaldas a un árbol. Simularon disparar sus flechas contra mí. En esos momentos pensé que aquel juego podía terminar en alguna mala herida y entre lágrimas les dije que pararan. Mi llanto debió ablandarles o se aburrieron del juego y me dejaron marchar. Volví con mis amigos alborozado y pensé en su pequeña crueldad, entonces incomprensible para mí.
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7 apostillas:
Cuando tenia nueve años me amarraron a un palo y unos muchachos jugaron con unas hondas caseras a dar en el blanco... ni te digo cual era el blanco, y prefiero no decir que tanto tuvieron éxito.
A mi, mis Yonis me capturaron en la casa de los vikingos (una casona de indianos, abandonada). Las perrerías fueron similares, pero no pasaron a más porque a las 20:00hrs en punto (las ocho de la tarde, entonces) los fantasmas de los vikingos aparecieron y para asustar a esos asquerosos.
Más majos, los vikingos.
El yoni que yo recuerdo simplemente era mayor que toda la muchachada, en edad y tamaño, y ejercía su dominio desde esa posición. Hasta un día en que quiso echar a la alberca al renacuajo y el renacuajo se agarró a su cintura. Ambos acabaron en el agua y el yoni perdió su aura de imbatibilidad. Ya no hubo yoni, que fué objeto de mofa, sino héroe.
Un abrazo.
uy! yo nunca he tenido ninguna historia con "yonis"... ¿suerte o desgracia por no haber tratado con ellos?
Me ha recordado las "aventis" de los personajes de Marsé. Pero yo quería poner una discreta nota miscelánica a pie de página. Atutía es el origen de la expresión "Y no hay tu tía", que siempre me hizo pensar en la tía carnal que nada tenía que ver con la expresión. La atutía, por sus propiedades para las afecciones cutáneas -el zinc es la guinda de algunos champúes, por ejemplo- era considerada casi como una panacea, y de ahí el que no hay tu tía para algo frente a lo que no se puede esperar una solución.
Pido disculpas, pero no me he sabido refrenar..., aunque la mayoría de los frecuentadores de este blog es muy probable que sepan de pe a pa cuanto acabo de exponer.
Las aventuras de la niñez, de las que podría contar variadas, están aureoladas por el recuerdo luminoso de aquellos días iniciáticos. La dimensión del peligro las hacía abismáticas y terrible. ¡Qué territorio sagrado e intangible que es la infancia con sus yonis amenazadores!
Pues yo hoy, al leer tu entrada,
preciosa por cierto, que a mi me encantan los héroes nobles y sensibles como el que describes.
Y luego leer los comentarios, he tenido la sensación de estar visitando en uno, varios blogs.
Así es que gracias a todos por vuestras historias de "yonis" . Y no, JUAN POZ, tampoco conocía la historia de la "atutía".
Así es que gracias a todos,
un placer de verdad.
besos.
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