Inmaterialización

22.4.24


Lo que queda de nosotros no somos nosotros, es tan solo una proyección.



Firma de libros

21.4.24


Acudió impecablemente vestido de blanco a la cita. Había quedado con su editor en una cafetería donde solían reunirse las gentes de literatura como él las llamaba. Quería tratar los últimos detalles para la firma de ejemplares en la Feria del Libro.

Sentado en una mesa pidió que le sirvieran un té frío con leche y descubrió que, bajo el cristal, aparecía un poema. Antes de concentrarse en su lectura, curioseó con su mirada otras cercanas. En cada una de ellas estaban expuestos otros textos poéticos, igual que las ocupadas por la clientela que, en ese caso, quedaban ocultos por tazas y platos y a los que nadie parecía prestar atención.

Centró su interés en el que tenía delante y lo leyó con detenimiento. Lo apreció horrible y estimó que el resto tendrían semejante calidad. Entonces se preguntó para sí por qué la gente, sin talento, se empeñaba en hacer aquellas cosas y no tenían pudor exponerlas al público. Los compadeció.

Rodolfo Aquilino Cifuentes Castaño eran un renombrado escritor que, con determinación y empeño, además de una alta cualificación académica, había publicado algunos libros. Su última creación era una novela de cinco millares de páginas. Un intenso, documentado, afanado, esforzado, elogiado por la crítica y los colegas de profesión, trabajo, al que dedicó diez años para su conclusión.

Una llamada de teléfono lo sacó de sus pensamientos. Era su editor, amigo y hombre menudo, quien le comunicaba que no podía acudir al encuentro. «¿Cómo? ¿qué te ha pasado?». La respuesta lo dejó estupefacto: «Un ejemplar de tu novela me ha caído en el pie y me he fracturado varios dedos».



Inabordables

20.4.24


El corazón no es una fortaleza inexpugnable porque siempre puede volver a ser conquistado.



Estertoreas

19.4.24


Cuanto más eco adquieren las palabras más ruido provoca su reverberación.



Inconsistentes

18.4.24


Abrumado ante la eternidad, el ser humano es cada vez más complejo y más frágil.



Recolectores

17.4.24


Cultivas lo que amas.



Desasidos

16.4.24


Perdemos tantas cosas en el camino que nunca deberíamos desprendernos del sentimiento de querer.



Estadio

15.4.24


El entusiasmo es la adolescencia del pensamiento.


Flotabilidad

14.4.24

Entró en el agua parsimoniosamente, comprobando que cada centímetro de su cuerpo se sumergía y notaba una temperatura distinta. Su piel se iba envolviendo de una acuosa realidad, hasta que sumergió todo su cuerpo en el líquido cristalino de aquella inmensa pila bautismal. A continuación se tumbó, flotando y dejándose llevar a merced del fluido.

Con los brazos y los pies extendidos, pensó que aquello era como flotar en el líquido amniótico donde una vez estuvo. «Mi yo, el azul infinito…», susurró. Se sentía fuera del mundo, pero dentro de él, entre un fondo infinito abajo, todo negrura, y otro fondo infinito arriba, todo azul.

Después especuló dos o más veces en entrar y salir de este mundo o quedarse allí, para siempre flotando como flota un astronauta en el cielo espacial. Igual que las ideas flotan, igual que los globos que levitan disfrutando como fantasmas que flotan sobre la tierra.

«Así es mi vida o mi posible vida o las vidas vividas o las vidas no vividas, tan solo una posibilidad de flotar hasta que te hundes, hasta que te vas al fondo, hasta que te asfixias, hasta que no te recuperas, hasta que no sales más a flote…», reflexionó. Fue entonces que sintió que su corazón era de plomo y que, si se iba al fondo un día, llegaría otro que lo podría reflotar.

De repente, una ola inesperada la volteó y la hundió por completo. Tragó agua salada y experimentó un pánico momentáneo, pero luego se calmó y se dejó transportar por la corriente. Se hundía cada vez más, hacia la oscuridad de lo profundo. Sin embargo, no sentía miedo. En la oscuridad, vio una luz tenue que la guiaba. Nadó hacia ella con todas sus fuerzas y, al final, la alcanzó.

Salió a la superficie jadeando, con el corazón palpitando con fuerza. Miró a su alrededor y vio el cielo pálido, las nubes blancas y el sol brillante. Sonrió. Había vuelto a flotar.



Desatenciones

13.4.24


Cuando veas que nadie se apura ya por ti es un buen momento para comenzar de nuevo.



Estimaciones

12.4.24


Solo merecemos ser sinceros con quienes albergan sinceridad.



Precedencias

11.4.24


No por mucho madrugar se cumplen los sueños más temprano.



Sordinas

10.4.24


Como en cine mudo, no escuchamos el ruido sordo de este mundo estridente.



Derramamientos

9.4.24


La ternura es un sentimiento que necesita expansibilidad.



Lanzados

8.4.24


El corazón, igual que un paracaidista, siempre dispuesto para saltar al vacío.



Brote psicótico

7.4.24


Ha muerto Nicolás. Nadie le ha llorado. Vivía solo desde que falleció su progenitor. Aún recuerdo cuando caminábamos juntos hacia el colegio con apenas siete años. Siempre me contaba historias sobre lo que quería ser de mayor, que trabajaría en el banco como su padre. Y así fue que comenzó de botones siendo poco más que un adolescente. A veces me lo cruzaba con su elegante traje abotonado y sentía una pizca de envidia, trabajar en un banco tenía un cierto prestigio social.

Pasados los años y con mi vuelta a casa tras acabar la Universidad me crucé con él y no me reconoció. ¡Nicolás!, le grité y entonces se giró. Lo miré a los ojos y había perdido la mirada de siempre. Entonces me identificó y pronunció mi nombre. Luego continuó caminando con rapidez y moviendo los brazos con aspaviento. Era como si algo se hubiera roto dentro de él, algo que lo condenó durante décadas a deambular diariamente por la ciudad sin un destino. Desde entonces y hasta su muerte ahora, no volvió a ser quien conocí y a quien le auguraron un buen porvenir.

El cuento de su vida es una historia triste, como tantas otras, que no habría que contar.



Agotamientos

6.4.24


Cansa más al cuerpo el ejercicio emocional que el físico.



Confundidos

5.4.24


Para no llevarme a engaño cuéntame tu verdad.



Fluir

4.4.24


Lo que de verdad importa no es lo que verdaderamente nos mueve.



Intutitivos

3.4.24


Siempre le he achacado una cierta torpeza a mi cerebro. En ocasiones pienso que no es tan inteligente como me gustaría y siento admiración por las personas geniales, capaces de mejorar el mundo con sus ocurrencias.

En este análisis de los procesos mentales me pregunto de dónde saca mi cerebro las cosas sin ser yo tan listo, sin ser tan ilustrado, sin tener una formación de alto nivel. Cuando esto me viene a la cabeza acudo a un buen pretexto: la intuición. Siempre que puedo digo que soy muy intuitivo.

Pero resulta que esta herramienta mental es un baile entre lo consciente y lo inconsciente, no un ente mágico, sino un producto de la experiencia, la memoria y la capacidad de anticipar el futuro. Y si es así mi cerebro me engaña o me oculta parte de sus planes.

La intuición opera como un atajo, permitiendo tomar decisiones rápidas sin necesidad de un análisis consciente exhaustivo. Se basa en patrones aprendidos del pasado, conexiones neuronales inconscientes y emociones que actúan como señales.

Aunque intuitiva, la intuición no es un proceso exclusivamente inconsciente. Estudios sugieren que la actividad cerebral consciente precede a las decisiones intuitivas, lo que implica una colaboración entre ambos niveles.

La intuición permite ir más allá de la lógica y la información explícita. Es un instrumento poderoso para completar la información que tenemos, detectar patrones sutiles y tomar decisiones en situaciones ambiguas.

Tampoco es un don innato, sino una habilidad que se puede entrenar y perfeccionar. La exposición a diferentes experiencias, la reflexión sobre nuestras decisiones y la atención a nuestras emociones son claves para fortalecerla.

La intuición es un proceso dual que involucra tanto la consciencia como el inconsciente, y se puede entrenar y perfeccionar, algo que me ha salvado en más de una ocasión pero me ha hecho naufragar en otras.



Desaprecios

2.4.24


Aquello que se fue y que apenas miramos hoy es el fulgor de la nostalgia.



Recusaciones

1.4.24


No se aceptan las reglas que han sido impuestas.



Las tres Evas

31.3.24


Arsacio Pizcueta Montijano, un hombre de letras y estudioso de la obra borgiana, se encontraba fascinado por la pieza Tres versiones de Judas. Esta fascinación lo llevó a plantear una trilogía de interpretaciones heréticas sobre la figura bíblica de Eva, a la que llamó Las tres Evas.

Comprometido con una sociedad de estudios cabalísticos, Arsacio se sumergió en una profunda investigación, ahondando en papeles antiguos que nunca habían visto la luz en las academias y museos del mundo. Sus pesquisas lo llevaron a una conclusión sorprendente: al menos hubo tres exégesis de la representación de Eva, dos de ellas fallidas y la tercera la que aparece en las Escrituras.

La primera Eva, según Arsacio, no surgió de Adán. Se trató de una idea concurrente de la divinidad, una forma imperfecta y fugaz, un esbozo que no llegó a concretarse. Era una Eva sin alma, sin libre albedrío, una mera marioneta en el escenario del Edén.

La segunda Eva fue un ser más complejo. Nacida de la costilla de Adán, como la conocemos en la tradición, poseía una mente propia y la capacidad de discernir entre el bien y el mal. Sin embargo, su pecado original la condenó a la mortalidad y al sufrimiento.

La última Eva, la definitiva, aún no había sido revelada. Arsacio la intuía como un ser perfecto, una síntesis de las dos anteriores, que combinaría la belleza y la pureza de la primera con la inteligencia y la libertad de la segunda. Esta Eva sería la culminación del plan deífico, la compañera ideal de Adán y la madre de una nueva humanidad.

Preguntado Borges sobre el asunto, el escritor se mostró intrigado por la teoría de Arsacio. «Es una pensamiento audaz e interesante», comentó, «una averiguación que, sin lugar a dudas, abre nuevos interrogantes sobre la creación del hombre y la mujer». Borges, siempre parco en elogios, reconoció la erudición de Pizcueta Montijano y la profusa comprensión de su trabajo.

Arsacio conoció al rabino Menachem Shlomo Hartman en un viaje a Jerusalén, un hombre sabio y versado en las escrituras, que lo instruyó y le mostró algunos textos primitivos que hablaban de las tres Evas. En estos pasajes, considerados apócrifos por la mayoría de los eruditos, se narraba la historia de las dos Evas imperfectas y la profecía de la tercera.

La incapacidad de Dios para ser mujer era uno de los temas centrales de la indagación de Arsacio. Según él, la plasmación de Eva era un intento divino de comprender y experimentar la feminidad. Las dos primeras Evas fueron fracasos y la tercera, la Eva concluyente, fue la cúspide de este proceso.


Cribados

30.3.24


Piensas lo que has de decir, dices lo que esperan oír, oyen lo que quieren escuchar.



Contrariados

29.3.24


A nuestro cerebro le molesta que le lleven la contraria, por la pura pereza de repensar nuevamente.



Nimbos

28.3.24


El camino del mundo lo rodea un extraño halo de extravío y de fascinación.



Impróvidos

27.3.24


Lo impensado que guardamos dentro es lo que más nos suele sorprender cuando aflora.



Respiraciones

26.3.24


Apenas si da tiempo a ventilar la vida entre bocanada y bocanada de aire que tomamos.



Evasivas

25.3.24


Ahora para entenderme busco algunas buenas excusas.



Levitantes

24.3.24


Martín tenía la extraordinaria capacidad de levitar. No se trataba de un vuelo acrobático ni una danza etérea, sino más bien de una ascensión repentina, gradual e imprevista, como una pompa de jabón impulsada por la brisa. Sus pies se desanclaban del suelo por sorpresa, en un instante de quietud o en la ensoñación de un juego.

Se elevaba unos centímetros, apenas lo suficiente para sentir el cosquilleo en las plantas de los pies y la brisa fresca en el rostro. El mundo se transformaba bajo su perspectiva inédita. Era una sensación ingrávida y vertiginosa.

Un día, mientras perseguía una mariposa en el jardín, se elevó más de lo habitual. Sus ojos se llenaron de asombro al contemplar el paisaje cenital. Las techumbres de los edificios formaban un mosaico de colores y las personas se movían como pequeñas hormigas a toda prisa. La vastedad del cielo lo llenó de una emoción de paz y libertad que nunca antes había experimentado.

La curiosidad lo dominó y, en pleno vuelo, bajó la vista para observar el misterio que lo elevaba. Y en ese momento, como si un hechizo se rompiera, la gravedad lo reclamó de vuelta. Cayó a la tierra con un golpe seco, la turbación grabada en su rostro y la impotencia en sus pequeños pies.

Desde entonces, la levitación se convirtió en un recuerdo difuso, una historia sorprendente que nadie creyó. Incluso él mismo dudaba de su veracidad, preguntándose si acaso no fue más que el sueño de una mente infantil.

Años después, Martín caminaba distraído por la calle cuando vio a un niño elevarse del suelo igual que él hacía cuando era niño. La incredulidad inicial dio paso a la nostalgia y la agitación. Se acercó al pequeño, quien lo miró con una sonrisa traviesa y le dijo: «¿Quieres volver a volar?». Martín, sin dudarlo, tomó la mano del niño y, juntos, se elevaron por encima de la ciudad, dejando atrás sus preocupaciones y pesares.

Máscaras

23.3.24


Vivimos en una época donde lo políticamente correcto se ha convertido en una espada de doble filo. Por un lado, busca evitar la discriminación y el lenguaje que pueda herir a las personas. Por otro lado, puede generar una censura disfrazada de buenas intenciones, obligándonos a tejer un doble o triple discurso entre lo que realmente pensamos, lo que nos gustaría decir, lo que debemos decir y lo que finalmente decimos.

En este baile de máscaras verbales, la libertad de expresión se tambalea. La espontaneidad se diluye en la autocensura, calculando cuidadosamente cada palabra para evitar el ostracismo social o la cancelación. Lo que pensamos se convierte en un secreto a voces, lo que queremos decir se esconde bajo un velo de prudencia, y lo que decimos se transforma en una versión edulcorada de nuestras ideas, moldeada para ajustarse a las expectativas de la audiencia.

Y los que escuchan no siempre están dispuestos a recibir la verdad cruda. A veces, prefieren oír lo que quieren escuchar, una versión suavizada de la realidad que no confronta sus creencias o valores. Se crea así una burbuja de confort donde la disidencia se acalla y la crítica se disfraza de sugerencia.

La autenticidad es un valor fundamental para la construcción de relaciones sanas y honestas. Sin embargo, la censura, incluso cuando se disfraza de corrección, limita la libertad de pensamiento y debate, pilares esenciales para el crecimiento individual y colectivo.

Encontrar el equilibrio entre la sensibilidad social y la expresión libre es un desafío complejo. No se trata de negar la importancia de la empatía y el respeto, sino de encontrar espacios donde la diversidad de opiniones pueda florecer sin miedo a la represalia o la censura.

Desafiar la máscara de lo políticamente correcto no significa avalar el discurso del odio. Se trata de defender el derecho a pensar diferente, a expresar ideas sin filtros preestablecidos y a construir un diálogo donde la verdad no tenga que esconderse detrás de una máscara. Solo así podremos construir una sociedad donde la autenticidad y la tolerancia coexistan en armonía, sin necesidad de dobles o triples discursos.



Tiempo imperfecto

22.3.24


Ayer es mañana, hoy es ayer y mañana es hoy.



¿Hay vida antes de la muerte?

21.3.24


Quien escribe sin sentir como quien vive sin amar, está muerto.



Ventanas

20.3.24


La imaginación es la única escapatoria que tiene la desesperante realidad.



Optimizados

19.3.24


La manera de reivindicarse es ofrecer nuestra mejor versión.



Fonoabsorbentes

18.3.24


La mente ante el ruido se encoge y ante el silencio se expande.



Rituales

17.3.24


Solía mi padre los domingos a la mañana sacarme a pasear por la ciudad. Caminábamos con sus pasos de gigante por lo que yo iba dando saltitos en algunos trechos. Así descubrí, maravillándome, las grandes y bulliciosas avenidas, llenas de luz y de gentes vestidas con trajes nuevos y brillantes sentadas en las terrazas o pululando por las aceras, familias, jóvenes parejas y amigos de papá que a cada intervalo andado nos detenían. Para hacer más liviana esas esperas me soltaba de su mano y me agachaba a jugar con la tierra, motivo por el que era advertido.

Después nos desviábamos por callejas sinuosas y visitábamos los templos de los descreídos. Allí era donde se suplicaba de verdad al dios Baco, le oí decir en alguna ocasión, y me preguntaba cómo sería esa divinidad tan diferente de la que aparecía en el catecismo que las monjas nos hacían aprender, en especial la madre Laura, una joven y guapa mujer, enérgica y mandona, de la que andábamos prendados pero a la que temíamos más que a una vara verde.

En esas iglesias, digo, es donde solíamos acabar antes de la hora del almuerzo, llenos de hombres gigantescos apoyados en las barras de las tabernas, que charlaban desinhibidos y comían con deleite, gastando bromas y gritando, hasta culminar una ronda de convidadas. El momento más culminante era volver a casa chispeante y como levitando, tras hacerme beber un pequeño tubito de cerveza.



Conspicua paradoja

16.3.24


Para llegar al caos hay que ser metódico.



Retoricismo

15.3.24


Si la palabra es incapaz de expresar lo sentido entonces el silencio se convierte en elocuencia.



Focos

14.3.24


La memoria solo nos deja ver las zonas iluminadas del recuerdo.



Inmensidades

13.3.24


El abismo siempre tiene una atracción compulsiva.



Perdedores

12.3.24


Siempre festejando triunfos cuando lo que hay que celebrar son las derrotas.

Macedonio Luna

 

 

Los dibujos animados educaron nuestra infancia y cada personaje nos dejó su impronta. Terminé así por empatizar con algunos de ellos porque, frente a su destino adverso, jamás se rendían. Me pasó con el Coyote del Correcaminos, con Silvestre y Piolín, Daffy Duck y Speedy Gonzales o con Tom y Jerry, de quien su página web en Cartoon Network advierte: «Tom, el gato tenaz está siempre persiguiendo a su evasivo rival Jerry, el ratón, y ningún truco, trampa o sartén de hierro fundido lo pararán en su búsqueda eterna».

La sociedad actual nos inunda con un mensaje omnipresente de que el éxito es la única alternativa. La cultura del ganador, del triunfador a toda costa, impregna cada ámbito de nuestras vidas. Ser un trepador social, como diría Pasolini, se convierte en el objetivo primordial, relegando al ostracismo a aquellos que no alcanzan la cima.

En este contexto, la figura del vencido se invisibiliza, se arrincona y condena a la postergación. Pero, ¿es realmente la derrota algo nocivo? ¿No hay acaso denuedo en la disputa, en el aprendizaje que conlleva el fracaso y en la posibilidad de levantarse después de caer?

Pier Paolo Pasolini, en su lúcida visión, defendía la necesidad de educar a las nuevas generaciones en el valor de la decepción. Frente a un mundo plagado de "ganadores vulgares y deshonestos", de "prevaricadores falsos", Pasolini reivindicaba la figura del perdedor, del que lucha sin tregua por sus ideales, aunque no alcance la victoria final.

Ser un perdedor no implica resignación o pasividad. Al contrario, el desastre puede ser un acicate para la reflexión, el crecimiento personal y la indagación de nuevas estrategias. Es en el desengaño donde se aprende, donde se descubre la propia fortaleza y donde se forja la resiliencia necesaria para afrontar los retos de la vida.

En el tiempo de la victoria a ultranza, parece justo degustar el sabor de la derrota, no como un estigma o una desgracia, sino como una parte normal del proceso de aprendizaje. Ejercitarse en perder es tan significativo como instruirse en ganar, y así transmutarnos en personas más resistentes, adaptables y hasta compasivas.



Purgatorio

11.3.24


Existe una estación de las almas desconsoladas donde siempre dan ganas de llorar.



Sensibilidad

10.3.24


El pianista se lesionó los dedos a propósito. Quería sentir en cada tecla que pulsara, belleza y dolor.



Edadismo

9.3.24


Tenemos la edad con que miramos.



Quebradizos

8.3.24


Aprender a manejar nuestra vulnerabilidad es lo que nos salva.



El baile de la realidad

7.3.24

 

En el escenario de la existencia, la realidad se presenta como un velo tejido por la mente, una danza entre la clarividencia individual y la objetividad universal. Bajo la luz de la reflexión, surge la pregunta: ¿qué es real y qué es ilusorio? ¿Somos meros espectadores de un drama cósmico o cocreadores de la realidad que habitamos?

El budismo, con su mirada introspectiva, nos invita a desentrañar los misterios de la percepción. Según esta tradición, la única verdad inmutable es la conciencia. El mundo que experimentamos, desde los extensos mares hasta las hojas que caen, es una proyección mental, un lienzo donde la mente pinta sus propias imágenes. Esta idea, que desafía los discernimientos acordados, nos impulsa a explorar la naturaleza de lo experimentado.

El neurocientífico Anil Seth, desde un enfoque empírico, aporta otra perspectiva a la ecuación. Afirma que la realidad que percibimos es una alucinación controlada que nuestro cerebro establece para ayudarnos a interactuar con el mundo. Esta confusión se basa en la información sensorial, pero también en nuestras expectativas, creencias y experiencias previas. Es como si cada uno de nosotros tuviera una cámara interna que filtra la realidad a través de un lente personal.

Un proverbio árabe nos recuerda que los ojos no sirven de nada a un cerebro ciego. La realidad no se limita a lo que vemos, sino que se define por la interpretación que nuestro cerebro hace de ello. La mente, como un director de cine, toma las imágenes del mundo y las transforma en una película personalizada.

Sin embargo, la realidad no es un mero producto de la mente. Existe una base objetiva: las leyes de la física, la naturaleza, los átomos que conforman la materia. Estos elementos trascienden nuestras sensaciones individuales y nos conectan con una realidad compartida.

En la danza entre la mente y el mundo, la realidad se convierte en un enigma fascinante. La ciencia y la filosofía nos ofrecen herramientas para explorarla, pero nunca podremos esclarecer su misterio por completo.

En este baile de perspectivas, podemos encontrar la magia de la alucinación compartida que designamos vida, donde cada persona, con su lente exclusiva, aporta a la creación de una realidad colectiva, un tapiz tejido con los hilos de la experiencia individual y la objetividad universal.

En la búsqueda de la verdad, la mente se convierte en un bastidor donde la realidad se pinta con los colores de la apreciación y el aprendizaje, y cada individuo, con su pincel único, contribuye a la obra maestra total de la existencia.



Apagones

6.3.24


Toda reflexión propaga una luz que cualquier creencia apaga.



Oteos

5.3.24


Desde la vejez se observa nítida la infancia.



Topologías

4.3.24


La realidad tiene como frontera el infinito.



El liquidador

3.3.24

 

Hay que imaginarse a Sísifo dichoso.

                                                                                                                         Albert Camus

 

 

Quizá hubiera tenido una anterior vida de amanuense o de linotipista, algún oficio manual relacionado con las palabras y los legajos. No lo sé, lo desconozco. Fue que, al entrar en aquel cubículo, me llegó una impresión extraña donde el rancio olor de la humedad y la profusión de documentación almacenada, mezclaban en mi mente un abigarrado sentimiento a descomposición de recuerdos. Dos lamparillas separadas en las esquinas iluminaban la habitación aislada de la luz solar, a pesar de poseer un gran ventanal que había sido clausurado a cualquier claridad externa, como para evitar la contaminación lumínica y veladora sobre aquel mar de papeles que inundaba la mayor parte del espacio. 

La primera de las confesiones que me realizó y casi la única fue referenciar la tarea a la que, como un ser burocrático se había encomendado a diario: «estoy rompiendo papeles». La destrucción de documentos, según me explico, es una tarea parsimoniosa que exige mucho interés y concentración, porque cada escrito debe ser examinado para determinar su valor en el momento que fue redactado, su prevalencia actual y si en un futuro podría ser útil su contenido. Como sopesador de tan trascendente dictamen, sus manos eran la balanza y su mente sesuda el fiel de la misma, que se debería inclinar bien hacia la preservación o hacia la destrucción.

«Rompo papeles. Vengo aquí todos los días con la convicción de acabar con todo lo que resulte inservible, pero al volver a la jornada siguiente encuentro igual volumen de originales o incluso más. Diría que se retroalimentan y las mismas escrituras se duplican. Hay momentos que me siento como Sísifo. ¿Sabes a quién me refiero?». Negué con la cabeza a pesar de tener una leve idea de que ese nombre estaba asociado a algún mito. Busqué en el móvil. Era un personaje de la mitología griega, rey de Corinto célebre por sus fechorías y por timar a la muerte, y castigado por Zeus a llevar una piedra redonda hasta lo alto de una montaña una y otra vez. Su analogía me intrigó porque igual él también se suponía un Sísifo moderno condenado a una existencia absurda. «Es una colosal y aburrida», replicó con un deje de amargura en su voz. «A veces me pregunto si no sería mejor dejar que todo se pudra aquí, que la memoria se diluya en este mar de papeles sin importancia. Pero algo me impulsa a seguir, a desentrañar qué debe ser guardado y qué no. Es un compromiso que me incomoda, pero que no puedo rehusar».

Descansé en el único asiento disponible, una vieja y destartalada mecedora de mimbre que crujió bajo mi peso. El ambiente cargado de polvo y la penumbra de la habitación me producían una sensación de claustrofobia. Observé al hombre, encorvado sobre su escritorio, inspeccionando concienzudamente cada folio antes de colocarlo en una de las dos cestas cercanas a él, una para destruir, la otra para guardar. Le ofrecí ayuda, entonces, en un acto de condescendencia para para aliviar su carga. Él hombre me miró con sorpresa desde el fondo de sus ojos grises reflejando la tenue luz de las lamparillas. «¿Qué podrías hacer?», me preguntó. Dudé y le respondí sin saber qué, «bueno, por si necesitas algo». Un silencio incómodo se apoderó de la habitación. El sonido del crujir del papel y el ocasional toser del hombre eran los únicos sonidos que rompían la quietud. De repente, se levantó y se dirigió hacia la ventana clausurada. «Mira», dijo señalando hacia el exterior. Aparté la vista de la montaña de papeles que me rodeaba y dirigí mi mirada hacia el ventanal exclaustrado. Lo que vi me dejó sin aliento porque tras el cristal opaco se extendía una ciudad de celulosa donde los edificios modernos se mezclaban con las casas antiguas, las calles bulliciosas contrastaban con los parques tranquilos. Era una ciudad llena de contrastes, de belleza y de caos total de papel.

«Esa es la ciudad», dijo con voz melancólica. «La ciudad que yo he ayudado a construir, la ciudad que he visto crecer y cambiar». Su mirada se volvió hacia mí, sus ojos llenos de una profunda tristeza. No supe qué decir. Las palabras parecían insuficientes para expresar la compleja situación. En ese momento, comprendí que no solo estaba rompiendo papeles, sino también intentando destruir su condena.

«Vengo a romper papeles».



Demorados

2.3.24


Los rezagados siempre cumplen su reto de alejamiento.



Nano

1.3.24


Somos mínimas historias ante la inmensidad del tiempo y del Universo.



Babélicos

29.2.24


En la mudez de la noche los sueños son políglotas.



Ineluctables

28.2.24


Siempre estamos enfrentados a lo inevitable.



Substracciones

27.2.24


Una vida plena es aquella que roba tantas emociones a la nada.



Espesamiento

26.2.24


Cada aforismo escribe un libro.



Pasajeros

25.2.24


                                                               A mi amigo Mikhail Carbajal


Me quedé dormido en el metro entre las estaciones de Ataraxia y Thaumazein. Acostumbro a echar una cabezadita cuando el cansancio me vence de vuelta a casa y, en ocasiones, me paso y llego hasta Irrestricto, con lo que supone de pérdida de tiempo. Pero en esta ocasión noté que alguien tocaba mi hombro y mientras despertaba oí la voz joven de una mujer que me decía: ya llegamos. La miré con agradecimiento mientras me apeaba del vagón vacío.



Bamboleos

24.2.24


Si una duda te tambalea no te enfurezcas contra ella.



Inyecciones

23.2.24


El sordo rumor de la rutina inocula el silencio.



Apremiantes

22.2.24


Algo que perjudica al ser humano actual es que espera de todo, una respuesta inmediata.



Pringados

21.2.24


¡Ay de quién nunca haya roto un plato!



Sombreados

20.2.24


Las zonas poco iluminadas del pensamiento son las más difíciles de ver.



Increíble

19.2.24


Más allá de que lo escrito tenga repercusión o no, está el hecho prodigioso de lo creado.



Endofasia

18.2.24


—¿Tú estás escuchando lo que dices?
—¿Qué?
—Esa barbaridad que acabas de soltar.
—No he dicho nada, solo soy tu voz interior.


Originalidades

17.2.24


En todo ser humano existe una cierta carga de patetismo y, especialmente, en algunos hay una exagerada tendencia a su exhibición.



Antidisturbios

16.2.24


Existe gente dotada de una gran capacidad para perturbar la vida ajena.



Proyección

15.2.24


Date la vuelta y verás que solo eres una sombra.



Descodificaciones

14.2.24


El amor siempre nos desentraña ante los demás.



Retroalimentación

13.2.24


Resulta controvertido y circular: amar y enfadarse contra lo amado y luego arrepentirse.



Hablas

12.2.24


La mirada es el lenguaje más sublime del amor.



Viejos oficios

11.2.24


Cada vez que escuchaba la flauta de amolador bajaba a toda prisa para afilar los instrumentos cortantes de la casa. Después se embobaba con las chispas que desprendía el roce del acero contra el esmeril. Contaba que en ese fulgor era capaz de adivinar quién sería su próxima víctima.



Catadióptricos

10.2.24


No sería yo si digo que veo el mundo como lo ven los demás.



Arrimes

9.2.24


Nunca te acuestes con una idea fija, puede que te levantes con un mal pensamiento.



Solucionario

8.2.24


Si toda solución nos parece mal es porque nos gusta lo que hay.



Mejunjes

7.2.24


Al existencialismo siempre le ha venido bien una buena dosis de vitalidad.



Compiladores

6.2.24


Existen coleccionistas de todo menos de nada.



Contextos

5.2.24


Sólo somos la ficción de una realidad.