—Me
alegra encontrarla esta tarde en el parque tan propicio para las parejas y el
amor.
—Debes
casarte por amor o arruinarás tu vida. [...] Estoy segura de que vas a hacer lo
que todo el mundo considerará extremadamente imprudente, pero conociéndote como
te conozco, creo que se te debe permitir hacer lo que creas mejor. Después de
todo, el amor es un gran pacto.
—Isabel,
usted escribió que el desamor puede ser devastador.
—El
desamor provoca una sensación de estar muerta en vida. Es un estado en el que
se anhela vivir plenamente, pero se siente como cenizas. Aunque ese amor puede
causar dolor, también es lo que nos hace sentir vivas. A veces, desearía
maldecirlo, pero reconozco su importancia en mi existencia.
—Suena
como una lucha interna porque el tiempo pasa factura.
—Al
llegar a una cierta edad, el atractivo de un hombre se vuelve insignificante en
comparación con la alegría de la infancia. La inocencia y la pureza de un niño
pueden ser más valiosas que las complicaciones del amor adulto.
—¿Maduró
el mundo con el sufragio femenino?
—El
derecho al sufragio es, sin duda, la reivindicación más elemental para las
mujeres. Sin él, carecemos de independencia y personalidad jurídica. La
igualdad política es la llave de la verdadera igualdad. Sin este derecho, las
mujeres seguirán siendo ciudadanas de segunda clase.
—Y
la Educación debe ser parte de este proceso de igualdad.
—Absolutamente.
Las mujeres y los hombres no podrán ser verdaderamente iguales hasta que ambos
sean educados con los mismos derechos y responsabilidades desde la infancia. La
educación es fundamental para empoderar a las mujeres y permitirles participar
plenamente en la sociedad.
—Pero
no basta con exigir derechos, sino que también hay que asumir obligaciones.
——Hablar de igualdad implica una responsabilidad compartida. No se trata solo
de obtener derechos, sino también de cumplir con nuestras obligaciones como
ciudadanos. La igualdad no puede ser una carga para unos pocos; debe ser un
compromiso colectivo.
—Su
obra relaciona la familia y la identidad.
—Nunca
olvidaré cómo me agradaba que mi madre dijera que yo era la imagen fea de mi
tía. A pesar de ser un cumplido peculiar, me ayudó a aceptar mi identidad.
Además, cuando regresé a Málaga y le mostré a mi madre el dinero que había
ganado, sentí un inmenso orgullo. No eran solo números; era la prueba de que
podía ganarme la vida y asegurar mi futuro.
—¿Y
qué siente al pensar en el matrimonio en relación con su deseo de
independencia?
—Cuando
pienso en el matrimonio, siento lo mismo que cuando estaba en el convento: una
sensación de atadura. No quiero estar atada. Valoro mi libertad y la
posibilidad de ser dueña de mi propio destino.