A veces convertimos nuestras heridas en habitaciones donde nos quedamos demasiado tiempo. El auto compecimiento entra entonces como un huésped amable, dispuesto a justificarnos cada inercia, cada miedo. Pero ese perdón que nos ofrece no cura sino que más bien anestesia. Nos absuelve sin pedirnos transformación y por eso es innecesario al perdonar sin levantarnos, ya que la verdadera compasión no nos encierra sino que nos impulsa.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
1 apostillas:
¡Ay! Tan bellos ideales…
Publicar un comentario