La primera vez que descubrí aquella sentencia me llamó la atención. Contaba pocos años de edad y, al entrar al camposanto, la pude observar sin entender qué significaba: «Polvus eris et in polvus reverteris». Si estaba en ese lugar, me dije, su importancia debería tener. Más tarde supe que anunciaba la única certeza irreductible. La única inalterada.
Hoy que entiendo su valor prefiero aferrarme, en versión libre, al verso que culmina un memorable soneto de Quevedo: «Polvo seré más polvo enamorado».