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Agua bendita

17.2.07


La tuve de vecina hace muchos años. La mujer pasaba por un mal momento porque el marido la había abandonado. Se quedó con los hijos en casa: dos niñas y dos niños. El más pequeño apenas contaba un par de años.

Comencé a descubrir hábitos inusuales en su conducta. Pequeña rarezas como planchar de madrugada con la radio a todo volumen o gritar a todas horas. A veces la escuchaba pronunciar una retahíla de imprecaciones contra su pequeño vástago.

Un día me crucé con ella en el portal de la casa. Llevaba una garrafa de mediano tamaño en una de sus manos.

La saludé y me contó que venía de la iglesia donde había ido para que le bendijeran el agua que contenía la botella que transportaba.

Ante mi cara de asombro, la mujer me explicó que echaba el agua consagrada en la lavadora cuando hacía la colaba con la ropa de su niño pequeño. «Creo que está endemoniado», me dijo.