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Paseo por la geometría humana

29.9.15



—Comparando los contenidos morales de religiones occidentales y orientales me parece percibir un vacío de los mismos en las primeras, señor Russell.
—Cualquier sistema moral que tenga una base teológica se convierte en unos de los instrumentos a través de los cuales los poderosos conservan la autoridad y dañan el vigor intelectual de los jóvenes.
—Y más si se trata de teología monoteísta.
—Afirmo deliberadamente que la religión cristiana, tal y como está organizada, ha sido y aún es el principal enemigo del progreso moral en el mundo.
—A pesar de ello millones de personas son religiosas. ¿A qué se debe ese existo?
—La religión se basa, a mi juicio, primordial y principalmente en el miedo. En parte es terror a lo desconocido y, en parte, deseo de sentir que se tiene una especie de hermano mayor que estará junto a uno en todas las aflicciones y disputas.
—Pero tendrá alguna validez.
—La religión sirve para impedir el conocimiento, promover el miedo y la dependencia. Es responsable en gran parte de la guerra, opresión y miseria del mundo.
—Será porque dicen haz lo que yo diga pero no lo que yo haga.
—Yo estoy tan firmemente convencido de que las religiones hacen daño, como lo estoy de que son falsas.
—¿Aunque su mensaje moral sea verdadero?
—Cristo dijo que debían entregarse los bienes a los pobres, que no se debía luchar, que no había que ir a la Iglesia y que el adulterio no debía ser castigado.
—Veo mucha tensión y falseamiento en la práctica católica.
—El hombre cuyos músculos están tensos cree en un Dios de acción, mientras que el hombre cuyos músculos están relajados cree en un Dios de pensamiento y contemplación.
—¿Tiene sentido la creencia?
—Observo que una gran parte de la especie humana no cree en Dios y no sufre por ello ningún castigo visible. Y si hubiera un Dios, me parece muy improbable que tuviera una vanidad tan enfermiza como para sentirse ofendido por quienes dudan de su existencia.
—Hay a quien le aterroriza morir con esa perspectiva.
—Cuando llegue la hora de mi muerte, no sentiré haber vivido en vano. Habré visto los crepúsculos rojos de la tarde, el rocío de la mañana y la nieve brillando bajo los rayos del sol universal; habré olido la lluvia después de la sequía y habré oído el Atlántico tormentoso batir contra las costas graníticas de Cornualles.