Caballitos de mar

14.5.10



A pesar de los años hay un imperecedero olor de salitre en mi memoria. Los olores que llegan desde la infancia están anclados en la pituitaria del recuerdo de forma perenne. Así que cada vez que ese aire salado y húmedo inunda mis pulmones, vuelve la fotografía de aquella Brownie Flash que utilizó papá para inmortalizar un verano de niñez vivido junto a la orilla del mar.

Si el olor es perdurable, la luz del amanecer marino es imborrable. La primera tarea del día era marchar hacia el rebalaje con un cubo de plástico en la mano y el bañador como única indumentaria. El milagro de la mañana era ver a los rudos pescadores sacar el copo, un arte de pesca que arrojaba las redes desde la orilla después de lanzarla al mar en un bote que describía un semicírculo.

Tirados desde dos extremos los pescadores se esforzaban en arrastrar la red hasta la orilla. Allí se arremolinaba la gente para ver la pesquera. Piezas de distintos tamaños saltaban dentro de la red y la chiquillería esperaba su momento para recoger los pececillos de plata que se escapan de la trampa mortal. Era el momento heroico de salvarlos de una muerte segura y regresarlos al mar después de mirarlos con asombro nadar dentro del cubito de plástico.

De todas las incursiones en las que me aventuré la que más me emocionó fue salvar a un pequeño caballito de mar, cuya mirada parecía lánguida y triste. Durante un buen rato lo observé moverse en el estrecho recipiente. Después lo devolví a la libertad que, como en la infancia la imaginación, en los hipocampos, debe parecer infinita.



6 apostillas:

Gata dijo...

y espero q sea un infinito elevado a n+1 sino a penas merecería la pena caminar con los pies en la tierra el resto del tiempo...
Al menos así es para mi.
bs

Gata dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
V a v o dijo...

Caballitos de mar! la resistencia de una era poblada de unicornios dragones pegasos sirenas hypógrifos... cuando las luciernagas soñaban el mundo.

Saludos.

Joselu dijo...

Un post que evoca la niñez, una niñez feliz, en que todo tenía el olor del pan recién hecho y todo estaba por descubrir... Y tras muchos años has recuperado aquel instante en que liberaste al caballito. ¡Qué prodigio vivir la niñez junto al mar! Cuando leo a Alberti o la biografía de Fellini, o tantos otros, me doy cuenta de que querría haber nacido a la orilla del mar y no tierra adentro. Un hermoso post.

María dijo...

Yo no nací junto al mar,

pero desde muy niña he pasado los veranos junto a él y por la razón que sea, siempre me he sentido muy cerca de él. Como tú, también he sido feliz salvando pececillos, caballitos, estrellas... cuanto el mar, arrojaba a la orilla.

Ahora me sigue ocurriendo lo mismo, pero es él quien me salva a mi. Ahora, "casi" vivo a su lado.


Precioso, Francisco.


Muchos besos a ti y al mar.

Juan Poz dijo...

El caballito de mar no parece un pez, sino un filosofo submarino. De pequeño los veía con las gafas de bucear y me maravillaba su parsimoniosa verticalidad: no invitaban a depredarlos, sino al respeto reverencial. Muchos años después vi pasear en tierra al marabú y sé que, aun en escuelas distintas, los dos aman el saber por igual.