Invitado por un compañero de instituto, la primera vez que pisé aquella sala con suelo de madera y cuadros surrealistas que me recordaban a Dalí, mi timidez me hizo sentirme más pequeño, rodeado de gentes que hablaban y discutían sobre la creación artística. Sentadas o recostadas sobre varias ‘chaise-longue’ aquellos personajes pertenecían a un mundo, hasta entonces, sólo conocido por los libros.
La cita era los viernes, día de permiso extra para volver más tarde a casa, y aquello era una isla en mi vida estudiantil. Esperaba el fin de la semana con anhelo para poder leer algo que hubiera escrito y someterme a los comentarios, condescendientes por qué no, de los personajes que por allí pululaban y a quienes escuchaba, con asombro, contar sus experiencias vitales, sus reflexiones sobre libros y discos desconocidos para mí. Al fin no estaba sólo en el camino que emprendí.
1 apostillas:
Es vital darse cuenta de que uno no está solo. Yo tuve que andar buena parte del camino del conocimiento sin ningún compañero al lado. La primera revelación que tuve a mis diecisiete o dieciocho años fue la de mi ignorancia absoluta. No sabía nada de nada. Todo lo que vino a continuación hasta ahora ha sido intentar remediar ese estado, pero me temo que es inútil. Sé un poco más que entonces, pero sigo pensando que no es significativo. Y encontrar a alguien que te lea y que intente comprenderte sigue siendo un sentimiento prodigioso. Lo importante, como decía, es sentirnos acompañados en nuestro viaje.
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