El estudio del pintor

5.3.10



Todo me pareció misterioso y sugestivo. Miraba a los personajes reales y a los protagonistas de los lienzos que poblaban el estudio alumbrado en penumbra por luces bajas, y no sabía distinguir quiénes me causaban más sorpresa. Entonces era un joven adolescente herido de sensibilidad por la poesía, la música y el dibujo. Y allí comenzó mi viaje iniciático en la escritura, allí se fraguó buena parte del ánimo por la creatividad.

Invitado por un compañero de instituto, la primera vez que pisé aquella sala con suelo de madera y cuadros surrealistas que me recordaban a Dalí, mi timidez me hizo sentirme más pequeño, rodeado de gentes que hablaban y discutían sobre la creación artística. Sentadas o recostadas sobre varias ‘chaise-longue’ aquellos personajes pertenecían a un mundo, hasta entonces, sólo conocido por los libros.

La cita era los viernes, día de permiso extra para volver más tarde a casa, y aquello era una isla en mi vida estudiantil. Esperaba el fin de la semana con anhelo para poder leer algo que hubiera escrito y someterme a los comentarios, condescendientes por qué no, de los personajes que por allí pululaban y a quienes escuchaba, con asombro, contar sus experiencias vitales, sus reflexiones sobre libros y discos desconocidos para mí. Al fin no estaba sólo en el camino que emprendí.



1 apostillas:

Joselu dijo...

Es vital darse cuenta de que uno no está solo. Yo tuve que andar buena parte del camino del conocimiento sin ningún compañero al lado. La primera revelación que tuve a mis diecisiete o dieciocho años fue la de mi ignorancia absoluta. No sabía nada de nada. Todo lo que vino a continuación hasta ahora ha sido intentar remediar ese estado, pero me temo que es inútil. Sé un poco más que entonces, pero sigo pensando que no es significativo. Y encontrar a alguien que te lea y que intente comprenderte sigue siendo un sentimiento prodigioso. Lo importante, como decía, es sentirnos acompañados en nuestro viaje.