Devoró al lector.
Atestación
30.1.10
Si el mundo es como es, es porque sobre él pesan todos los conocimientos, todos los avances científicos. E igualmente todas las necedades.
El farol de Guno
29.1.10
Guno era un hombre ciego. Cuando caminaba de noche por la calle se iluminaba con un farol y explicaba, a quien le preguntaba, que la luz no era para ver la calzada que conocía de memoria, sino para iluminar el camino a los demás. Es una historia conocida en la que hay quienes ven la moraleja de la entrega hacia los demás.
Quizás en un mundo antiguo la fábula de Guno tuviera sentido, no en cambio en este. En los tiempos enceguecidos que corren, muchos son los que necesitan ser vistos, llamar la atención para que el ojo ciego de la actualidad y de la fama. Por eso encienden su farol, para saber que sepan que están ahí.
Corrientes
28.1.10
Internet es como el mar: siempre en movimiento. O para ser más lírico se puede recurrir a un verso del 'Cementerio marino' de Paul Valery, de forma intertextualizada: Internet, Internet, «toujours recommencée.»
Ontología del diálogo
26.1.10
—¿Quién habla ahora?
—No soy yo.
—Entonces ¿soy quien pregunta?
—Es probable.
—Y tú que me respondes quién eres. ¿No eres acaso ese otro yo?
—No podría decirte si yo soy tú mismo.
—Será quien nos escribe el que habla.
—Puede que sólo sea a quien escucha al pensar.
—Entonces somos los hijos de su pensamiento.
—No, sólo simple diálogo leído por un lector. Eso es lo que somos.
—Permite que dude.
La variante de Boylston
25.1.10
Guy de Maupassant, a quien Nietzsche definió como «un verdadero romano», advierte que «la dicha está sólo en la esperanza, en la ilusión sin fin.» Algo así como una Banda de Möebius en el plano inmaterial que nos hace ilusos dentro de una conectividad infinita.
Egoístas
24.1.10
Tenía tanto ego que le resultaba imposible soportarse a sí mismo y le disparó al espejo.
Etiquetas: cuentos diminutos
Artistas
23.1.10
La dignidad de la obra de arte llega hasta donde alcanza la honestidad de su creador consigo mismo.
Tiempo muerto
22.1.10
El tiempo es como el tejido epidérmico. Los segundos se nos caen como células muertas. Bajan por las cañerías del recuerdo hasta el olvido. A veces me tienta resucitar ese tiempo muerto.
Miro con el catalejo de la memoria y busco un recuerdo temprano. Me veo, muy niño, enfermo en cama, la radio encendida y una agradable voz de mujer como compaña. Noto la luz de una mañana luminosa, advierto mi ingenua imaginación por penetrar dentro de aquel artilugio a conocer a ese primer amor. Me siento prisionero en un pijama, las alas cortadas.
Por fortuna queda una caricia de mamá en casa.
Leer el periódico
21.1.10
Internet ha variado los modos de lectura de la información, hecho que causa una enorme desazón en el negocio periodístico por lo que supone de revolucionario. Ya no es que se abandone el papel que, cada año, irá a menos (se estima en una disminución del 3’5% en 2012), es que los lectores que visitan ‘Google Noticias’ sólo leen los titulares en un porcentaje del 44 por ciento y no van a la fuente del diario que lo suministra a leer la noticia, según ‘TechCrunch’.
Es más, si hace unos años era un 33% las personas que acudían a las fuentes digitales para estar informadas, ahora ese porcentaje llega hasta el 57 por ciento, y además se sienten más atraídas a acudir a los ‘agregadores de noticias’ (un 31 por ciento) que a la propia fuente digital (8 por ciento), o a cualquier otra ‘web’ (18 por ciento).
Panorama opaco que ofrece otros datos como que tan sólo el diez por ciento de los usuarios de noticias están dispuestos a pagar por un periódico impreso o en línea, mientras el 75 por ciento buscaría una fuente diferente de información si tuviera que pagar por leer las noticias. Tan sólo de esta quema se salvan los periódicos locales porque mantienen un dominio sobre temas muy concretos.
Maneras
19.1.10
—¿Nos da presteza el mundo para encauzar nuestro destino?
—¿A qué te refieres?
—Por ejemplo, si al asesino le da frialdad o arrebato para matar; al mendigo resignación para ser pobre; al suicida desesperación para acabar con su vida.
—Piensas en una habilidad para ejecutar aquello que nos alcanza.
—Pienso que me planteo hablar contigo, en este momento, y no en estar asaltando un banco o enrolado en una oenegé. Soy más capaz de charlar sin más que de realizar esas otras cosas que son para mí pura teoría.
—Supongo que es cuestión de proponérselo.
—No sé. Es posible que nunca pudiera ser un asesino o un suicida pero sé que tampoco político, profesor o mecánico.
—Todo es probar.
Lírica antropológica
18.1.10
Gehlen anuncia que «el hombre es esencialmente un animal auto poético, un ser que debe crearse a sí mismo». Y destruirse a sí mismo con la antipoética de su necedad. El lirismo humano es tan conmovedor que alcanza el estupor cuando crea y cuando destruye.
Ocultación
17.1.10
La pelota dibujó una hipérbola en cielo hasta que tapó el sol y se produjo un eclipse de fútbol.
Etiquetas: cuentos diminutos
Exhorto
16.1.10
Cualquier cosa es más primordial que leer esta bitácora. Así que anda, te aliento a que vayas a hacer aquello que no debes demorar.
Laberinto
15.1.10
Nací en un corral de comedias abandonado a su suerte como casa de alquiler. Era un edificio laberíntico que dimensionó mis primeras experiencias y las condicionó a una maraña mental. Moraban el inmueble una prodigiosa vecindad y un tropel de niños.
Aquel dédalo de pasillos oscuros y sinuosos, flanqueados por altas puertas casi siempre cerradas, escaleras que ascendían y descendían por todos los rincones, y amplías azoteas, fue para mí la primera colmena humana y el lugar iniciático de mis juegos y amistades.
Una balaustrada de madera pintada de verde rodeaba el patio central en sus dos alturas, mientras en su planta baja habían instalado una carpintería que impregnaba el ambiente con olor a virutas. En cenital observación, miraba a los obreros clavar puntillas, aserrar maderas, cepillar las tablas y lijar las superficies de los muebles construidos. A veces pedíamos trozos de material de desecho para improvisar juguetes.
Especialmente me gustaba visitar la casa del maestro. Don José era un tipo bondadoso de voz ronca que vivía con su mujer, doña Lola, quien ofrecía clases particulares aunque nunca supe si tenía el título de profesora, y sus dos guapas hijas ya en la mocedad y preparando sus estudios: Lolita y Mari Pepa. Allí me sentía querido y solía obtener la recompensa de algún caramelo junto a los arrumacos y mimos de las tres mujeres cuando las visitaba.
Cercana a esa puerta vivía Petra, casada con Pepe un repartidor de dulces, y el padre de ésta que se dedicaba a vender barquillos de canela. Su afecto era tan exquisito conmigo como los dulces con los que se ganaban la vida.
Una de las casas que más me atraía era la de una familia formada por ocho hermanos, siete niñas y un niño. Allí reinaba el caos. Siempre había juegos, discusiones entre menores y mayores, regañinas de la madre y alboroto. Podía entrar cuando quisiera porque era la única puerta que permanecía abierta y donde, permanentemente, se producía alguna escena disparatada que presenciar. Pasaba horas hasta que mi madre me requería porque no era muy partidaria de que estuviera tanto tiempo en casa ajena, algo que no entendía.
La puerta de Carmen y Pepe era otra donde recibía cariño y bondad. Era un matrimonio sin hijos y eso entre personas de clase humilde era como un sello de tristeza. Me agasajaban de tal manera que a veces me sentía abrumado. Supe, años después y lejos de allí, que les nació una hija enferma de corazón pero que les colmó de alegría.
Uno de mis aliados fue Miguelito que tenía una hermana más pequeña que él. Juntos un día decidimos ir a buscar la mitológica selva donde habitaba Tarzán el de los monos. Por suerte un familiar se topó con nosotros y nos devolvió a casa antes de extraviarnos.
En la puerta contigua a mi casa vivían las hijas de Amelia. Cuatro guapas mozas de las que creo, mi corazón de niño, estaba prendado. Todas tenían novio y alguna escena de celos infantiles protagonicé, en especial cuando mojé, con el agua de un barreño, a uno de sus pretendientes.
Donde percibían más tristeza era en la casa de Josefa. Apenas había muebles ni utensilios y sus dos hijas no andaban ni bien de ropa, ni de alimentos y sobre todo de juguetes. A pesar de ello la mayor que me aventajaba en un par de años era como una enciclopedia para mí por la cantidad de secretos que era capaz de revelarme sobre el mundo de los adultos.
Al fondo de uno de los pasadizos estaba instalado don José que se dedicaba a arreglar todo tipo de maquinaria doméstica. No era muy hablador y más bien hosco con los niños pero su abigarrado mundo de herramientas y cachivaches era cautivador a mi mirada.
También vivía un sastre serio con sus cuatro hijos, en cambio a los niños nos gustaba más mirar por la cristalera de un taller de modistas que había, fuera del edificio, en un recodo de aquella calle llamada Comedias.
El minotauro de aquel laberinto era la lobreguez de los pasillos de baldosas destartaladas y que los niños solíamos vencer con una rauda salida hasta la calle.
Ahí no
14.1.10
En el mundo los ‘blogs’ producen a diario 900.000 ‘post’, el equivalente a la información que puede publicar en 19 años el periódico The New York Times. Además Facebook registra todos los días 700.000 nuevos usuarios (semejante a la población de Bahréin) y actualiza 45 millones de veces su estado frente a los 5 millones de 'tweets' que aparecen en Twitter, mientras en Flirk son publicadas 3 millones de imágenes nuevas cada día. Además 210 mil millones de 'emails' cruzan la red y 43 millones de gigabytes circulan, diariamente, por los teléfonos móviles de todo el planeta. Es una información reflejada en ‘Online Education’.
Ante esta oleada creativa y superabundante de información hay que preguntarse dónde quedan las viejas reglas del negocio del periodismo y los intocables derechos de autor. No donde los quieren dejar ahora, ahí no.
No, no, no
12.1.10
—No te vi.
—¿No me viste?
—No vine a cenar.
—¿No? ¿por qué?
—No lo sé.
—No sabrás.
—¿No sabré si estarás?
—No estaré.
—¿No? No siempre fue así.
—No, no lo fue. Yo nunca lo dudé.
—No dudé.
—¿No?
—No sé lo que pasó.
—No pasó, el tiempo no pasó.
—No, padre, no.
—Pasé yo.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)