—Comienza un nuevo curso que es el mismo de siempre y es siempre distinto. ¿Avanzamos hacia una escuela más justa, señor Dubet?
—Cerremos el aula por hoy.
—Siempre pensé que lo importante de la vida ocurría fuera de clase.
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Obtener un tiempo extra en la vida es la única inmortalidad plausible.
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La originalidad de un pensamiento la percibimos en su extrañeza.
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Me educaron para no importunar a nadie y me dijeron: no llames la atención sobre ti para no molestar; intenta ser autosuficiente para no molestar; y trata de ser buena persona para no molestar. De las tres, pienso que la segunda es la que mejor me sale.
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—Estamos cambiando tiempo por dinero.
—El tiempo es el único recurso del cual pueden disponer gratuitamente los que viven en el escalón más bajo de la sociedad.
—Ante esa racanería para disponer de tiempo me pregunto si la rutina no en una estrategia para economizar el tiempo.
—La rutina puede degradar, pero también puede proteger; puede descomponer el trabajo, pero también componer una vida.
—Es difícil encajar eso en una sociedad disuelta en la instantaneidad.
—Lo que hoy tiene de particular la incertidumbre es que existe sin la amenaza de un desastre histórico; y en cambio, está integrada en las prácticas cotidianas de un capitalismo vigoroso (…). La consigna “nada a largo plazo” desorienta la acción planificada, disuelve los vínculos de confianza y compromiso y separa la voluntad del comportamiento.
—En cambio lo rutinario no tiene buena prensa.
—La repugnancia a la rutina burocrática y la búsqueda de la flexibilidad han producido nuevas estructuras de poder y control en lugar de crear las condiciones de liberación.
—Y qué lectura hacer.
—Desde el punto de vista operacional, todo es perfectamente claro; desde el punto de vista emocional, en cambio, terriblemente ilegible.
—¿Y ahí radica el desastre?
—La cultura moderna del riesgo se caracteriza porque no moverse es sinónimo de fracaso, y la estabilidad parece casi una muerte en vida. Por lo tanto, el destino importa menos que el acto de partir. Inmensas fuerzas económicas y sociales dan forma a la insistencia de marcharse; el desorden de las instituciones, el sistema de producción flexible, realidades materiales que se hacen a la mar.
—¿Nos necesitan, señor Sennett?
—¿Quién me necesita? Es una cuestión de carácter que sufre un cambio radical en el capitalismo moderno. El sistema irradia indiferencia.
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—A partir de cierta edad hacemos como que no nos importan las cosas que más deseamos.
—Es posible o será que el deseo se vuelve viejo como nosotros.
—A veces estamos demasiado dispuestos a creer que el presente es el único estado posible de las cosas.
—Sí, llego, lo tomo y lo dejo. Un tres en uno.
—La gente desea aprender a nadar y al mismo tiempo mantener un pie en tierra.
—Será que deseo y azar van unidos.
—Nuestros deseos se ponen trabas mutuamente y en la confusión de la vida raras veces una dicha corresponde exactamente a aquel que la había reclamado.
—Entonces, ¿la felicidad?
—La felicidad es saludable para el cuerpo, pero es la pena la que desarrolla las fuerzas del espíritu.
—¿Las penas?
—Las penas son servidores oscuros, detestados, contra los que luchamos, bajo cuyo imperio caemos cada vez más, servidores atroces, imposibles de sustituir y que, por vías subterráneas, nos llevan a la verdad y a la muerte. ¡Dichosos aquellos que han encontrado la primera antes que la segunda y para los que, por próximas que deban estar una de otra, ha sonado la hora de la verdad antes que la hora de la muerte!
—¿Y el amor, señor Proust?
—El amor es el espacio y el tiempo medido por el corazón.
—¿Y algo más?
—El amor es una enfermedad inevitable, dolorosa y fortuita.
—¿Y el dolor?
— No se cura un sufrimiento sino a condición de soportarlo plenamente.
—¿Y la vida?
—Vale más soñar la vida propia que vivirla, aunque vivirla es también soñarla.
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—Señor Žižek, ¿ha fracasado la humanidad en la construcción de su destino?
—El éxito y el fracaso son inseparables.
—¿Y el capitalismo ha fracasado y llega a su fin?
—Nuestro principal problema, incluso ahora, es que nos resulta más sencillo imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo.
—Tanta tecnología y tan poca humanidad…
—Vivimos una época que promueve los sueños tecnológicos más delirantes, pero no quiere mantener los servicios públicos más necesarios.
—Entonces lo de hacer una revolución para cuándo.
—No soy un ingenuo, ni un utópico; sé que no habrá una gran revolución. A pesar de todo, se pueden hacer cosas útiles, como señalar los límites del sistema.
—Cosas útiles y necesarias como qué.
—Estoy a favor de reuniones y protestas, pero no me convencen frases de sus manifiestos como desconfiamos de toda la clase política. ¿A quién se dirigen entonces cuando piden una vida digna?
—A quienes les representen de verdad sin falseamientos ni dobleces.
—La verdadera lucha política, como explica Ranciere contrastando a Habermas, no consiste en una discusión racional entre intereses múltiples, sino que es la lucha paralela por conseguir hacer oír la propia voz y que sea reconocida como la voz de un interlocutor legítimo.
—Para eso, como decía Machado, hay que pararse a distinguir las voces de los ecos.
—El problema es que no nos centramos en lo que realmente nos satisface. Estamos atrapados en una competición malsana, una red absurda de comparaciones con los demás. No prestamos suficiente atención a lo que nos hace sentir bien porque estamos obsesionados midiendo si tenemos más o menos placer que el resto.
—No tiene la impresión que tanta corrección en el discurso público ha tapado el verdadero discurso que hablan los ciudadanos en la calle.
—En el discurso políticamente correcto se esconde una extrema violencia... Este hecho se relaciona con la tolerancia, que actualmente significa su contrario. En los países occidentales desarrollados la tolerancia quiere decir no acoso, no agresión. Lo cual significa: "No tolero tu excesiva proximidad, quiero que mantengas la distancia adecuada".
—Y la dialéctica contra un sistema que ha degenerado en la sobreexplotación de recursos y la hiperespeculación, ¿dónde queda?
—No estoy en contra del capitalismo en abstracto. Es el sistema más productivo en la historia. Me considero comunista, aunque el comunismo no sea ya el nombre de la solución, sino el del problema. Hablo de la lucha encarnizada por los bienes comunes. Las corporaciones intentan privatizar los recursos naturales, la biogenética o los conocimientos. El capitalismo actual se mueve hacia una lógica de apartheid, donde unos pocos tienen derecho a todo y la mayoría son excluidos.
—¿Eligen los ciudadanos la política que se les aplica o son víctimas inconscientes de poderes fácticos?
—Concibo la noción de lo político en un sentido muy amplio. Algo que depende de un fundamento ideológico, de una elección, algo que no es simplemente la consecuencia de un instinto racional. En este sentido, sostengo que nuestras creencias privadas, en el modo en que nos comportamos sexualmente o en lo que sea, son políticas, porque es siempre el proceso de elecciones ideológicas y nunca es simplemente naturaleza. En este sentido diría que la cultura popular es eminentemente política, y me interesa justamente por eso.
—Creencias privadas que en algún caso usted critica.
—Me asusta lo que llamo budismo occidental. Me dejó de piedra leer una encuesta que decía que más del cincuenta por ciento de los ejecutivos estadounidenses son budistas. El porcentaje aumenta entre los más jóvenes, sobre todo los directivos de las industrias digitales y creativas. El tipo de hedonismo que se impone hoy, mezcla de placer con un poco de iluminación espiritual, se ha convertido en la religión del capitalismo global contemporáneo. Y no es precisamente emancipadora.
—En el sistema no cabe ni desarraigo ni descontrol.
—He aquí dos palabras clave: extracción y control. Para administrar una ‘nube’ es preciso un sistema de vigilancia que controle su funcionamiento, y que, por definición, está oculto a los usuarios. Cuanto más personalizado está el ‘smartphone’ que tengo en la mano, cuanto más fácil y ‘transparente’ es su funcionamiento, más depende de un trabajo que están haciendo otros, en un vasto circuito de máquinas que coordinan las experiencias de usuarios. Cuanto más espontánea y transparente es nuestra experiencia, más regulada está por la red invisible que controlan organismos públicos y grandes empresas con sus secretos intereses.
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Ante un corazón vacío la duda es si cabe la nada en él.
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Escribimos para no dejar de ser quienes somos.
G. Deleuze:
«Quizá soy transparente y ya estoy solo sin saberlo...»
Thomas Szasz:
«Si tú hablas a Dios, estás rezando; si Dios te habla a ti, tienes esquizofrenia. Si los muertos te hablan, eres un espiritista; si tú hablas a los muertos, eres un esquizofrénico»
Marco Aurelio:
«Toma sin orgullo, abandona sin esfuerzo»
Albert Camus:
«La gente nunca está convencida de tus razones, de tu sinceridad, de tu seriedad o tus sufrimientos, salvo sí te mueres»
Charles Caleb Colton:
«Hasta que hayas muerto no esperes alabanzas limpias de envidia»
León Tolstoi:
«A un gran corazón, ninguna ingratitud lo cierra, ninguna indiferencia lo cansa»
Voltaire:
«La duda no es un estado demasiado agradable pero la certeza es un estado ridículo»
Mahmoud Al-Tahawi:
«La perfección es el pecado de los vanidosos. La torpeza la virtud de los indefensos»
Fénelon:
«Huye de los elogios, pero trata de merecerlos»
Antón Chéjov:
«Las obras de arte se dividen en dos categorías: las que me gustan y las que no me gustan. No conozco ningún otro criterio»
Bukowski:
«Que no te engañen, chico. La vida empieza a los sesenta»