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El buscador

15.7.14

—A partir de cierta edad hacemos como que no nos importan las cosas que más deseamos.
—Es posible o será que el deseo se vuelve viejo como nosotros.
—A veces estamos demasiado dispuestos a creer que el presente es el único estado posible de las cosas.
—Sí, llego, lo tomo y lo dejo. Un tres en uno.
—La gente desea aprender a nadar y al mismo tiempo mantener un pie en tierra.
—Será que deseo y azar van unidos.
—Nuestros deseos se ponen trabas mutuamente y en la confusión de la vida raras veces una dicha corresponde exactamente a aquel que la había reclamado.
—Entonces, ¿la felicidad?
—La felicidad es saludable para el cuerpo, pero es la pena la que desarrolla las fuerzas del espíritu.
—¿Las penas?
—Las penas son servidores oscuros, detestados, contra los que luchamos, bajo cuyo imperio caemos cada vez más, servidores atroces, imposibles de sustituir y que, por vías subterráneas, nos llevan a la verdad y a la muerte. ¡Dichosos aquellos que han encontrado la primera antes que la segunda y para los que, por próximas que deban estar una de otra, ha sonado la hora de la verdad antes que la hora de la muerte!
—¿Y el amor, señor Proust?
—El amor es el espacio y el tiempo medido por el corazón.
—¿Y algo más?
—El amor es una enfermedad inevitable, dolorosa y fortuita.
—¿Y el dolor?
— No se cura un sufrimiento sino a condición de soportarlo plenamente.
—¿Y la vida?
—Vale más soñar la vida propia que vivirla, aunque vivirla es también soñarla.


Desayuno

23.2.08




Proust, para desayunar, mojaba las magdalenas de su memoria en una taza de nostalgia. Un ejercicio de evocación tan mañanero parece una práctica burguesa inocua después de haber asistido a un festival de pesadillas.