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El último maldito
5.3.13
—Ahora que eres muerto ¿te das cuenta cómo pasa la vida?
—Yo creía que quería ser poeta, pero en el fondo quería ser poema...
—¿Desengañado?
—Que la vida iba en serio uno lo empieza a comprender más tarde -como todos los jóvenes, yo vine a llevarme la vida por delante. Dejar huella quería y marcharme entre aplausos -envejecer, morir, eran tan sólo las dimensiones del teatro. Pero ha pasado el tiempo y la verdad desagradable asoma: envejecer, morir, es el único argumento de la obra.
—Al final de la vida sobra todo y más en un país como este.
—En un viejo país ineficiente, algo así como España entre dos guerras civiles, en un pueblo junto al mar, poseer una casa y poca hacienda y memoria ninguna. No leer, no sufrir, no escribir, no pagar cuentas, y vivir como un noble arruinado entre las ruinas de mi inteligencia.
—¿Y ese pesimismo?
—De todas las historias de la Historia la más triste sin duda es la de España porque termina mal.
―¿Y escribir tampoco?
—He escrito de oído, pero el oído de cualquier poeta, no sólo el mío, es un producto que se adquiere, se consolida, se enriquece, se endurece y se pierde.
—Se puede escribir de odio pero no se termina por entender todo lo que se escucha.
—Entender un poema es una actitud absolutamente secundaria, porque si a uno le gusta el poema, a la larga acabará entendiéndolo. En poesía, el único error es escribir malos poemas.
—Pero la creación engrandece, señor Gil de Biedma.
—El arte es hijo de la limitación porque es una manera de intentar ir más allá de la influencia de la vida.
—¿También del amor eras consciente?
—Para saber de amor, para aprenderle, haber estado solo es necesario. Y es necesario en cuatrocientas noches -con cuatrocientos cuerpos diferentes- haber hecho el amor. Que sus misterios, como dijo el poeta, son del alma, pero un cuerpo es el libro en que se leen.
Etiquetas: aforismo dialógico, Jaime Gil de Biedma
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