Casamentero

28.6.20

No, nunca se casó. Eso sí, tampoco se perdió ni una sola de las bodas de familiares y amigos. Y fueron muchas las ceremonias, a contar por el número de habanos que guardaba con la inscripción de los enlaces, donde en sus vitolas se podían leer los nombres de las parejas y la fecha del casamiento. 

Durante años guardó en una vitrina los cigarros puros de aquellas fiestas ampulosas, dicharacheras y rebosantes de alegría y felicidad. A veces los miraba como quien ojea un álbum de recuerdos y hasta se emocionaba, mientras mentalmente proyectaba imágenes de bailes y de risas, de mujeres esmeriladas y hombres beodos, de lágrimas y bendiciones de dicha. 

Ahora, en edad crepuscular, se sienta en el pórtico de su soledad a ver morir el día. En ocasiones le llegan noticias de divorcios y separaciones. Va hacia la vitrina donde ya hay algunos huecos y busca el habano enfajado con los nombres de la pareja que ha roto. Vuelve al porche y lo enciende y succiona con vehemencia el humo. Acoge en sus pulmones una gran calada que luego con parsimonia lanza al cielo de amenazante rojez y, en tanto la fumarada se eleva hasta perderse en el espacio, piensa en las cenizas de ese amor.



4 apostillas:

Albada Dos dijo...

Un relato excelente. Ese humo al cielo pensando en las cenizas de un amor que caducó. Muy bueno

Joselu dijo...

En Cracovia en un puente sobre el Vístula cargado de candados de amor, había uno cuya inscripción simplemente decía "Error". Era todo un relato tan bueno como este que nos traes en una mañana soleada de domingo.

Ángel dijo...

Buena historia, todo es humo.
Un saludo.

Juan Poz dijo...

¿Eso no es algo parecido a lo de sentarse a esperar que pase el cadáver de la felicidad ajena...?