Vacaciones en el mar de China

11.8.19

Día 11

El día amanece teñido de azul vibrante y, como cada mañana, ejecuto el ritual de la sombrilla de playa. Clavo en la arena el tubo de hierro y la abro dispuesto a conquistar el paisaje milimetrado en píxeles de mayólica.

He ayudado a Xu Yueying a colocar las suyas y me ha expresado su gratitud con un: «¡Ay, las manos de un hombre!». Y en la frase he entendido que se refería a las manos que acarician, a las manos solidarias, a las que crean y levantan sus alas. No esas otras que golpean, a esas manos violentas y castigadoras, manos de verdugos sobre víctimas, torturadoras.

Al caer la tarde un vuelo de gansos en formación traza la geometría opalina del cielo. Se alejan y me alejo con ellos en la imaginación hacia el contorno del verano de polifonías calurosas. Un grupo de chiquillos lanza piedras que rebotan, dibujando ondas, sobre la superficie del agua salina, en gesto similar al que yo repetí hace tanto con el anhelo de que las piedras planearan sin hundirse hasta la infinitud.

Otro grupo de zagales llega renegrido desde los arrozales. Vienen heridos de una batalla de bolas barro a enjuagar su derrota. Ríen alegres como si la vida no pasara.

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