El catador de melazas

12.3.10



Pensaba que aquel hombre era quien ponía los olores a la primavera. Cuando comenzaba a pasar en las tardes de marzo, mientras merendaba en la puerta de casa, el aire se perfumaba de azucaradas fragancias. Olía a dulce etéreo y a meliflua calidez. La respiración, entonces, se inundaba de una sinfonía de tonos de melaza.

Un día pregunté a la gente mayor cuál era el oficio del hombre que aparecía después de escuchar la sirena de la fábrica. Mi escaso entendimiento infantil dedujo de la explicación dada que se trataba de una persona que calentaba las mieles de la caña de azúcar hasta evaporar su espíritu y con ello adornaba de aromas cada primavera.

En realidad años después descubrí, prosaicamente, que se trataba de un maestro de azúcar, cuya misión era dirigir el reparto de la melaza y pasear por la nave de las tachas para observar los tubos de nivel, entre otras ocupaciones.

Aún así, hoy, su evocación me trae tardes de aromáticas primaveras sin continuidad.



1 apostillas:

Joselu dijo...

Evocación del territorio ¿sagrado? de la infancia. Yo no conocí este oficio, pero sí otros. Entonces no teníamos internet ni play station, pero tengo la impresión de que nuestros cerebros estaban más abiertos a los estímulos que nos llegaban de la vida. Quizás ahora se vive la niñez en un mundo de pantallas y termina sucediendo que lo que sucede en la realidad tiene una mínima dimensión. Yo viví en la realidad. Dolorosa e intensamente yo la viví, sin tecnología, salvajemente, a pelo.