Metástasis revolucionaria
8.7.14
—Señor Žižek, ¿ha fracasado la humanidad en la construcción de su destino?
—El éxito y el fracaso son inseparables.
—¿Y el capitalismo ha fracasado y llega a su fin?
—Nuestro principal problema, incluso ahora, es que nos resulta más sencillo imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo.
—Tanta tecnología y tan poca humanidad…
—Vivimos una época que promueve los sueños tecnológicos más delirantes, pero no quiere mantener los servicios públicos más necesarios.
—Entonces lo de hacer una revolución para cuándo.
—No soy un ingenuo, ni un utópico; sé que no habrá una gran revolución. A pesar de todo, se pueden hacer cosas útiles, como señalar los límites del sistema.
—Cosas útiles y necesarias como qué.
—Estoy a favor de reuniones y protestas, pero no me convencen frases de sus manifiestos como desconfiamos de toda la clase política. ¿A quién se dirigen entonces cuando piden una vida digna?
—A quienes les representen de verdad sin falseamientos ni dobleces.
—La verdadera lucha política, como explica Ranciere contrastando a Habermas, no consiste en una discusión racional entre intereses múltiples, sino que es la lucha paralela por conseguir hacer oír la propia voz y que sea reconocida como la voz de un interlocutor legítimo.
—Para eso, como decía Machado, hay que pararse a distinguir las voces de los ecos.
—El problema es que no nos centramos en lo que realmente nos satisface. Estamos atrapados en una competición malsana, una red absurda de comparaciones con los demás. No prestamos suficiente atención a lo que nos hace sentir bien porque estamos obsesionados midiendo si tenemos más o menos placer que el resto.
—No tiene la impresión que tanta corrección en el discurso público ha tapado el verdadero discurso que hablan los ciudadanos en la calle.
—En el discurso políticamente correcto se esconde una extrema violencia... Este hecho se relaciona con la tolerancia, que actualmente significa su contrario. En los países occidentales desarrollados la tolerancia quiere decir no acoso, no agresión. Lo cual significa: "No tolero tu excesiva proximidad, quiero que mantengas la distancia adecuada".
—Y la dialéctica contra un sistema que ha degenerado en la sobreexplotación de recursos y la hiperespeculación, ¿dónde queda?
—No estoy en contra del capitalismo en abstracto. Es el sistema más productivo en la historia. Me considero comunista, aunque el comunismo no sea ya el nombre de la solución, sino el del problema. Hablo de la lucha encarnizada por los bienes comunes. Las corporaciones intentan privatizar los recursos naturales, la biogenética o los conocimientos. El capitalismo actual se mueve hacia una lógica de apartheid, donde unos pocos tienen derecho a todo y la mayoría son excluidos.
—¿Eligen los ciudadanos la política que se les aplica o son víctimas inconscientes de poderes fácticos?
—Concibo la noción de lo político en un sentido muy amplio. Algo que depende de un fundamento ideológico, de una elección, algo que no es simplemente la consecuencia de un instinto racional. En este sentido, sostengo que nuestras creencias privadas, en el modo en que nos comportamos sexualmente o en lo que sea, son políticas, porque es siempre el proceso de elecciones ideológicas y nunca es simplemente naturaleza. En este sentido diría que la cultura popular es eminentemente política, y me interesa justamente por eso.
—Creencias privadas que en algún caso usted critica.
—Me asusta lo que llamo budismo occidental. Me dejó de piedra leer una encuesta que decía que más del cincuenta por ciento de los ejecutivos estadounidenses son budistas. El porcentaje aumenta entre los más jóvenes, sobre todo los directivos de las industrias digitales y creativas. El tipo de hedonismo que se impone hoy, mezcla de placer con un poco de iluminación espiritual, se ha convertido en la religión del capitalismo global contemporáneo. Y no es precisamente emancipadora.
—En el sistema no cabe ni desarraigo ni descontrol.
—He aquí dos palabras clave: extracción y control. Para administrar una ‘nube’ es preciso un sistema de vigilancia que controle su funcionamiento, y que, por definición, está oculto a los usuarios. Cuanto más personalizado está el ‘smartphone’ que tengo en la mano, cuanto más fácil y ‘transparente’ es su funcionamiento, más depende de un trabajo que están haciendo otros, en un vasto circuito de máquinas que coordinan las experiencias de usuarios. Cuanto más espontánea y transparente es nuestra experiencia, más regulada está por la red invisible que controlan organismos públicos y grandes empresas con sus secretos intereses.
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