La tarde se arqueaba hacia la anochecida. El calor y el aburrimiento acompañaban al operario que, sentado a la puerta del edificio, apuraba un cigarrillo.
—Buenas —le saludó un transeúnte.
—Buenas —le respondió con desgana casi sin mirarle.
—Parece que hay poco trabajo.
—Últimamente no se muere mucha gente.
—¿Y eso?
—Qué sé yo, los precios, la crisis, el gobierno que no quiere muertos. Vaya usted a saber.
—Pues vengo a darle trabajo.
—Qué quiere —dijo el operario mientras torcía la boca con un mohín.
—Vengo a morirme.
—A morirse, ¿viene a morir aquí? —le espetó algo indispuesto— Oiga, aquí ya se viene muerto.
—No encuentro mi muerte y pensé, igual aquí me la dan seguro. Como Heinrich Heine decía que el que piensa en la muerte está ya muerto a medias, pues ya estoy más cerca.
—También Diderot dijo que el mártir espera la muerte y el fanático corre a buscarla.
—¿No fue Borges quien dijo que la muerte es una vida vivida y la vida es una muerte que viene?
—Disculpe pero más que borgiano estoy con Malraux cuando dice que la muerte sólo tiene importancia en la medida en que nos hace reflexionar sobre el valor de la vida.
—No estoy para reflexiones sino para morirme.
—Usted y cualquiera pero no tenga prisa, hombre. Ya sabe lo que decía Keynes que a largo plazo todos estaremos muertos.
«Hay una gran desconexión entre lo que se ha demostrado científicamente y lo que la gran mayoría de la gente cree» Lynn Margulis