La primera vez que me fijé en él lanzaba piropos a un grupo de jovencitas que pasaba frente a su tienda de ultramarinos. En la puerta había colocada una pizarra sostenida sobre una especie de atril de patas cortas. Escrito con tiza, junto al precio del pan, las patatas y el azúcar, se podía leer: «no hay sábado ni mocita sin amor».
El tendero de las palabras
19.2.10
La primera vez que me fijé en él lanzaba piropos a un grupo de jovencitas que pasaba frente a su tienda de ultramarinos. En la puerta había colocada una pizarra sostenida sobre una especie de atril de patas cortas. Escrito con tiza, junto al precio del pan, las patatas y el azúcar, se podía leer: «no hay sábado ni mocita sin amor».
El descubrimiento fue una licencia para mi curiosidad y mi imaginación de niño. Cada vez que tenía ocasión volvía a pasar por la calle donde reglaban frases ingeniosas, las mismas que procuraba memorizar para después comentarlas a mis amigos.
Un día tuve que entrar a comprar un kilo de garbanzos para cumplir con un encargo de mamá. El tendero, prodigioso para mí, me agasajó con algunas bromas y me despachó las semillas. Dijo: «un kilo de legumbres y cuarto y mitad de adjetivos para estos garbanzos tiernos y jugosos».
Entonces bajó un bote de cristal lleno de trocitos de papel blanco que estaba colocado en uno de los estantes, entre las latas de conservas, y me lo dio junto con el paquete de garbanzos. «Toma, un regalo», me dijo, mientras pensaba que mejor me hubiera dado un caramelo.
Al salir del comercio, intrigado, desdoblé el papel y dentro estaba escrita una palabra: obnubilar.
Etiquetas: cuentos diminutos
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8 apostillas:
Al fin y al cabo no somos más que sentimientos vestidos con palabras. Cuantas más se atesoren, más fácil resulta mostrarlos (o incluso ocultarlos).
Besos, Paco. Bonito regalo.
¡Qué maravillosos eran aquellos colmados con docenas de potes llenos de legumbres, o recipientes con huevos, bidones con aceite que servían para llenar las botellas mediante una bomba... El tendero tradicional sabía de su oficio y se esforzaba con las clientas y su mundo, para un niño, estaba repleto de imágenes mágicas. Como el que relatas y que tenía un bote lleno de palabras y te dio un papelito con ese verbo tan poco utilizado pero que significa algo así como embelesar, el estado que domina en la niñez, al menos como yo la recuerdo. Pienso que estuvo marcada por el embelesamiento, la suspensión de los sentidos, ante una realidad que se percibía como prodigiosa o extremadamente peligrosa.
Maravilla de palabra, onnubilar...
Digna de una mayor utilización, como otras que te sugiero...
Encomio,
diantre,
sapristi,
ceporro,
husmear
anacoreta...
por ejemplo.
Ahora comprendo Francisco,
de donde te viene a ti, este embeleso y esta afición, a soltar frases, palabras o pedazos pequeñitos de textos y hacer que nuestras neuronas se pongan en marcha...
Resulta que tendremos que estarle, eternamente agradecidos a aquel tendero tuyo, mago de las palabras e ingenioso, de que cada día en tu pizarra encontremos escrita una de tus frases...
Jaja, ya sólo te falta,
que además, nos vendas los garbanzos. ;-)
Muchos besos, Francisco y feliz finde.
El diccionario es una tienda de ultramarinos, sí.
Encantadora historia.Ese tendero es todo un personaje, de carne y hueso.
Y claro, te dió la clave para traernos a todos de cabeza...
No todo el mundo sería capaz de apreciar ese regalo.
Saludos,
YoMisma
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