El espectador

16.11.25


Me contó que su gran sueño, su única ilusión, era participar como público en un programa de televisión. Ser un obediente espectador que aplaude y se ríe cuando lo indica el regidor. Sería el súmmum de su existencia extasiarse ante presentadores y famosos. Sería feliz siendo público de televisión.

Y un día lo consiguió. Lo vi en la pantalla, en la segunda fila, sonriendo con devoción y aplaudiendo con fervor cada vez que la luz roja se encendía. Desde entonces no ha vuelto a salir de allí: cambia de programa, de canal, de época, pero siempre está sentado, mirando hacia un escenario que no termina nunca.

Dicen que, si haces zapping con atención, todavía se le puede ver, feliz, esperando la próxima orden del regidor.


4 apostillas:

Toy folloso dijo...

Te resarcen de haber aplaudido de mentirijillas con un suculento bocata de mortadela. De ahí esa fijación...

Francesc Cornadó dijo...

Los artistas del "Equipo Crónica" hicieron unas esculturas de cartón piedra llamadas "El espectador de espectadores" se presentó en los Encuentros de Pamplona (1972), muchos de aquellos espectadores acabaron mal, unos rotos, otros robados, otros golpeados...
https://www.flickr.com/photos/gandara/4300346543
Saludos.

Joselu dijo...

Este microcuento ofrece una parodia mordaz sobre la condición contemporánea del “hombre masa”, relatada con ese tono socrático tan propicio para poner en evidencia, mediante la ingenuidad, las contradicciones más profundas de la vida mediática. El protagonista no sueña con destacar ni con rebelarse contra la rutina, sino con fundirse en la multitud y entregarse al rito colectivo del aplauso, como quien busca la comunión con lo insignificante.

La ironía socrática se hace evidente en el tratamiento del “gran sueño” del personaje: ¿acaso no son dignos los sueños? Por supuesto, pero el narrador se limita a retratarlo con aparente admiración y respeto, como si su aspiración de convertirse en espectador obediente fuera la cumbre de la realización humana. Así, finge ignorar la paradoja moral: es la obediencia automática lo que, en clave socrática, debería hacernos reaccionar y pensar críticamente.

En el clímax, el relato dibuja la apoteosis ridícula del héroe: por fin, logra ser parte de la audiencia, sonríe y aplaude cuando le dictan sus gestos y jamás abandona ese escenario infinito, vagando de canal en canal y de época en época. Aquí el destino del protagonista se funde con el de tantos otros: seres anónimos, siempre sentados, esperando la señal para existir fugazmente mediante el aplauso ajeno. El narrador, sin juzgar ni condenar —socraticamente inocente—, nos deja solos con nuestra risa ambigua y nuestra incomodidad.

El remate final, con esa invitación a buscar al personaje haciendo zapping, multiplica la ironía: tal vez el verdadero público no es él, sino nosotros, asidos del mando, buscando sentido en una eterna sucesión de espectáculos y órdenes.

José A. García dijo...

Incluso con la televisión apagada se lo puede seguir viendo...

Saludos,
J.