Entre las tareas gratas de ser recadero en la infancia estaban los encargos de mercería. Ir a comprar una cremallera, unos botones o una bobina de hilo al salir del colegio me producía cierta fascinación. Al llegar a la tienda no me importaba, incluso, que alguna persona mayor se saltara mi turno, algo que me permitía permanecer en aquel lugar y observar, durante más tiempo, un universo caótico e ilógico. Me eternizaba en una esquina del pequeño local hasta que mi presencia era descubierta por una de las 'benildes’ y me requería para ser despachado. Las dependientas y dueñas del comercio recibía ese apelativo porque el nombre de una de ellas era Benilde, aunque nunca supe cuál de las dos fue bautizada como tal.
Las 'benildes’
30.10.09
Entre las tareas gratas de ser recadero en la infancia estaban los encargos de mercería. Ir a comprar una cremallera, unos botones o una bobina de hilo al salir del colegio me producía cierta fascinación. Al llegar a la tienda no me importaba, incluso, que alguna persona mayor se saltara mi turno, algo que me permitía permanecer en aquel lugar y observar, durante más tiempo, un universo caótico e ilógico. Me eternizaba en una esquina del pequeño local hasta que mi presencia era descubierta por una de las 'benildes’ y me requería para ser despachado. Las dependientas y dueñas del comercio recibía ese apelativo porque el nombre de una de ellas era Benilde, aunque nunca supe cuál de las dos fue bautizada como tal.
‘La tienda de los líos’, como era conocido el pequeño negocio, constaba de una sola habitación y un par de pequeños cuartos sin puertas que servían de almacén detrás del mostrador. Desde dentro de los pequeños cuartos descendía una montaña de muestrarios de botones, ovillos, bobinas de encaje, adornos y otros artículos de costura, por donde las 'benildes’, junto a su padre –un hombre menudo y enlutado–, escalaban o descendían en busca de alguna petición de los clientes. Siempre me preguntaba cuánto tiempo habría tenido que pasar para formar tan extraordinaria pila de objetos que llegaba casi al techo del fondo de las habitaciones. Era un cálculo imposible para mi mente infantil y sólo pude averiguar que cualquier objeto que iba a parar al suelo jamás era recogido. La causa todavía hoy día es un misterio para mí, al igual que aquella atmósfera de tristeza y poca luz que allí se respiraba.
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5 apostillas:
que recuerdooosss, especialmente los botones!!! mi abuela era modista, frecuentábamos la merceria abarrotada de señoras, recuerdo que me gustaba estar alli los dias de lluvia,
un beso
Me has despertado la memoria de una mercería muy semejante que yo frecuentaba cuando era niño. Recuerdo un leve zumbido que dominaba el ambiente, muy tenue, y yo me deleitaba con los montones de cajas con botones y muestras que para mí eran habitáculos mágicos. La mercería se llamaba Trallero y me producía la misma impresión de tristeza y fascinación que a ti. Hemos comunicado universos con este post. Un cordial saludo.
Me fascinaba y me aterrorizaba. Me horripilaba el olor y me maravillaba comprobar cómo sabían dónde se encontraba el botón igual al que la clienta traía, en ese inmenso caos.
No creo que ningún relato pueda estar a la altura de la visión dantesca de la maraña sucia de cosas que abarrotaba todo por la que, literalmente, escalaban para encontrar ese botón.
Las Benildes (o "las guarrillas") junto con la papelería de Auger en la plaza del Tranvía son imágenes también mías, me agarraba con terror a la mano de mi madre (si es que alguno de mis hermanos la dejaba libre) y a la vez me causaban la sensación de estar en una especie de mundo mágico del que nunca llegué a descifrar los códigos.
En mi pueblo había una merceria así, la recuerdo perfectamente. Se llamaba Garsua, con aquel olor característico, una señora vestida de negro y gris me atendía, madre mia que recuerdos...Recuerdo que tenía botones de mil formas, cremalleras, cintas para lazos..
Gracias por hacerme recordar...
Un besote.
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