Implícito

31.3.10



¿Te pregunto a ti lector si eres capaz de responderte en tu propia respuesta?



Simplicidad

30.3.10



—Dónde vas.
―Voy a comprar pescado.
―Te veo muy bien acompañado.
—Sí, no voy a ningún sitio sin mi lucidez.
—Y eso te ayuda mucho cuando, como ahora, vas a comprar pescado.
―Debería.
―Yo también voy a comprar pescado pero sin ninguna clarividencia. No creo que por eso me atiendan peor.
—No debería ser así.
―Entonces seguiré mi camino.
―Y nosotros el nuestro.



Inverosímil

29.3.10



Foucault plantea que «todo el pensamiento moderno es permeado por la idea de pensar lo imposible». Esa inverosimilitud de las ideas suele ser método de indagación conurbano a la escritura creativa.



Lunación

28.3.10



Me pone una media luna —le dijo al camarero—. Y esa noche hubo cuarto menguante.


Espejismo

27.3.10



Existe un método casero para ahuyentar a las molestas moscas. La gente suele colgar bolsas de plástico transparentes llenas de agua en los porches de las casas de campo. Al verse reflejadas y aumentadas en las mismas, dicen quienes practican la técnica, huyen aterrorizadas.

Ocurre igual con el ser humano cuando se enfrenta a su deformada imagen que huye despavorido ante su esperpento.


Trauma

26.3.10



A todos los críos del barrio le gustaba cazar pajarillos. Era un entretenimiento productivo porque contaba con el beneplácito de los mayores que después se lo comían fritos con ajos picados. A juzgar por sus comentarios deberían estar muy sabrosos, una delicia culinaria. Nunca me comí uno.

Sin embargo coger algún gorrión, colorín, verderón o cualquier otra especie era un reto. Todos fardaban con sus ristras de pájaros enganchados por el pico con un alambre. Tal fue la presión recibida que decidí, junto a mi hermano menor probar suerte y colocar dos o tres trampas, llamadas pillapájaros, las cuales había que vigilar porque de lo contrario otros chicos las robaban. Eran de cobre dorado y reluciente, a estrenar. Supongo que las compraría mi padre.

Antes había que buscar el cebo. Aludas o gusanos escondidos bajos tierra que se colocaba en una especie de tenacillas de las trampas.

Varios intentos consecutivos terminaron por desalentarnos al ver que ningún pajarillo había caído en las trampas. Así transcurrían los días sin mayor barbarie en el juego de imaginarnos que éramos cazadores.

Cierto día aciago, cuando dábamos todo por perdido y estábamos a punto de desistir, abrumados por el desánimo, en una de las trampas oteamos unas pequeñas plumas. Al llegar hasta el lugar uno de los pillapájaros había saltado y atrapado por el cuello a un diminuto jilguero.

La alegría inconmensurable de triunfo no tardó mucho en mutarse en tristeza. Apenas pude sacar del alambre el cuerpecillo del ave, note el suave tacto de sus plumaje y su inerme presencia entre mis dedos, un sentimiento de pesadumbre me invadió porque no podía devolverle la vida y echarlo a volar.

En ese momento terminó mi vocación de cazador.



Virus, patógenos y otros contagios

25.3.10



A cualquiera que se le pregunte sobre las infecciones de Internet termina por razonar que muchas de ellas están creadas a propósito por quienes después se benefician de su cura. Cada día surgen nuevos peligros que van desde cuantiosas estafas económicas hasta la infestación más dañina para el ordenador que muta constantemente.

Llegados a este punto de devastación y daño, lo más razonable sería que los estados se comprometieran en dotar de herramientas necesarias y gratuitas a los usuarios y así poder defenderse de estos contagios que causan pérdidas millonarias a todos.



Incógnitas

24.3.10



¿Si la respuesta obtenida es una insatisfacción a la pregunta dada es porque lo preguntado no es lo correcto?



Otredad

23.3.10



—¿Ponerse en el lugar de otro significa dejar de ocupar el propio?
—Nadie se pone el lugar de otro. Para ello es necesario ocupar su espacio, algo que conlleva abandonar el nuestro —le respondió.
—¿Cómo ponerse el lugar de otro yo, salir de nuestra armadura para ocupar otra ajena, vernos a nosotros como extraños de nosotros mismos? —insistió.
—Cómo me pongo en el lugar de quien consigue sin esfuerzo una meta porque utiliza sus influencias. O en el lugar de quien usa la violencia o de quien es indigno con los demás.
—¿No es posible por tanto la empatía?
—No sé, no siempre, sólo en algunos casos. Vete a saber.



Interacción

22.3.10



Jean Baudrillard predica que «mientras el trabajo se percibía como una alienación cabía hacerle desempeñar un papel subversivo (...) Pero en nuestra nueva logística de interacción hombre-máquina ya no hay tal trabajo. El hombre y la máquina están en interfaz. Ya no existe un sujeto del trabajo». El sistema ha pervertido el hecho de ser cuestionado para mantener aturdidos a sus individuos.



Claustro

21.3.10



Cada noche el hombre leía el libro bajo la luz de la farola y cuando lo cerraba concluían los sueños.



Flujo de conciencia

20.3.10



Estremecido, zarandeado, inexplicado. No se me queda pequeña la vida sólo angosto el tiempo.



Bichos

19.3.10



La infancia bien pudiera ser un espacio amoral e inconsciente. Al menos se puede decir que a ciertas edades es difícil tener conciencia del dolor que puedan sentir algunos seres vivos. Un post, días pasados, de mi entrañable amigo Joselu, me trajo a la memoria algunas tropelías vividas en mi niñez.

Recuerdo que no me gustaba participar de aquellas desmanes contra los bichillos pero que quizás no me inhibiera contra hormigas y moscas, pues uno de los juegos era hacer arder sobre un palo una botella de plástico y dejar caer las gotas del material derretido sobre las largas filas de hormigas que iban y venían a sus hormigueros, a modo de aviones que bombardearan un convoy militar. Sin llanto ni gemido por parte de los insectos no le suponíamos dolor, aunque sus filas quedaban bastante maltrechas y sus exoesqueletos plastificados. Reconozco apenarme de tal malicia porque con el tiempo los insectos me han servido, incluso, de inspiración lírica.

Pero en mi memoria guardo un decálogo de bárbaras costumbres —de las que siempre me aparté—, en las relaciones de los niños y los insectos, reptiles y hasta mamíferos. Así vi con asombro como tenían por costumbre, algunos chicos, meter tabaco en la boca de las lagartijas y colocar un palito entre sus extremidades a modo de que aparentara ser un guitarrista. Las moscas, saltamontes y otros bichos voladores eran objeto de amputación de miembros, o atados con hilos hasta que se extinguía su vitalidad.

Solían buscar alacranes bajo las piedras porque eran los más implacables depredadores para después, en el mismo recipiente, acompañarlos de arañas, escarabajos, ciempiés, gusanos, hormigas y algún otro insecto que se preciara. Se trataba de saber quién sobrevivía en aquella jungla de seres extraños. El resultado era una orgía de miembros descuartizados y en el epílogo no perduraban ni los ganadores que recibían la muerte como premio por parte de sus captores.

No todos los animales corrían igual suerte. Los niños temía especialmente a las avispas, a las que solían quitar el aguijón y a las abejas. Adoraban a los grillos que alimentaban con lechuga y guardaban en una pequeña jaula. Coleccionaban gusanos de seda que engordaban con las hojas de la moreda. Capturaban y soltaban a las libélulas al igual que a las santateresas. En verano perseguían a las chicharras y por las noches el más preciado tesoro eran las luciérnagas.

Los anfibios, reptiles de tamaño medio, gatos, perros y pájaros, son capítulo aparte.




Bajo el síndrome de Kessler

18.3.10



En la órbita terrestre hay millones de toneladas de chatarra espacial. En el ciberespacio de Internet circulan millones de gigabytes de correos que se reciclan una y otra vez. Cada vez que nuevos usuarios se adiestra en clicar el ratón, por la red vuelven a circular correos con mensajes que pertenecen a la arqueología ciberespacial y que son resucitados para que vuelvan a transitar de manera infinita.

Al aumentar la frecuencia y el número internautas se corre el riesgo que los correos queden colapsados o que nos hagan perder un tiempo preciado, a expensas que alguien se dedique a limpiar tantos residuos virtuales.



Autopresión

17.3.10



¿Preguntarse a sí mismo es un interrogatorio en tercer grado?



Transfronterizos

16.3.10



—Buenas noches.
—Buenos días —le respondió.
—Dónde vas a las seis de la mañana —quiso saber.
—A trabajar —dijo.
—Estás loco —precisó asombrado.
—¿Y tú por qué madrugas tanto? —se interesó.
—No madrugo, voy a dormir —explicó con cansancio.
—Ah, cuánta cordura.



Conminación

15.3.10



«La necedad constituye una amenaza mucho más terrible que el error, siempre extrínseco.», sugiere François Zourabichvili. Bastaste más porque si el error es la ausencia de ideas apropiadas que planteaba Spinoza, la estupidez es una estructura de pensamiento que esculpe la perplejidad del rostro humano.


Fuga de cerebros

14.3.10



Dejó de pensar en el preciso instante que, cautivado por una idea seductora, huyó con ella.



Absortos

13.3.10



Somos esa vaga esperanza que tintinea en la nada. El eco de uno sonido a punto de callar.



El catador de melazas

12.3.10



Pensaba que aquel hombre era quien ponía los olores a la primavera. Cuando comenzaba a pasar en las tardes de marzo, mientras merendaba en la puerta de casa, el aire se perfumaba de azucaradas fragancias. Olía a dulce etéreo y a meliflua calidez. La respiración, entonces, se inundaba de una sinfonía de tonos de melaza.

Un día pregunté a la gente mayor cuál era el oficio del hombre que aparecía después de escuchar la sirena de la fábrica. Mi escaso entendimiento infantil dedujo de la explicación dada que se trataba de una persona que calentaba las mieles de la caña de azúcar hasta evaporar su espíritu y con ello adornaba de aromas cada primavera.

En realidad años después descubrí, prosaicamente, que se trataba de un maestro de azúcar, cuya misión era dirigir el reparto de la melaza y pasear por la nave de las tachas para observar los tubos de nivel, entre otras ocupaciones.

Aún así, hoy, su evocación me trae tardes de aromáticas primaveras sin continuidad.