Llanezas

20.11.24

 

Hace años escribí este aforismo: «Me emborracho con las puestas de sol y me drogo mirando el mar: soy un adicto a la belleza». Era una metáfora para tratar de explicar que se puede implementar en nuestras vidas cambios hacia experiencias que impacten menos en nuestro cuerpo y más en nuestro espíritu.

Desde entonces y hasta ahora, en contra de la norma social, no tomo alcohol, porque «Solo estamos preparados contra el paso del tiempo, cuando cada segundo se vive con plenitud y conciencia», argumento que suele espantar a algunas personas que lo escuchan. Por eso les digo que he llegado hasta ahí después de recorrer un camino tras una experiencia personal.

Ahora me entero que eso de cero alcohol o que hay que sustituir ese placer por otros como contemplar el mar o los ocasos, pausar la vida y disfrutar de los pequeños encantos, se ha puesto de moda entre personajes famosos y me temo otra colisión humana a favor y en contra.

Por eso digo que no me atrevo a decir que soy feliz y, sin embargo, me alegro con cada cosa sencilla que me es dada.

La felicidad no siempre se declara, pero se encuentra en lo simple. Al vivir cada instante con compleción, el tiempo se dilata y la serenidad nos envuelve, permitiéndonos disfrutar de cada resquicio de vida.

Extraer de cada partícula de tiempo el gozo necesario que nos lleve a la totalidad del sentido existencial. Es imposible detener el tiempo, pero sí dilatarlo viviéndolo en su integridad.

No tengo prisa y por eso me demoro en cada instante que vivo.



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