El precio de las cosas

4.3.21




No era la primera vez que lo veía en ese establecimiento regatear con la dependienta sobre el precio de un pequeño juguete que valía poco más de un euro. La escena parecía repetirse igual a días anteriores cuando el muchacho insistía en llevarse un artículo y ponía una moneda sobre el mostrador que la comerciante rechazaba: «más dinero, tienes que traer más dinero», le repetía con parsimoniosa condescendencia.

El joven desde su corpachón mantenía el producto junto a su axila resistiéndose a devolverlo. Así pasó un buen rato mientras esperaba paciente a que terminara el pugilato de la compra-venta para pagar yo. «Dile a tu madre que te dé más dinero —le explicaba la dependienta—, !más dinero¡». Él, apenas con un no casi gutural saliendo de su boca ladeaba la cabeza negándose a obedecer y volviendo a poner el dinero sobre el mostrador que, nuevamente, era rehusado por la vendedora, «te faltan veinticinco céntimos: !más dinero¡».

En ese momento la mujer hizo una pausa y me atendió. Al salir de la tienda observé como aquel hombre con mente de niño abandonaba también el local con su juguete entre las manos y caminando entre la gente lo examinaba con atención, iluminada su mirada por la ilusión de poseer algo que deseaba, hasta que desapareció entre el paisanaje urbano.

Así nos debe ocurrir con el juguete de la vida que, entre nuestras manos, sentimos poseer hasta que nos desvanecemos entre la muchedumbre del tiempo.



2 apostillas:

Albada Dos dijo...

Así es, acabamos regateando lo absurdo. Un abrazo

Joselu dijo...

No sé si he entendido bien este cuento. No he comprendido si el muchacho-hombre al final se sale con la suya y se lleva el objeto, pese a no tener suficiente dinero, puesto que salió y caminaba entre la gente examinando con atención su chisme. O no sé si la palabra chisme tiene otro sentido sugerido. Hay un salto que no queda explicado, o, por lo menos, no me queda a mí.

En cuanto a la conclusión sobre el juguete de la vida, la veo algo forzada, traída por los pelos porque la vida no es algo ajeno como un juguete sino algo interior, pura entraña de nosotros, tanto que nos es muy difícil contemplarla porque no tenemos perspectiva, la vida somos nosotros.