El filo de la tecnología

30.9.25


No son los usos, sino los abusos en las nuevas tecnologías quienes determinan su perjuicio. La herramienta, en sí misma, no porta el mal; lo que introduce desequilibrio es la desmesura. Escribía jacque Ellul que «La técnica avanza por sí misma pero su problema no es existir, sino escapar de nuestro control». Allí donde el ser humano abdica de la medida, la herramienta se convierte en amenaza.

La historia lo muestra una y otra vez: la escritura, la imprenta, la electricidad, cada novedad suscitó recelos. No era la innovación lo que dañaba, sino la incapacidad de integrarla sin excesos. Neil Postman lo expresó con claridad: «Cada tecnología es a la vez una carga y una bendición; no se distribuye equitativamente y crea una nueva definición de lo que significa ser sabio». El abuso, la absolutización, convierte lo que podía ser aliado en un enemigo íntimo.

El abuso convierte el puente en prisión. Umberto Eco, en su lúcido diagnóstico de los medios, ya distinguía entre apocalípticos e integrados: ni condena total ni aceptación ciega, sino un llamado a pensar los usos con lucidez. Porque, como recordaba Marshall McLuhan que el medio es el mensaje, lo importante no es tanto la herramienta en sí, sino el modo en que invade todos los espacios y transforma nuestra percepción.

El desafío, entonces, no está en negar la tecnología ni en rendirse a ella, sino en habitar con mesura. Nicholas Carr lo formula desde la neurociencia cuando dice que «Lo que practicamos con nuestras mentes se convierte en nuestro destino mental». Si entrenamos el cerebro en la dispersión, perderemos hondura; si lo entrenamos en la reflexión, lo conservaremos abierto.

En última instancia, no es el avance lo que daña, sino la incapacidad de detenerse. La verdadera libertad tecnológica no está en el uso sin freno, sino en la capacidad de elegir límites.



Liados

29.9.25


Siempre andamos enredados en la tela de araña de nuestras circunstancias, menos cuando echamos a volar.


La biblioteca anónima

28.9.25


De repente se borraron los nombres de todos los autores, pero ninguno de aquellos libros mermó en el placer de su lectura. Un maleficio había caído sobre la biblioteca, decían que un castigo por la vanidad de quienes los escribían y ambicionaban más el esplendor de su firma que la profundidad de sus palabras.

Las letras persistieron, las narrativas reposaron sin daño, pero la altanería fue tachada de cada portada sin dejar rastro. Desde entonces, leer allí era un acto inocente: nadie podía presumir de autoría, nadie podía reclamar méritos. Solo la voz ignota y desvestida, que hablaba al corazón de quien se enfrentaba a los textos, permanecía.

Cuentan que, todavía hoy, aquella maldición permanece y cualquier libro al entrar en ese edificio disipa de inmediato la autoría de su lomo. Es por ello que cada persona sale de allí con la sensación de haber conversado, por fin, con la literatura misma.


La calidad del espejismo

27.9.25


El desierto es una de las imágenes más antiguas de la desolación y del límite humano. Estar perdido en él significa habitar un territorio donde los recursos vitales se han agotado y donde la salvación es, sencillamente, imposible. Allí, la esperanza se desvanece y solo queda el espejismo: la ilusión que no alimenta, que no quita la sed, pero que al menos ofrece una forma de acompañar la agonía.

No es tanto buscar una verdad última que nos salve, frente al absurdo y al sufrimiento de la existencia, sino de crear ilusiones y valores que hagan la hagan soportable e incluso afirmable. El arte, por ejemplo, puede ser el espejismo necesario que permite seguir adelante en el desierto existencial. Y si hemos de morir de sed, mejor hacerlo contemplando un espejismo hermoso que rendirse a la aridez sin imágenes.

Los espejismos modernos nos saturan de imágenes, simulacros y pantallas. La ilusión digital, la positividad permanente, los mundos virtuales, son quimeras que no nos resguardan, pero que modelan la experiencia contemporánea. Si no hay salvación frente al cansancio, al rendimiento y a la hipertransparencia, quizá solo nos quede cuidar la calidad de esas ilusiones.

Cuando ya no hay posibilidad de salvación, la verdad pierde valor y lo estético ocupa su lugar, ya no se trata de sobrevivir, sino de cómo habitar la ilusión.



Desenganchados

26.9.25


Lo peor es aprender a desprenderse del sentimiento hermoso de las cosas.



Categóricos

25.9.25


Al final solo somos una ficción.


Desacreditado

24.9.25


Tengo tan mala opinión de mí que hasta las críticas me suenan como halagos.



Ofrecimientos

23.9.25


Demasiadas promesas para no ser verdad el cuento de la vida.


Medidores

22.9.25


La indiferencia es la distancia exacta del desafecto.



Contadores

21.9.25


—No me puedo creer lo que me estás contando.

—Pues es verdad.

—Entonces ¿me lo tengo que creer?

—Yo me lo he creído.




Desatinados

20.9.25


Montamos las ideas sin instrucciones al uso.



El correlimos y yo

19.9.25


Mientras caminaba por el rebalaje de la playa, a la caminata, se me ha sumado un animoso compañero de viaje. Era un pequeño pájaro de pico oscuro y alargado, conocido como correlimos o playero y cuyo plumaje casi se camuflaba con el color de las arenas.

Durante un buen trecho hemos avanzado en paralelo por la orilla del mar. La pequeña avecilla al no percibir ningún gesto amenazante, me ha marcado el camino un par de metros delante de mí, mientras las olas mojaban mis pies y la brisa marina refrescaba mi cuerpo. Dos existencias distintas compartiendo un instante perfecto.

Mientras lo veía corretear ligero, pensé en la suerte que tenemos algunos humanos de poder armonizar, aunque sea por momentos, con la naturaleza y con los seres vivos que nos rodean. En ese diálogo silencioso, la vida parece recordarnos que también somos parte del mismo latido.


En la tela de araña

18.9.25



Vivimos atrapados en hilos que apenas percibimos. No son cadenas pesadas ni muros de piedra: son finos filamentos que nos sujetan y nos condicionan. Rutinas, compromisos, expectativas, exigencias internas y externas. Caminamos dentro de esa red creyendo que es la única manera posible de habitar el mundo.

El filósofo Byung-Chul Han ha descrito con lucidez esta trampa invisible. Según él, la sociedad actual no nos oprime con prohibiciones, sino con una aparente libertad que esconde la autoexplotación. Ya no es el amo quien impone la carga, sino que cada cual se convierte en su propio vigilante, atrapado en el deber de rendir, producir y mostrarse siempre disponible. La tela de araña, en este sentido, no está fuera de nosotros: la llevamos dentro.

Sin embargo, existen grietas luminosas por donde echar a volar. Ese vuelo no significa negar nuestras circunstancias, sino suspenderlas por un instante. Puede ser el tiempo de la contemplación, la pausa silenciosa, el juego sin propósito, la creatividad libre de objetivos. Han lo llamaría una forma de resistencia frente al cansancio y la transparencia total. Es el gesto de recuperar lo humano en medio de la presión constante del rendimiento.

Volar es recordar que, aunque estemos rodeados de hilos invisibles, siempre existe la posibilidad de elevarse, aunque sea por un momento. Y en ese instante de ligereza descubrimos una libertad que ninguna circunstancia puede sofocar.

Aguzados

17.9.25


Si solo escuchas una sola voz acabarás confundiéndote.


Experiencias

16.9.25


Siempre a la espera de lo inesperado.


Curativo

15.9.25


A pesar de lo terapéutico de verbalizar todo aquello que nos obsesiona, hay cosas que solo se pueden hablar desde el monólogo interior y son las más dolorosas.


Viajes

14.9.25


—¿Es este el autobús de los suicidas? —preguntó.

—Sí, suba, el trayecto es corto y el destino triste, pero cierto.



Enflaquecimientos

13.9.25


El tiempo no es solo agotamiento, es cansancio de existir.



Transfiguraciones

12.9.25


Cada edad te separa del yo que fuiste y te hace otra persona.



¿Viejo cerebro frente a nuevo cerebro?

11.9.25

Escucho con abundante frecuencia el debate sobre si existe un uso o un abuso de las nuevas tecnologías. El debate es largo y puede resultar hasta tedioso. Especialmente si defensores o detractores de determinadas tesis no ponen encima de la mesa todos los elementos necesarios para alumbrar el conocimiento de esta cuestión.

Hasta donde nos ha llevado la evolución humana tenemos un modelo metal que es fruto de un desarrollo. En la actualidad, tenemos un cerebro que durante milenios se ha modelado en el juego libre, como laboratorio de ensayo del mundo; la naturaleza, como inmersión sensorial y reguladora; los vínculos afectivos, como cimiento de identidad y confianza; la conversación, como campo de intercambio simbólico y expansión de conciencia. Si estos han sido los nutrientes tradicionales del cerebro, el ingreso masivo de las tecnologías —y en particular de la IA— plantea una cuestión inédita: ¿estamos ante una sustitución, una mutación o simplemente una capa añadida?

La neuroplasticidad abre la puerta a ambas posibilidades. Por un lado, el cerebro se adapta: puede habituarse a estímulos digitales, reorganizar redes neuronales en función de pantallas, algoritmos y flujos de datos. Pero toda adaptación es también pérdida de otras rutas posibles: cuanto más se fortalece un circuito, más se debilitan los caminos no transitados.

El riesgo, quizá, no es que el cerebro humano se degrade, sino que se especialice en un nuevo ecosistema: un cerebro diseñado para la inmediatez, la fragmentación de la atención, la hiperestimulación y la interacción con lo artificial, en detrimento de las habilidades que nacían del contacto directo con lo natural, lo lento, lo ambiguo. Es por tanto el momento de preguntarnos: ¿seguirá siendo el mismo cerebro humano si cambia el ‘humus’ que lo nutre? ¿o estamos incubando una nueva modalidad de mente, donde lo artificial no es solo herramienta, sino parte constitutiva de lo que somos? ¿estamos probando si nuestra plasticidad puede tolerar un nuevo modelo de vida mental.

No podemos olvidar que el cerebro, gracias a su plasticidad, no se ha limitado a resistir sino que se ha ido adaptando. En el actual panorama se refuerza la capacidad de procesar grandes volúmenes de información en paralelo, hay una mayor rapidez en la toma de decisiones frente a estímulos y existe más familiaridad con sistemas simbólicos mediáticos. Por el contrario, toda adaptación tiene un precio, ya que lo que se fortalece en un área puede empobrecer otras, porque la atención sostenida, la memoria profunda, la contemplación, la empatía encarnada y la imaginación vinculada al contacto sensorial pueden debilitarse.

Mientras tanto los padres deberán seguir afrontando esa nueva realidad en lo hijos (y en ellos mismos), sin olvidar que sus progenitores también tuvieron dificultades en el entendimiento del comportamiento de sus hijos.