Afirmacionista

30.4.23



Aquel verano nevó y nadie percibió el cambio climático.




Júbilos

29.4.23



Noelia distraída en sus pensamientos caminaba en busca de su próxima tarea y se encontró con Araceli, una conocida algo más joven que ella.

—Te veo muy bien, Noe —le espetó sin saludar.

—No me quejo ahora que ando más libre y con menos estrés.

—Ya me he enterado que te has jubilado.

—No.

—¿Cómo que no te has jubilado?

—No, una se jubila cuando se muere. Tan solo he cumplido con una condena de cuarenta años trabajando y recupero, con suerte, mi libertad. Y me molesta mucho que definan mi vida en función de la utilidad del trabajo, con un antes y un después, como si fuéramos individuos programados para serles útiles a este sistema que te exprime los mejores años de tu vida y te suelta si ya no le interesas. Además, no tengo más tiempo, tengo mi tiempo para ocuparlo en lo que quiero e invertirlo en mí, para detenerme en la calle y hablar con la gente, igual que en este momento, sin ninguna prisa, y de hacer cosas por mero desinterés.

—No sabía que pensaras así.

—Es más, pocas cuestiones me desencantan ya, quiero a las personas tal como son y puedo decir que ‘trabajo por amor al arte’ en las cosas que hago.

—¿Y la edad, los achaques, el cansancio de vivir?

—Bueno los acepto como parte del equipaje que va conmigo y trato de relativizarlos mirando hacia el paisanaje o haciendo bosque con las personas que me importan, o alegrándome porque nada me ancle y pueda observar, escuchar, atender a la vida que pasa.

Araceli calló y, tras despedirse, se marchó pensativa pero feliz por su amiga.

Etilismo

28.4.23



El desaliento me lo bebo en soledad y para el resto, doy lo poco que tengo de consuelo.



Dignidades

27.4.23



La excelencia en la escritura es un acto y siempre es el momento de actuar.





Estancados

26.4.23



El mundo parece detenido en su vasto despropósito.



Acromegalia

25.4.23



El mediocre se engrandece cuando se ve entre sus iguales.




Méritos

24.4.23



Un texto se defiende por sí mismo.



Secundario

23.4.23



Vio la película de su vida y no le quedó muy claro que fuera el protagonista.




Crecimientos

22.4.23



El mediocre se hace grande cuando se ve entre sus iguales.




Vaguido

21.4.23



Cuanto más sepa la humanidad más se cerca estará de su colapso final.




Liquidaciones

20.4.23



¿Por qué es mejor que te maten con bacalao y no con tomate?




Autenticidades

19.4.23



Mira cuánto de ti hay en lo que eres. El resto lo tejió el azar.




Segmento

18.4.23



La distancia entre una excusa y una disculpa mide la urbanidad en cada persona.




Invariables

17.4.23



Si nos movemos siempre con una misma forma de pensar, aunque nos sea favorable, no avanzamos.



Gramática salvaje

16.4.23

 



Llegó a dominar el lenguaje con una fusta ortográfica. No soportaba las faltas de concordancia, las tildes sin tildar o los solecismos. Su escritura era implacable y su estilo inexorable. Pero un día se encontró con un texto que lo retó. Se trataba de volumen excelso de la literatura, atiborrado de metáforas, de figuras literarias y licencias poéticas. El autor se reía de las normas y las rompía con gracia. El gramático sintió una mezcla de ira y admiración. ¿Cómo podía alguien escribir así? ¿Qué secreto escondía? Resolvió buscarlo y desafiarlo. Pero cuando lo halló, enmudeció. Era una mujer luminosa y sonriente, que le tendió la mano y le dijo: «Hola, soy Ana María Matute. Encantada de conocerte».




Embebedores

15.4.23



La actualidad es una fuerza succionadora que nos anula.



Resbaladizos

14.4.23



Nos deslizamos por las palabras como quien se escurre por un riachuelo inclinado.



Inauditos

13.4.23



Sí que hay futuro, pero es tan desconcertante.



El patio de los ahorcados

12.4.23



De niño, curioseábamos por las tapias del cementerio y recorríamos sus patios luminosos llenos de flores secas, mustias o frescas todavía tras un reciente sepelio. Mirábamos las fotografías en blanco y negro o sepia, con los rostros de los difuntos cuando eran seres vivientes. Nos deteníamos a cuchichear al reconocer el retrato de algún personaje adherido a la lápida o sabíamos de alguna tragedia ocurrida por la que dejó de existir.

Debatir sobre la muerte causaba, en nuestras cabezas infantiles, un efecto de temor por qué dios nos esperaría en el más allá, y de incomprensión e indolencia al no ser ningún familiar o persona conocida.

Especialmente desconcertante nos parecían los fallecimientos de los niños atropellados, caídos en lugares mortíferos o víctimas de enfermedades incurables, por las que cruzábamos los dedos para que no nos tocara padecerlas en suerte.

Pero la expedición al camposanto tenía dos puntos de observación macabros: la sala de autopsias y los terribles manejos forenses con prácticas descuartizadoras de cuerpos, en la búsqueda de la verdadera causa del óbito y, por supuesto, el patio de los ahorcados, cerrado por una gruesa puerta metálica y que, para observar su interior, debíamos escalar las encaladas paredes.

Una vez encaramados arriba del muro siempre me invadía la tristeza. Era un espacio desahuciado de flores y más bien oscuro, donde suponíamos que estaban las personas que se ahorcaban, las que se envenenaban, se desangraban o se despeñaban por un tajo.

Parecía como si estuvieran castigados para que nadie pudiera ver el terrible delito de haber decidido morir, y que no lograron hacerlo sobre sus vidas.

Igual todas las personas llevamos un suicida hibernado dentro de nosotros como nos recuerda el filósofo Émile Cioran: «Vivo únicamente porque puedo morir cuando quiera. Sin la idea del suicidio, si no fuera por la posibilidad del suicidio, ya me habría matado».




Restando

11.4.23



Más cantidad de saber no es igual a conocimiento más claro.