El pez

30.6.24


Comparto piso desde hace algunos años con Katia que trabaja como enfermera haciendo guardias en el turno de noche porque es donde más pagan. A mí me permite trabajar durante el día desde casa, aunque a veces me desplazo a la editorial para reuniones y algún asunto puntual en el que debo estar presente. Katia es alegre, jovial y desinhibida, hace buena compañía y le gustan los animales. A mí no. Es por eso que tuvimos que acordar qué tipo de mascotas podrían entrar al apartamento. Al final decidimos que entrara un acuario. «Los peces como los hombres son de sangre fría», manifestó sonriendo.

Ella sería la responsable de la pecera y, en ocasiones especiales, le echaría una mano como cuando se marchó a su país de vacaciones todo el mes de agosto. No sé por qué pero aquellos inquilinos llenos de colorido y escamas me llamaban la atención y me hacían relajar la mente, hasta podía hablarles con el pensamiento, no como Katia que charlaba con ellos como si la entendieran. Y así de esa observación nació este microrrelato titulado ‘Suicida’:

Rodolfo estaba triste desde que se fue su compañero y, últimamente, miraba como distraído. Un día decidió colgarse del aire. Lo encontré muerto fuera de la pecera.

Katia volvió de su descanso estival y nada le conté del microcuento, en tanto que Rodolfo y Valentino nadaban plácidamente en las aguas transparentes de su mundo, y hasta me pareció que se alegraban de su vuelta.

Los meses pasaron, olvidé mi escrito, y una mañana Valentino apareció inerte en el fondo del receptáculo. Mi compañera lloró y yo misma sentí cierta pena cuando cogí el pez para depositarlo en la basura, incapaz Katia de poder hacerlo.

Dicen que la mancha de una mora con otra verde se quita y que, a amor muerto, amor puesto, así que mi acompañante no tardó en traerle dos especímenes a Rodolfo, un limpiafondos y un pez ángel, para que lo guardara, dijo.

Una madrugada mientras dormía escuché gritar a Katia que volvía de su turno de guardia. Rodolfo se había suicidado. ¿Cómo? ¿qué había pasado? El pez yacía en la solería de la residencia. Recogí el cadáver sin que me sorprendiera el hecho y consolé a mi amiga. Pensé que aquella situación ya la había vivido. Días después repasando mis anotaciones encontré el cuento.


1 apostillas:

José A. García dijo...

Algunas pocas veces podemos ver con antelación cómo acabará todo, aunque no lo entendamos en un principio.

Excelente relato.

Saludos,
J.