Cuentos de cada día

1.1.23

1

El sol había descendido hasta los altozanos del oeste y era la hora más fresca para la contienda. Millares de saetas caían del cielo y sembraban los corazones de los soldados, mientras los arcos se doblaban entre gritos y chillidos que los guerreros lanzaban para concentrar su puntería en un disparo certero que deslumbrara de muerte al enemigo. Décimo Valerio Caleno cabalgaba desconcertado ante la iracundia que aquellos bárbaros ponían en la disputa, sudoroso su rostro chorreándole sobre el peto que reverberaba la luz crepuscular.

 

Más de tres meses hace que partimos de Roma una mañana gélida y lluviosa. Desafiantes desfilamos diez legiones atravesando la Vía Flaminia hacia las Galias. Desde entonces me acompaña este maldito enfriamiento y el recuerdo de Lucilia. Mamá, con su actitud de matrona, se despidió tratándome como un niño, recordándome que me arropara por las noches, no descuidara las comidas y tomara la infusión diaria de yerbas. Papá Cornelio desde su áspera voz de tribuno me alentó para llegar lejos y ser orgullo del Imperio ¡Ave Augusto! Y que un día, a mi vuelta, me esperaría con los brazos abiertos, rendida ante mí la muchedumbre, en honor de héroes. Y Lucilia que, entre lágrimas invisibles, fue a decirme adiós con sus labios rojos. El tiempo desde que fue llegando el verano, sin embargo, ha mejorado bastante pero este maldito catarro no me ha abandonado un solo instante. Cuando volvamos a Roma, y falta poco, tomaré unos baños de vapor que tanto bien me hacen.

 

 

2

Tampoco prestó atención al hecho de que su reloj analógico, que lucía orgulloso porque marcaba la hora en números romanos y no en dígitos, comenzó a demorarse cada tarde cinco minutos a las cinco exactas, aunque sí consideró la necesidad de acercarlo a un mecánico relojero que, previa apertura de tripas, colocara una nueva pila de litio, no tanto por la importancia de la puntualidad y la exactitud del tiempo que para él siempre habían significado un ataque contra los principios de la buena salud, sino porque en su muñeca luciría menos un segundero paralítico que no diera esos pasitos rítmicos que completaban una circunferencia como en un ballet. Por otra parte, esa anomalía la encontraba ventajosa porque le supondría ahorrar cinco minutos diarios que, guardados para su vejez, le proporcionarían unas largas vacaciones. Marta, su mujer, siempre le reprochaba con ese acento tan propio que tienen las reprobaciones de las mujeres, más aún si son de la propia esposa, su falta de puntualidad cuando regresaba a deshoras o se retrasaba en una cita y le recordaba la anécdota del reloj de bolsillo que le regaló, cuando él creyó que la cadena de donde colgaba era una herramienta para ahorcar el tiempo y que esas ocurrencias suyas solían exasperarla tanto y entonces discutían, pero que en el fondo estaban de acuerdo en lo esencial y eso era lo importante, y todos los años compartidos que ya iban para doce los habían acercado cada vez más. La experiencia le había demostrado el valor ridículo de las comprobaciones horarias y las medidas cronológicas, como cuando desde el gobierno se ordenaba, en aras de la economía, hacer elásticos los horarios de trabajo y retrasar o adelantar los relojes un par de horas para ganar en producción y en ahorro energético. Entonces surgían todas las dudas en su cabeza y comenzaba un rosario de interrogaciones metafísicas que no llegaban a ningún lado pero que a él le producían una gran desazón, si no entonces dónde iban a parar esas horas, quién las guardaba o quién las destruía para que no tuvieran una consistencia sólida como las demás horas y días de la semana o qué pasaba con los picos horarios de los años que no cuadraban ni cuando eran bisiestos, porque sobraban siempre algunos minutos en los números decimales y que, en definitiva, le demostraban que esa naturaleza del tiempo no era más que una tomadura de pelo y de las gordas. Un engaño prodigioso para utilizar las vidas humanas en usufructo y tomar de ellas su máximo provecho sin lugar a ninguna protesta.

 

3

Las tropas cargaban una y otra vez contra los bárbaros, los soldados se encolerizaban más y más, y el campo de batalla se marcaba con charcos de sangre. Se formó una triple línea de combate, la primera de las cuales la componían las cohortes más veteranas. Se guerreaba por inercia siempre hacia el adversario. La fiebre continuaba subiéndole a Décimo Valerio que se desprendió de la coraza y galopó en dirección al sol.

 

Lucilia me estará esperando sentada en el porche de su residencia, envuelta entre el aroma de las rosas, con su brillante túnica de seda. Pasearemos callados por el pequeño jardín mientras el surtidor de la fontana central cascabelea con sus chorritos de agua que saltan desde la estatuilla de un fauno. Yo la acariciaré rozando su rubicunda cabellera, besando el pálido rosado de sus mejillas, sus húmedos labios ardientes. Nos sentaremos a conversar y me dirá que soy un tonto que no tiene pretensiones y que debo de ser ambicioso para llegar a general. Yo no querré hablar de ese tema y le cogeré sus finas manos, ella se levantará y deambulará por el jardín y a mí me complacerá verla caminando al contraluz del follaje, y me levantaré a andar con Lucilia. Entonces ella se preocupará, se enojará incluso un poco, fingirá estar molesta conmigo como si fuera verdad, y la tendré que persuadir de su disgusto, y le hablaré de una excursión a la cima del Etna para ver nacer el sol, le contaré cómo van los trabajos en la villa que nos están edificando a los Caleno en las afueras de la metrópoli, semejante a la de su amiga Volumnia Citérida. Le mencionará que en nuestros desposorios haremos allí un gran festejo con todos nuestros amigos, y Lucilia replicará que le disgusta que mis amigotes se emborrachen siempre, como si celebraran las saturnales, y que cuando estemos casados no consentirá que me marche todas las noches a jugar a los dados, al circo o al teatro y nos dedicaremos a pasear cogidos del brazo por el Pórtico de Pompeyo o por la Vía Sacra. Yo la estrecharé en mis brazos vigorosamente y la volveré a besar, desordenado y loco de amor, y ella casquivana me mirará dejándose besar.

 

Cabalgó herido por la calentura, corrió descubierto con ojos atónitos y se detuvo a vomitar. El miedo lo sacudió en forma de escalofrío: el temor a las flechas que llegaban siseantes, el pánico a tener que desafiar otra vez al adversario y mirándolo a los ojos, sin explicar nada, rebanar de un tajo su cuello. Miedo al mapa que dibujaba la sangre y a los cuerpos mutilados en el preciso instante en que un cristal de escarcha brilló atravesándole y todo enmudeció.

 

4

Juan desde el comedor resbala el cubilete sobre la mesa: ¡Full de ases-damas! Hace una pantomima con la mano, un dibujo en la atmósfera cargada de humo y vuelve a jugar. Antonio llega de lejos, desde su morada al final del pasillo, viene de convencer a su estudiante que mañana será un buen día para enfrentarse a los libros. Fanfarronea, se ríe con Juan, juega a hacerse el importante y el Guti se sienta a su lado mientras engulle media barra de pan con mortadela. Otra llamada hacia el interior, pero esta vez con el enfado de Juan: ¡Venga ya que te estamos esperando! Ya, ya voy, coño. Pero es que en realidad no tienes ganas de salir para aceptar la situación y dejar amontonados los problemas amorosos y otras contrariedades, y vuelves a la isla: un muro de piedra y la luz del neón reflejándose blanquecina en las comisuras de tus labios tristes y mudos como un pájaro en la noche. Mis manos jadeando en tu cuerpo bajo el mirar pétreo de la iglesia mora y la luna estacionada en tu pupila izquierda. Mi voz hablándote de cosas insolentes. Mis labios expirando. Tomando lentamente el borde de tus labios. Amando el cielo de tu boca, hundiéndose hasta ahogarse en el lago de tu saliva. Tus ojos cerrándose hasta que sucumbimos en una noche oscura donde nuestras bocas se hicieron de silencio en un instante largo. Mi lengua trazando un dibujo en tu boca. Tu boca trémula amparando mi exiliado labio y tu lengua parpadeando despacio. Mis brazos estrechando con firmeza tu cuerpo. Y en lo profundo de tu boca estabas tú y mi vida se detuvo un segundo en ese beso lábil, en el sabor a tabaco de tu boca, en la respiración de tus pechos flotantes. Resbalé mi mano por tu espalda y la acerqué a tu seno. Levantaste, entonces, tus párpados y me miraste como en un sueño.

 

5

Se sienta en el tocador y deja caer su rubia melena con reflejos de cobalto sobre la espalda desnuda para alisarla con el cepillo. Inquieta se levanta del asiento y va a mirar por la balconada, ve a unos chiquillos que corretean en el jardín alrededor de la fuente del Fauno, llama a su hermano Juvencio y le indica que vaya a otro sitio a jugar con sus compañeros, y el chaval asiente como diciendo sí Luci, lo haremos. Se siente desazonada pero no sabe por qué y vuelve a sentarse frente al tocador, carda su larga cabellera, se acicala, con la punta de los dedos haciendo círculos sobre su cara, reparte suavemente un cosmético hecho con harina de trigo toscano, goma, bulbos de narciso y miel. Piensa otra vez en el regreso de Valerio que coincidirá con las fiestas de verano, las carreras de cuadrigas, el teatro. Volverá victorioso y cargado de distinciones, y cuando nos encuentren por la calle nos felicitarán. Iremos hasta el templo de la Bona Dea y haremos un sacrificio. Se observa las manos y vuelve a estar soliviantada. Falta poco para su regreso y tendré que preparar una celebración en su honor. Un banquete con abundante vino, donde sus camaradas, sobre todo Craso Licinio al que tanto le gusta empinar el codo, se emborracharán, y donde no ha de faltar el lechón relleno con trufas y castañas, la tortilla de huevos de avestruz y los pastelillos de lengua de alondra. Mamá Porcia vendrá esta tarde a contarme, como siempre, que su Valerio está a punto de regresar y que sigue preocupada porque su pequeño comerá poco, y no se abrigará en las noches con ese resfriado que marchó y andará tosiendo todo el día hasta que le dé fiebre. Y estoy segura de que volverá más delgado porque tú no sabes cómo es de descuidado este hijo mío, y cuando te cases te ocurrirá a ti igual que deberás estar todo el día encima de él, porque si no... Y si papá Cornelio llega con ella me echará un piropo, porque cada día estás más guapa; no sabe bien mi hijo el tesoro que ha encontrado en ti Lucilia Clodia. Su regreso será una gran conmemoración y anunciaremos el día de nuestros esponsales, pero no sé qué me ocurre hoy que estoy tan nerviosa por este leve dolor que me oprime en el pecho. Será la llegada de Valerio o que va a cambiar el tiempo.

 

6

Granada es fría en invierno. Tiene los ojos febriles de buscar ocasos en el mar, hacia el sur. Trío de reyes al as. Se sonroja, hace una mueca, carraspea Agustín. Se ríe, se sube las gafas, se retrepa en el sillón y dice eso no te lo crees ni tú, Juan. Full de ases-reyes. Mira fugazmente el Guti, los mira a todos como si en ese momento lo acusaran de no limpiar el piso, de dejar los platos apilados en el fregadero para que las cucarachas practiquen alpinismo. Seguro que está. Apuéstate lo que quieras. El Guti hace una pausa: ¡Me cago en la vística! Todos ríen, pero Agustín más lejos: porque vuelvo ufano después del tres a cero, que nunca había jugado tan bien y en esas condiciones, y se despoja de la camiseta con el nueve, borracha de sudor y de sol, dejando su torso desnudo y la deja caer en un rincón. Se mantiene de pie mientras piensa que debe ducharse con los ojos encendidos por la victoria, noventa minutos jugados excepcionalmente, pateando el cuero de arriba abajo como mejor sabe hacer. Amontona la ropa en una esquina del cuarto y a eso llega la madre pisándole las ilusiones porque una tiene que estar todo el día como una mona, quitando y poniendo, que esta es la tercera lavadora que hoy pongo y que reviente una con vuestras cosas que sólo me dais trabajo, y que no te salga una novia y te cases ya. Pero la retahíla de su madre ya no importa porque todavía está justo en el segundo regate cuando chutó a la cepa del poste con aquel obelisco gritándole cabrón, pero como la pelota coló... Se le enciende la cara y suda de nuevo en el salón cuadrado, celeste, luminosa, con la alegría de un niño mientras en la radio suenan las últimas notas de ‘Escuela de calor’ que canturrea desafinando. Piensa de nuevo en la ducha fría y siente un frescor en la nuca, sale de la alcoba y baja hasta donde le espera el agua fresca y clorada. Y se ducha gratamente, veinte, treinta minutos, mientras otra vez le centran por la banda izquierda y salta para poder picarla hacia abajo con la testa... Y ya está ahí su hermano golpeando en la puerta del baño porque llevas ahí más de una hora y cuándo vas a salir que siempre te pasa igual. Otra vez en el dormitorio secándose, recostado desvestido sobre la cama para poder pensar que cuando llegó el esférico por la parte derecha y aguantó la entrada del defensa y le hizo una finta y cambió el sentido del juego mandando la bola hacia el extremo opuesto y como el defensor, al que había burlado, le dio una patada sin balón y a esto llega su hermano menor mientras se viste y déjame mil pelas que no llevo nada encima y me hace falta comprar cigarrillos que después te las devuelvo, en serio. Y le da el dinero y lárgate ya y no me des más el latazo y mientras se peina descascara la última jugada del encuentro en la que él estaba muy atrás y vio el centro que le hizo el siete y cómo despejó el cancerbero con los puños y se armó el barullo delante de la portería y llevándose la pelota con habilidad, fintando a un lado y a otro chutó con la zurda y goooool. Se pone un poco de perfume y se va caminando mientras escucha a su madre decir algo como que no vuelvas tarde a casa que tu padre se enfada y te comes fría la cena, que hoy hay algo especial... Se aleja pensando en lo de los goles y aquel señor amable que, al terminar el partido, le dijo chico eres un fenómeno, sigue así y llegarás a ser alguien en el fútbol el día de mañana...

 

7

Debía levantarse, continuar la lucha antes de que todo estuviera más oscuro, antes de que se hiciera más tarde. Aunque ya era tarde y, sin embargo, continuaba de bruces en el suelo con el relente que estaba cayendo y podía coger frío, ahora que el catarro ya estaba curado. Anochecía de forma remisa y Venus lucía al Este, con las últimas lumbres del ocaso que tintaban el horizonte de añil. No entiendo cómo no han venido a ayudarme, no me habrán visto. Si no fuera por esta maldita flecha que me atraviesa el pecho caminaría hasta el campamento. Silbaré para que vuelva mi caballo. Es extraño, pero nunca había visto un fulgor igual en las estrellas... Lucilia debería estar ahora conmigo. Todo permanecía en quietud y sólo los grillos rompían el manto sigiloso. La Osa Mayor comenzó a tomar posiciones en el alto cielo y la última luz se esfumó, pero pronto estaremos en Roma, sino fuera por esta flecha fastidiosa. Ya puedo ver las techumbres relucientes de la ciudad y se aprecia el eco de las voces, allí están los ciudadanos romanos, las matronas y las cortesanas, las calles llenas de muchedumbre, el saludo a los soldados heroicos que defienden el imperio. El pueblo vocifera jubiloso mientras nos acercamos por la vía Sacra hasta el Capitolio para agradecer a Júpiter por su poder, a Marte por su protección, ¡Ave César! ¡Viva Roma! César Augusto nos aguardará erguido y saludará brazo en alto: ¡Viva el Imperio! ¡Arriba Roma, valerosos guerreros! En una tribuna me aguardarán impacientes, mientras termina la ceremonia, mis padres, mi hermano, el senador Juliano Caleno y Lucilia con sus padres y su hermano. Anco Marcio me estará señalando con el dedo ante sus conocidos y les dirá, orgulloso, ese coronel es mi yerno, ese enhiesto jinete y valeroso soldado. Mamá estará intranquila hablando todo el rato sin parar y al verme me dirá que estoy más delgado, que ahora lo que tengo que hacer es comer y reposar algún tiempo en nuestra villa de las afueras para reponer fuerzas. Papá Cornelio, con su voz ronca, me referirá lo contento que está de mí y me abrazará fuertemente. Todos querrán estrecharme entre sus brazos y besarme. Juvencio pedirá que rápidamente le relate, con todo lujo de detalles, como ha transcurrido mi estancia en tierras bárbaras. Lucilia solo me mirará. Me observará sonriente y yo veré en sus ojos toda la luz de la mañana. No dirá nada con sus labios rojos, pero me hablarán sus pupilas y me sentiré cansado, cansado... como ahora.

 

8

Llega Pepe y son cinco a la mesa. Trae el frío de la calle tras de sí y un chorro de aire glacial inunda la habitación. Pepe investiga, ausculta el ambiente, se siente ufano y deja entrever que ni le van mal los asuntos con su novia, porque últimamente pasa algunas noches con ella. Se mete en su dormitorio y vuelve comiendo un bocadillo de chorizo o longaniza, embutidos que suele traer cuando baja al pueblo, y ya no dejará de roer hasta la hora de acostarse. La noche es invariable para el quinteto mientras fuera crece el silencio y el ronroneo de la ciudad se hace un mustio ronquido. Pasan las horas jugando al Mentiroso y también pasa la vida de puntillas.

 

Carmelo aparece como un fantasma, casi nunca está en el piso y pocas noches juega. El resto, Juan, el Guti, Antonio, Agustín, Pepe, cierran el círculo, y ríen y ríen aislados del mundo. Juan fuma hundido en su sillón y habla impostando la voz para decir este Mentiroso lo gano yo. Antonio se sonríe mientras ojea una revista y refiere que este tío la tiene más grande que tú, apuntando con la vista hacia Pepe que mordisquea su bocadillo. Carmelo mete prisa porque quiere acostarse temprano, aunque sean las cuatro de la madrugada. Agustín vuelca el cubilete sobre la mesa y vuelve a decir ¡Doble pareja de ases-damas! Están pegados a la realidad, como una estampilla a un álbum de cromos.

 

Y pensar en decir pocas cosas, pero con acierto, lo de siempre, vamos, el llanto y la risa, un proceso idílico de narración infinita, la intersección de diferentes planos que coinciden en un punto único, los cuentos cotidianos del día a día. Y partiendo de todas esas cuestiones que ocurren en mi cuento, de todos los cuentos que se dan en el cuento, yo soy el cuento.

2 apostillas:

María dijo...

Un engaño prodigioso para usar las vidas en usufructo... alguien que espera llegar y al q esperan, q no llegará jamás ...un beso increíble a lo Rayuela de Cortázar ...unas cucarachas escalando sobre platos ...unos compañeros de piso y una delicia de cuento(-os) que es lo primero q leo este año recién estrenado en el q te deseo todo lo mejor ahí, en tu gélida y preciosa Granada.

Un beso

SuperB dijo...

Gracias por esta maravilla.