La escalera

23.5.21


Me levanté temprano como cada jornada. Eran las seis de la mañana de un día borroso y gris. Al salir para el trabajo mis aletas nasales respiraban agua y mis pensamientos me hacían aligerar el paso como para desquitarme del reparto de más de cinco toneladas de peso que me esperaba. Al recibir el itinerario de la distribución de gas, allí estaba otra vez la casa de la colina.

Decidí dejarla para el final y, mientras pensaba en los trescientos treinta y tres escalones que la elevaban de la calle, me vino una imagen de la mansión hisckotiana que aparece en ‘Psicosis’, y a su moradora, una vieja señora que jamás me dio propina.

Tras un espeso día aparqué el camión aliviado de tara y con un persistente olor a repollo podrido. Me fijé en la escalinata que serpenteaba hasta la vivienda. Cargué dos botellas de butano sobre mis hastiados hombros. Su resplandor anaranjado era lo único que coloreaba aquel paisaje de ceniza.

Recordé, antes de comenzar a subir, que en el cálculo de escaleras, la profundidad de cada escalón debe de ser de unos treinta centímetros y su altura no superar los veinte, siendo muy recomendable que el alto de paso sea superior a dos metros.

Sin embargo a cada escalón de aquella tortuosa ascensión, en mi cabeza se dibujaba la cara de la propietaria hosca a la que siempre le parecía mal el servicio, por el que siempre se quejaba y que terminaba con una avalancha de improperios.

Mientras avanzaba con la pesada carga trataba de comprender el valor de las huellas y de las contrahuellas para saber cuál sería la elevación o distancia entre peldaños, cuyo diseño el constructor no supo replantear.

Cuando la policía llegó, expliqué cómo había sucedido el accidente, porque la mujer que ahora yacía en el suelo entre un charco de sangre, abrió la puerta justo en el momento que resbalé, por la pátina de lluvia en el piso, y por la mala aplicación de la Ley de Blondel que en su ecuación establece la fórmula correcta para que el usuario pueda desempeñar la tarea de ascender por la escalera.

 


2 apostillas:

José A. García dijo...

Nada peor que esa gente entrometida en el camino de los demás.

Saludos,

J.

Albada Dos dijo...

Un pesadilla, bien narrada.

Un abrazo