Efluvios
16.3.20
Al entrar en aquel estudio de arquitectura lo que más me llamó la atención fue que los tres delineantes estaban cojos. Dos de ellos lesionados por la enfermedad, el tercero solo se había fracturado la pierna jugando al fútbol. Contaba apenas trece años y ese verano mi padre le pidió al arquitecto, con quien mantenía una buena relación laboral, que me admitiera para ir conociendo el oficio de tirar líneas sobre el papel, dado que comencé a estudiar en la Escuela de Artes y Oficios la especialidad de Delineación, y así practicar y conocer los entresijos de los planos, a usar el escalímetro y las reglas Faber Castell de las que estaba enamorado por su color verde esmeralda y su flexibilidad. Allí con pulso tembloroso me amnistiaron de la gota de tinta en el tiralíneas que siempre manchaba el documento, para que comenzara a usar los revolucionarios Rotring.
Las tareas que me asignaron eran las más sencillas de la oficina. Una consistía en hacer copias de los planos de las viviendas que eran dibujados en papel vegetal, tras haber realizado el croquis y dibujo con lápiz a escala. Eran copias en papel diazotípico, sensibles a la luz ultravioleta, que tras pasar por una duplicadora heliográfica debían ser reveladas con vapor amoniacal, para lo que tenían que ser introducidas en un cajetín oscuro y de considerable altura.
Me mandaron a recoger una de ellas. Cuando fui a sacar el dibujo introduje la cabeza y respiré con normalidad. Siguió una sensación de fuego en los pulmones, un olor exasperante y cáustico, y la falta de aire como hasta entonces no había sentido, tras inspirar una bocanada de amoniaco. Salí del pequeño cuarto oscuro donde se revelaban las reproducciones medio trastornado y, en la sonrisa disimulada de los dos jóvenes con su pequeña maldad, encontré la respuesta a mi experiencia inolvidable.
Etiquetas: amoniaco, arquitectura, historias, personajes, planos
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5 apostillas:
Oficio que puede ser peligroso, visto lo visto.
Una anécdota entrañable, por cierto. Un abrazo
Viví esa sensación en el taller de artes gráficas, El papel se enrollaba en un canuto que se ponía, con uno de sus extremos abierto, sobre un bote de amoniaco. Ese olor parecía recorrer todas las cañerías del cuerpo, forzándolas.
Mientras desaparecía la imagen iba apareciendo con más fuerza.
...e irrespirable.
los únicos libres ,son los gatos de mi callejon
Los estudios de arquitectura de aquella época olían a amoníaco. Había que andarse con cuidado, nosotros teníamos la máquina de copias en una salita separada bien ventilada.
Saludos
Francesc Cornadó
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