Estupefacción

16.5.18



Cuando llegué al aparcamiento del supermercado solo estaba mi automóvil. Dejé el carro de la compra atravesado en la parte trasera del coche para trasladar los artículos adquiridos y fui a colocar las llaves en el contacto. En ese momento escuché una voz que, procedente de otro vehículo, me decía de manera educada: «Por favor ¿puede quitar el carro», porque quería aparcar en el estacionamiento contiguo. 

Algo a lo que, por supuesto, accedí sin que su petición causara ningún tipo de efecto en mi estado de ánimo. 

Eso sí, la miré a los ojos para ver si era capaz de leer en mi cara la perplejidad de comprender su acción y antes de echar una mirada en derredor y contemplar el aparcamiento totalmente expedito. 

Me quedé pensativo tratando de averiguar lo que para mí resultaba desconcertante: todo un aparcamiento vacío y eligió el único lugar donde algo le impedía estacionar.

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