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Paseo por la ribera izquierda de Boston

23.3.16



—Señor Lowell, le veo muy callado esta tarde.
—Bienaventurados los que no tienen nada que decir, y que resisten la tentación de decirlo.
—Hablar nos vincula al pensamiento ajeno.
—En general, quienes no tienen nada que decir invierten el mayor tiempo posible en no decir nada.
—Nos viene de juventud el alocamiento.
—Sí la juventud es un defecto, es un defecto del que nos curamos demasiado pronto.
—Pero la experiencia nos curte, según usted.
—Una espina de experiencia vale más que un bosque de advertencias.
—Y la lectura ilumina nuestro viaje.
—Los libros son las abejas que llevan el polen de una inteligencia a otra.
—Los libros que del ayer son hoy para mañana.
—¡Cuánta confianza nos inspira un libro viejo del cual el tiempo nos ha hecho ya la crítica!
—Y después está la libertad de ser nosotros mismos.
—La democracia otorga a cada uno de los hombres el derecho a ser el opresor de sí mismo.
—Y de abusar de los demás y de todo lo que encuentran a su alcance.
—Los humanos no saben lo que poseen en la Tierra. Será porque la mayoría no ha tenido ocasión de abandonarla y regresar después a ella.
—Una desgracia como otra cualquiera.
—Las desgracias más temidas son, de ordinario, las que no llegan jamás.



Pensando versos

11.2.14



—Le veo ahí sentado en un banco del parque, señor Russell,  y se me vienen a la mente tantos enorgullecidos literatos.
―El orgullo y la debilidad son hermanos gemelos.
―La segunda es la que más nos hunde.
—Hay dos clases de debilidad: la que se quiebra y la que se pliega.
―Y aquella otra que nos desvela.
—Bienaventurados los que no tienen nada que decir, y que resisten la tentación de decirlo. 
―Es mejor mirar hacia los clásicos.
—¡Cuánta confianza nos inspira un libro viejo del cual el tiempo nos ha hecho ya la crítica!
—Y su lectura.
—Los libros son las abejas que llevan el polen de una inteligencia a otra.
—Aunque el libro de la experiencia ajena sirve de poco.
—Una espina de experiencia vale más que un bosque de advertencia.
―Y sin remedio.
―Las desgracias más temidas son, de ordinario, las que no llegan jamás.
—Todo termina por llegar, hasta la democracia.
—La democracia otorga a cada uno de los hombres el derecho a ser el opresor de sí mismo. 
―Y de liberarse.
—Los humanos no saben lo que poseen en la Tierra. Será porque la mayoría no ha tenido ocasión de abandonarla y regresar después a ella.