Una muerte anunciada

10.4.22



Al pasar por aquella plaza vi cómo la gente se arremolinaba en una esquina. Algunas personas hacían grandes aspavientos y otras llamaban por teléfono. Me acerqué con cautela y curiosidad para saber qué pasaba. Una joven se cruzó sollozando en mi camino. Después escuché a alguien decir: «ha sido un infarto». Mi interés primó por encima de mi prudencia y esquivando el gentío comencé a observar el cuerpo de un hombre tendido en el pavimento, mientras otro intentaba reanimarlo presionando su pecho e insuflándole aire por la boca. 

Al principio no aprecié nada raro, pero enseguida distinguí en aquel rostro el mismo que suelo ver por las mañanas en el espejo o al menos guardaba bastante parecido. Pude comprobar que su vestimenta era idéntica a la mía, incluso los zapatos eran similares y, en ese momento, me invadió una angustiosa sensación de inexistencia. 

Al poco, apareció una mujer compungida que al acercarse se asemejaba terriblemente a mi compañera. Los servicios sanitarios llegaron y comenzaron a atender al accidentado que permanecía en estado inconsciente. Lo introdujeron en una ambulancia y sentí como si me despidiera de la vida. 

Uno de los médicos preguntó por la identidad del infartado. La esposa le dio los datos. 

No era mi nombre y respiré tranquilo.



0 apostillas: