Vagabunda

5.9.21


Alma llegó una mañana cálida de invierno después de viajar por medio continente huyendo, como ave, del frío ártico. Cargada de enseres y zarrapastrosa aterrizó en la placidez hiemal de aquella plaza del sur, llena de verdes y ocres, protegida de los vientos por elevados edificios, con una docena de bancos distribuidos en su perímetro circunvalando un monumento ubicada en el espacio central.

La mujer miró aquella mole de piedra y acero levantada en honor a las personas errantes y comprendió que ese era su sitio. Lo celebró bebiendo a morro media botella de vodka.

Al principio su estancia en la plazoleta fue una anécdota referida solo en el vecindario similar a la de otras gentes que pululaban por el lugar, paraban unas horas y dejaban papelitos con mensajes en la enorme pieza escultórica.

En el caso de Alma, a medida que el fenómeno avanzó, el problema alcanzó niveles épicos de epopeya urbana y la situación despertó el interés de gran parte de la sociedad poco acostumbrada a ese tipo de espectáculo, mientras la nómada seguía cantando a las tres de la madrugada, orinando en el basamento monumental o llamando la atención a todo el que pasaba por su órbita, en especial los gobernantes, autoridades policiales o cualquier otra persona con ostensión de poder.

La junta local de seguridad se reunió para aportar soluciones a tan desdichado suceso, mientras Alma se acogía al derecho constitucional del deambular libremente por los espacios públicos, algo que ningún juez podía dictaminar en su contra.

Un funcionario tuvo la feliz idea para acabar con tan infortunado acontecimiento de eliminar los asientos de la plazuela para que no pudiera dormir en ellos. La mendiga, entonces resolvió cabecear y refugiarse en la arboleda, por lo que zanjaron que los arboles fueran cortados.

Alma decidió, ante eso, pernoctar en el escultórico homenaje a los peregrinantes lo que provocó que, a los pocos días, también fue retirada toda la estructura de hierros y hormigón, a la espera de una reposición en fechas más propicias.

La mendicante, impertérrita, se guareció en los soportales de las construcciones que decidieron derribar ante su persistente presencia.

Sobre las baldosas del suelo dormía Alma que comprobaba como, con cada despertar, había menos losetas, provocando la desaparición paulatina de la zona que pasó a ser solamente un recuerdo en la memoria colectiva de la ciudad.

Y, a día de hoy, allí continúa Alma, robusta y llena de corporeidad, con sus cacharros y su casa caracol edificada con cartones, igual que un oso polar en la inmensidad de la nada blanca.




Finitos

4.9.21



Cada día que muere yo muero con él.




Asuntos

3.9.21



Céntrate en tus acciones y deja de hablar sobre lo que hacen los demás.



Revelarte

2.9.21



El arte debe ser el punzón que ensarte el ojo de dios, cual Ulises con Polifemo.



Fugas

1.9.21



Cuando te deprime aquello que siempre te ha parecido hermoso, es el momento de huir.




Histrión

31.8.21



El pensamiento es un ventrílocuo que te mueve la boca.



Difusión

30.8.21


El mundo no ha empeorado, lo que ocurre es que ahora vemos todo su mal al instante y en directo.




La muerte del lector

29.8.21



Al escritor Alfredo Padruelo se le murió el único lector que lo leía. Entristecido siguió escribiendo libros y ya, inapetente, anotó obras sin texto llenas de palabras sordas, mudas, apáticas, inapetentes, luctuosas, que nadaban en la orfandad. Fue entonces que imaginó una gran epopeya donde poder contar las heroicidades de su impar leyente. Trazó entonces la figura de un héroe a modo de Ulises que, cruzando un piélago de letras, se aventuró en bibliotecas borgianas, combatiendo las malas creaciones y los poetas petimetres, los folletines románticos, la cascarria de la novela negra, todo el insoportable ruido editorial, destruyendo a su paso los nuevos libros de caballería, esa insufrible saga de fantasía infantiloide y el infumable tostón de los superventas. Al final tuvo que asesinarlo con un Telégono cualquiera porque amenazaba con destruir la obra del propio Padruelo.



Decayeres

28.8.21



Nada tan decadente como el agonizar de agosto.



No puede quien quiere

27.8.21



La maldición del «tú puedes» ha condenado a la frustración a millones de individuos. Y no es verdad porque el sistema no lo permite: nadie puede.



Expresiones

26.8.21



La gente habla en voz alta de sus sueños porque al verbalizarlos los hace reales.



Caso omiso

25.8.21



A fuerza de que nadie me haga caso, han conseguido que me sienta capaz de hacerlo todo.




Indeterminaciones

24.8.21



Partiendo de cero todo parece infinito.



Peso muerto

23.8.21



Llevo una pesada carga sobre la espalda. Es mi cadáver.



Sorderas

22.8.21



«Me pone algo fuerte», le conminó al camarero. El barman con rosto imperturbable lo atendió al instante: «aquí tiene señor, un chupito de salfumán».




Telares

21.8.21



Lo peor y lo mejor del ser humano ha trenzado su actualidad.




Rastros

20.8.21



Una persona que escribe debería dejar siempre pistas falsas por si pudieran existir exégetas de su obra.



Cabezotas

19.8.21



La escritora Agota Kristof afirma que «uno se hace escritor escribiendo con paciencia y obstinación, sin perder nunca la fe en lo que escribe». La calma y la perseverancia me parecen fundamentales, sin embargo la certeza, ay, soy tan descreído de los que escribo.



Naderías

18.8.21



A fuerza de que nadie me haga caso he conseguido sentirme capaz de hacerlo todo.




Sin salvavidas

17.8.21



Me ahogo en el tráfago humano.