Pasó
la página de la tarde de otoño que le pareció triste y melacólica. En la
siguiente, más concentrada, leyó la noche. Las sucesivas estaban llenas de sueños
y se recreó en ellas porque le resultaron llamativas, con escenas que protagonizaba
y con simbolismos que no sabía interpretar. Hasta que llegaron las inquietantes
pesadillas que le aterrorizaron. Por fin, casi al final de su lectura, llegó al
amanecer y todo le resultó luminoso, lleno de bonitos colores que la animaron. Cerró
el volumen y al colocarlo en el estante se encontró encajonada entre dos
libros.
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