Normalmente los cuentos son escritos comenzando por el
principio y cerrándolos con un final. Los hay que son contados desde su terminación
para acabar donde todo comienza. Otros son narrados a mitad de la historia y
saltan hacia atrás o hacia adelante según capricho de quien los escriba. No
faltan las narraciones interruptus o las que omiten parte del relato. Las más
peliagudas resultan ser siempre esas otras que ocultan lo más interesante de su
propósito y, por supuesto, las que trucan el argumento para parecer más
virgueras. Están las ficciones del multiverso capaces de enredar a quien las
lee en multitud de versiones hasta hacer imposible saber cuál es la mejor. No
faltan los nanorrelatos reducidos a una sola letra y los textos invisibles que
son de una insustancialidad sublime, aunque pongan a prueba nuestra pericia
para encontrar algún indicio de su contenido. Y, por último, están los
imposibles que, como en este caso, no saben contarse.
2 apostillas:
El cuento como tema del cuento.
He sido profesor muchos años y he intentado enseñar técnicas narrativas a mis alumnos, pero observaba que solo les atraía la estructura del relato tradicional y progresivo con una culminación en el final. Por más que intentaba introducir el final truncado o la inversión del orden narrativo, para ellos era inasumible. En general gustan los relatos convencionales en cuanto a estructura. Los que son innovadores o alteran factores básicos en el desarrollo de los hechos no atraen. Supongo que hace falta cierta sofisticación para asumirlos, y muchas lecturas.
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